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Artículo de Andrés Velasco, ministro de Finanzas de Chile (2006-2010) y profesor de Políticas Públicas en la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard.
Un alto funcionario de los Estados Unidos solía decir que las monedas fuertes dan lugar a países fuertes. Muchos exportadores de los países emergentes, que tienen dificultades para conservar a sus clientes en los tambaleantes mercados de los Estados Unidos y Europa, opinan lo contrario.
Durante décadas, los países en desarrollo soñaron con un nirvana de precios muy elevados de las materias primas y tasas internacionales de interés muy bajas. Pero tal vez los ministros de finanzas de Lima, Bogotá, Pretoria o Yakarta debieron haber reflexionado con más cuidado sobre sus deseos. ¿El problema? Una invasión de flujos de capital de corto plazo que huyen de los países avanzados y su lento crecimiento y sus bajas tasas de interés.
En la reunión del Banco Interamericano de Desarrollo que se celebró el mes pasado en Calgary, se informó que en 2010, 266 mil millones de dólares entraron a las siete economías más grandes de América Latina, en comparación con el promedio de 50 mil millones de dólares anuales que se registró entre 2000 y 2005. Y mientras que en 2006 sólo el 37% de las entradas eran de capital especulativo que puede salir en cualquier momento, el año pasado esos flujos representaron el 69% del total.
¿Qué está sucediendo? Los países emergentes de América Latina, Asia oriental, Europa del Este y África son simples espectadores de la lucha entre los Estados Unidos y China por las monedas y los desequilibrios comerciales. Y los espectadores están recibiendo algunos de los golpes más duros.
Desde hace ya una década, la economía mundial ha sufrido tremendos desequilibrios: enormes superávits externos en países como China, Japón, Alemania, Suiza y los productores de petróleo igualados por déficits externos igualmente grandes en los Estados Unidos, el Reino Unido, España y otros. Los desequilibrios se redujeron temporalmente puesto que la crisis financiera global provocó que la demanda privada cayera en los Estados Unidos, el Reino Unido y otros países. Pero a partir de 2010 los desequilibrios reaparecieron y, según las Perspectivas de la economía mundial que publicó recientemente el Fondo Monetario Internacional, no se reducirán antes de 2016. Los comunicados del G-20 reiteradamente contienen compromisos para “ajustar” y "equilibrar” la economía mundial, pero esas promesas no se han cumplido.
Los sistemas financieros que siguen teniendo problemas y los enormes déficits fiscales impiden que la demanda interna se amplíe en los países occidentales con déficit (especialmente los Estados Unidos). Al mismo tiempo, una falta de voluntad para renunciar al crecimiento impulsado por las exportaciones tiene el mismo efecto en los países orientales con superávit (especialmente China). Como resultado, según el FMI los países emergentes se han visto obligados a soportar “una carga desproporcionada del reequilibrio de la demanda desde la crisis.”
Los países con superávit acumulan enormes reservas de divisas extranjeras, y esos recursos deben invertirse en algún lugar. Antes de la crisis, una parte sustancial de ese dinero se invertía en bienes inmuebles estadounidenses, españoles o irlandeses. Actualmente, ese mercado está muerto, y el dinero debe irse a otro sitio. Europa, que atraviesa una tremenda crisis bancaria y de deuda, no es un destino atractivo, y la política monetaria poco rígida de los Estados Unidos ha dado lugar a rendimientos extremadamente bajos de sus bonos. Como resultado, muchos países emergentes, con sus tasas de interés más elevadas y perspectivas de crecimiento prometedoras, se han hecho irresistiblemente atractivos para los inversionistas.
Después de los recientes acontecimientos en Túnez, Egipto y Libia, los analistas de Wall Street se muestran menos optimistas sobre la estabilidad política en los países emergentes. Además, un rendimiento flojo en los mercados de capitales de algunos países latinoamericanos y asiáticos – después de desempeños espectaculares en 2010– ha apagado un poco el brillo de la moda de las inversiones en los países emergentes. No obstante, el dinero sigue llegando.
