N
No Registrado
Guest
En los últimos meses, aunque sin bombos ni platillos, ha habido una novedad en todo el mundo árabe: no ha habido manifestaciones antiamericanas ni quema de banderas americanas. Los árabes parecen cada vez más dispuestos a aceptar –e incluso aplaudir– la política del gobierno de Obama para con esa región.
Naturalmente, los árabes siguen descontentos con el continuo sesgo de los Estados Unidos a favor de Israel. Su incapacidad para poner fin a la ocupación militar durante cuarenta y cuatro años de territorios palestinos no ha pasado inadvertida, pero actualmente muchos árabes prefieren dar una oportunidad a los EE.UU. Exceptuada la falta de decisión del gobierno de Obama para denunciar el trato infligido a los manifestantes por los regímenes de Baréin y del Yemen, aliados de los EE.UU., se ha acogido con beneplácito la posición de este país sobre las rebeliones árabes.
Los árabes –en particular los jóvenes árabes, que comprenden la mayoría de la población de la región– admiran a los Estados Unidos cuando utilizan su poder mundial para defender la moral y los valores democráticos. Se tiene en gran concepto el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, así como la garantía de la libertad de expresión que figura en la Constitución de los Estados Unidos. Precisamente la falta de aplicación de esos valores en lugares como Palestina y el Iraq ha sido lo que ha vuelto a innumerables árabes vehementemente antiamericanos y puede seguir haciéndolo.
La elección del Presidente Barack Obama hace dos años causó una impresión positiva a los árabes y alentó a los demócratas árabes, que la vieron como una prueba de la verdadera naturaleza democrática de los Estados Unidos. El discurso de Obama en El Cairo, pronunciado en uno de sus primeros viajes al extranjero, prometía un nuevo comienzo en las relaciones entre los EE.UU. y los árabes y no cabe duda de que fortaleció a los demócratas árabes.
Pero la primera prueba de la capacidad de dirección en materia de política exterior de Obama decepcionó a muchos árabes. Un veto de los EE.UU. a una resolución del Consejo de Seguridad, apoyada por los catorce miembros de éste, en la que se oponía a los asentamientos israelíes, pareció indicar que Obama se había venido abajo bajo la presión del grupo proisraelí de los Estados Unidos. Éstos no habían revisado su política, ni siquiera con un hijo de un inmigrante africano en la Casa Blanca.
Una opinión más positiva sobre Obama surgió cuando comenzaron las rebeliones árabes en Túnez y Egipto, países con regímenes proamericanos. Si bien al principio los EE.UU. dieron muestras de prudencia de palabra y de hecho, no tardaron en entender que las rebeliones reflejaban de verdad la voluntad del pueblo y adoptaron medidas para alinearse con la causa democrática.
Las mismas personas a las que Obama había pedido en El Cairo que procuraran la democracia se habían vuelto entonces el más importante movimiento no violento que el mundo había visto en varios decenios. La juventud árabe se había movido por fin y Obama y su equipo hicieron las declaraciones adecuadas para alentarla, sin por ello dejar de decir con toda claridad a los regímenes egipcio y tunecino que no podían seguir ocultándose tras el argumento de que estaban luchando en la guerra de los Estados Unidos en el África septentrional.
Alejarse de los dictadores sin intentar apuntarse el mérito ni apropiarse de la rebelión era exactamente lo que hacía falta. La juventud árabe tenía que luchar por la democracia y ganarla por sí misma. Lo único que se necesitaba de los Estados Unidos –pensaban la mayoría de los jóvenes– era la retirada del apoyo a aliados como Hosni Mubarak y otros dictadores árabes.
Sin embargo, en Libia la necesidad era diferente. La misma energía desplegada en El Cairo y Túnez resultaba evidente entre la juventud libia, pero esa vez los Estados Unidos no pudieron hacer gran cosa diplomáticamente, porque no tenían relación con el coronel Muamar El Gadafi.
Por eso, no es de extrañar que la energía de la juventud libia chocara de frente con la inclinación de Gadafi a la brutalidad y –lo que es más importante– contra sus mercenarios. Los Estados Unidos tenían el deber moral de proteger a los jóvenes a los que Obama había alentado. Se necesitaba otro tipo de ayuda, pero resultaba difícil dilucidar qué forma debía adoptar.
Los países árabes, en particular Egipto, tenían a centenares de miles de ciudadanos que trabajaban en Libia. Sus gobiernos se vieron rehenes de Gadafi, pero lo que no pudieron hacer los países árabes con apoyo militar lo hicieron prestando respaldo político a la intervención militar dirigida por los EE.UU., Gran Bretaña y Francia.
Los países del Golfo, que no tienen ciudadanos que trabajen en Libia, fueron los primeros en denunciar a Gadafi. Después la Liga Árabe se reunió para adherirse a su iniciativa. En vista de que jóvenes árabes de diferentes países se manifestaron delante de sus oficinas en El Cairo para pedir apoyo a sus hermanos libios, la Liga Árabe adoptó una posición atípica: acordó denunciar a un dirigente árabe. Estaba claro que el mundo árabe estaba cambiando y de repente los EE.UU. dejaron de ser unos enemigos y pasaron a ser unos amigos.
Después de conseguir el apoyo del Consejo de Seguridad, los EE.UU., Europa y algunos países árabes empezaron a hacer exactamente lo que se debe esperar de la comunidad internacional cuando un gobierno está preparándose para cometer una carnicería con sus propios ciudadanos: impedir la matanza.
Desde luego, los problemas de los Estados Unidos con los árabes y sus dificultades en Oriente Medio distan de haber desaparecido. Obama debe cumplir aún sus promesas de celebrar con los palestinos la adhesión de su país como miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas este otoño y retirar sus fuerzas del Afganistán.
