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El ministro de Finanzas británico, George Osborne, se enfrenta por primera vez este miércoles al trámite de presentar sus primeros presupuestos, que estarán marcados por el plan de ajuste quinquenal anunciado el pasado otoño. El desajuste fiscal heredado por la coalición de conservadores y liberales que gobierna Reino Unido desde la pasada primavera le forzó a anunciar el mayor recorte del gasto público desde la Segunda Guerra Mundial. Su déficit ronda el 11 por 100 del Producto Interior Bruto (PIB), el mayor de la Unión Europea tras Grecia e Irlanda, los dos países rescatados.
Las grandes líneas del plan hasta 2015 ya se conocen: drástica reducción del empleo público, supresión de subsidios y deducciones, más peso del sector privado en la gestión de los servicios y varias subidas fiscales, algunas en vigor desde que comenzó el año. Pero aún falta concretar la letra pequeña en el corto plazo. Aunque el gobierno ha prometido que los recortes apenas afectarán a sanidad y educación, las clases medias ya se consideran grandes perjudicadas por el ajuste.
La presentación de las cuentas llega en un momento especialmente complicado para la economía británica. Con la inflación creciendo al 4,4 por 100 y una inesperada caída del PIB en el último trimestre de 2010, la estanflación se ha convertido en una amenaza. Por el momento, el Banco de Inglaterra ha optado por mantener los tipos, aunque algunos partidarios de endurecer la política monetaria han alzado la voz en las últimas reuniones. El encarecimiento del crudo y sus posibles efectos sobre los precios anticipan que los tipos subirán, más bien antes que después.
En este escenario, el descontento ciudadano no hace más que crecer. Los universitarios fueron los primeros en llevar sus protestas a la calle, pero el paro, en su nivel más alto en 17 años, el retraso de la jubilación y el recorte de ayudas públicas han llevado la popularidad del primer ministro, David Cameron, a sus cotas más bajas cuando ni siquiera ha pasado un año desde su elección. Los aplausos que su gestión ha recibido desde el exterior no consiguen convencer a una opinión pública interna que no oculta su desencanto.
Las grandes líneas del plan hasta 2015 ya se conocen: drástica reducción del empleo público, supresión de subsidios y deducciones, más peso del sector privado en la gestión de los servicios y varias subidas fiscales, algunas en vigor desde que comenzó el año. Pero aún falta concretar la letra pequeña en el corto plazo. Aunque el gobierno ha prometido que los recortes apenas afectarán a sanidad y educación, las clases medias ya se consideran grandes perjudicadas por el ajuste.
La presentación de las cuentas llega en un momento especialmente complicado para la economía británica. Con la inflación creciendo al 4,4 por 100 y una inesperada caída del PIB en el último trimestre de 2010, la estanflación se ha convertido en una amenaza. Por el momento, el Banco de Inglaterra ha optado por mantener los tipos, aunque algunos partidarios de endurecer la política monetaria han alzado la voz en las últimas reuniones. El encarecimiento del crudo y sus posibles efectos sobre los precios anticipan que los tipos subirán, más bien antes que después.
En este escenario, el descontento ciudadano no hace más que crecer. Los universitarios fueron los primeros en llevar sus protestas a la calle, pero el paro, en su nivel más alto en 17 años, el retraso de la jubilación y el recorte de ayudas públicas han llevado la popularidad del primer ministro, David Cameron, a sus cotas más bajas cuando ni siquiera ha pasado un año desde su elección. Los aplausos que su gestión ha recibido desde el exterior no consiguen convencer a una opinión pública interna que no oculta su desencanto.