Pero de momento los árabes no están manifestándose contra los Estados Unidos, sino que, con ayuda de éstos, están disfrutando del primer albor de la libertad.
Daoub Kuttab
Naturalmente, los árabes siguen descontentos con el continuo sesgo de los Estados Unidos a favor de Israel. Su incapacidad para poner fin a la ocupación militar durante cuarenta y cuatro años de territorios palestinos no ha pasado inadvertida, pero actualmente muchos árabes prefieren dar una oportunidad a los EE.UU. Exceptuada la falta de decisión del gobierno de Obama para denunciar el trato infligido a los manifestantes por los regímenes de Baréin y del Yemen, aliados de los EE.UU., se ha acogido con beneplácito la posición de este país sobre las rebeliones árabes.
Los árabes –en particular los jóvenes árabes, que comprenden la mayoría de la población de la región– admiran a los Estados Unidos cuando utilizan su poder mundial para defender la moral y los valores democráticos. Se tiene en gran concepto el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, así como la garantía de la libertad de expresión que figura en la Constitución de los Estados Unidos. Precisamente la falta de aplicación de esos valores en lugares como Palestina y el Iraq ha sido lo que ha vuelto a innumerables árabes vehementemente antiamericanos y puede seguir haciéndolo.
La elección del Presidente Barack Obama hace dos años causó una impresión positiva a los árabes y alentó a los demócratas árabes, que la vieron como una prueba de la verdadera naturaleza democrática de los Estados Unidos. El discurso de Obama en El Cairo, pronunciado en uno de sus primeros viajes al extranjero, prometía un nuevo comienzo en las relaciones entre los EE.UU. y los árabes y no cabe duda de que fortaleció a los demócratas árabes.
Pero la primera prueba de la capacidad de dirección en materia de política exterior de Obama decepcionó a muchos árabes. Un veto de los EE.UU. a una resolución del Consejo de Seguridad, apoyada por los catorce miembros de éste, en la que se oponía a los asentamientos israelíes, pareció indicar que Obama se había venido abajo bajo la presión del grupo proisraelí de los Estados Unidos. Éstos no habían revisado su política, ni siquiera con un hijo de un inmigrante africano en la Casa Blanca.
Una opinión más positiva sobre Obama surgió cuando comenzaron las rebeliones árabes en Túnez y Egipto, países con regímenes proamericanos. Si bien al principio los EE.UU. dieron muestras de prudencia de palabra y de hecho, no tardaron en entender que las rebeliones reflejaban de verdad la voluntad del pueblo y adoptaron medidas para alinearse con la causa democrática.
Las mismas personas a las que Obama había pedido en El Cairo que procuraran la democracia se habían vuelto entonces el más importante movimiento no violento que el mundo había visto en varios decenios. La juventud árabe se había movido por fin y Obama y su equipo hicieron las declaraciones adecuadas para alentarla, sin por ello dejar de decir con toda claridad a los regímenes egipcio y tunecino que no podían seguir ocultándose tras el argumento de que estaban luchando en la guerra de los Estados Unidos en el África septentrional.
Alejarse de los dictadores sin intentar apuntarse el mérito ni apropiarse de la rebelión era exactamente lo que hacía falta. La juventud árabe tenía que luchar por la democracia y ganarla por sí misma. Lo único que se necesitaba de los Estados Unidos –pensaban la mayoría de los jóvenes– era la retirada del apoyo a aliados como Hosni Mubarak y otros dictadores árabes.
Sin embargo, en Libia la necesidad era diferente. La misma energía desplegada en El Cairo y Túnez resultaba evidente entre la juventud libia, pero esa vez los Estados Unidos no pudieron hacer gran cosa diplomáticamente, porque no tenían relación con el coronel Muamar El Gadafi.
Por eso, no es de extrañar que la energía de la juventud libia chocara de frente con la inclinación de Gadafi a la brutalidad y –lo que es más importante– contra sus mercenarios. Los Estados Unidos tenían el deber moral de proteger a los jóvenes a los que Obama había alentado. Se necesitaba otro tipo de ayuda, pero resultaba difícil dilucidar qué forma debía adoptar.
Los países árabes, en particular Egipto, tenían a centenares de miles de ciudadanos que trabajaban en Libia. Sus gobiernos se vieron rehenes de Gadafi, pero lo que no pudieron hacer los países árabes con apoyo militar lo hicieron prestando respaldo político a la intervención militar dirigida por los EE.UU., Gran Bretaña y Francia.
Los países del Golfo, que no tienen ciudadanos que trabajen en Libia, fueron los primeros en denunciar a Gadafi. Después la Liga Árabe se reunió para adherirse a su iniciativa. En vista de que jóvenes árabes de diferentes países se manifestaron delante de sus oficinas en El Cairo para pedir apoyo a sus hermanos libios, la Liga Árabe adoptó una posición atípica: acordó denunciar a un dirigente árabe. Estaba claro que el mundo árabe estaba cambiando y de repente los EE.UU. dejaron de ser unos enemigos y pasaron a ser unos amigos.
Después de conseguir el apoyo del Consejo de Seguridad, los EE.UU., Europa y algunos países árabes empezaron a hacer exactamente lo que se debe esperar de la comunidad internacional cuando un gobierno está preparándose para cometer una carnicería con sus propios ciudadanos: impedir la matanza.
Desde luego, los problemas de los Estados Unidos con los árabes y sus dificultades en Oriente Medio distan de haber desaparecido. Obama debe cumplir aún sus promesas de celebrar con los palestinos la adhesión de su país como miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas este otoño y retirar sus fuerzas del Afganistán.
Pero de momento los árabes no están manifestándose contra los Estados Unidos, sino que, con ayuda de éstos, están disfrutando del primer albor de la libertad.
Daoub Kuttab