Esta invasión de dólares está haciendo que la gestión macroeconómica en los países emergentes sea aún más difícil que de costumbre. Si se prevé que los precios elevados de las materias primas persistirán, cierto fortalecimiento de las monedas es a la vez deseable e inevitable. Pero entre un ajuste ordenado ante el cambio de las condiciones y una reacción exagerada del mercado hay una línea muy sutil; y las personas sensatas de muchas de las capitales de los países emergentes se están preguntando si ya hemos cruzado esa línea.
La pérdida de competitividad de las exportaciones como resultado de monedas excesivamente fuertes no es el único problema. Las enormes entradas de capital provocaron burbujas inmobiliarias y de los mercados de valores en los Estados Unidos y partes de Europa. Actualmente, algunos responsables del diseño de políticas de América Latina a quienes les preocupa que pueda suceder lo mismo en sus países están buscando herramientas de política para impedirlo.
Como resultado, la política llamada de “facilitación cuantitativa” de la Reserva Federal de los Estados Unidos se está desplazando hacia el sur, donde adopta la forma de intervención en el mercado de divisas. Si los bancos centrales de los países ricos pueden comprar bonos a largo plazo, los bancos centrales de los países emergentes pueden comprar bonos denominados en dólares. Incluso países que practican el establecimiento de objetivos de inflación y que por lo demás se han comprometido a dejar que sus tipos de cambio floten – Brasil, Colombia, Perú y Chile por ejemplo*– lo han hecho, y en grandes cantidades.
Se debe prever que las políticas macrocautelares se irán también al sur– y que en ese proceso se redefinirán. Si la compra de dólares no es suficiente para detener la oleada de apreciación, las instancias de reglamentación de las economías emergentes levantarán una serie de barreras de otro tipo para que el dinero no entre.
Todas estas políticas tienen costos. No son las mejores respuestas de política local a un mecanismo inoperante de ajuste (o no ajuste) internacional. Un mejor sistema para reequilibrar la economía mundial es tan necesario como improbable. Todo lo que podemos esperar es el próximo comunicado del G-20.
Un alto funcionario de los Estados Unidos solía decir que las monedas fuertes dan lugar a países fuertes. Muchos exportadores de los países emergentes, que tienen dificultades para conservar a sus clientes en los tambaleantes mercados de los Estados Unidos y Europa, opinan lo contrario.
Durante décadas, los países en desarrollo soñaron con un nirvana de precios muy elevados de las materias primas y tasas internacionales de interés muy bajas. Pero tal vez los ministros de finanzas de Lima, Bogotá, Pretoria o Yakarta debieron haber reflexionado con más cuidado sobre sus deseos. ¿El problema? Una invasión de flujos de capital de corto plazo que huyen de los países avanzados y su lento crecimiento y sus bajas tasas de interés.
En la reunión del Banco Interamericano de Desarrollo que se celebró el mes pasado en Calgary, se informó que en 2010, 266 mil millones de dólares entraron a las siete economías más grandes de América Latina, en comparación con el promedio de 50 mil millones de dólares anuales que se registró entre 2000 y 2005. Y mientras que en 2006 sólo el 37% de las entradas eran de capital especulativo que puede salir en cualquier momento, el año pasado esos flujos representaron el 69% del total.
¿Qué está sucediendo? Los países emergentes de América Latina, Asia oriental, Europa del Este y África son simples espectadores de la lucha entre los Estados Unidos y China por las monedas y los desequilibrios comerciales. Y los espectadores están recibiendo algunos de los golpes más duros.
Desde hace ya una década, la economía mundial ha sufrido tremendos desequilibrios: enormes superávits externos en países como China, Japón, Alemania, Suiza y los productores de petróleo igualados por déficits externos igualmente grandes en los Estados Unidos, el Reino Unido, España y otros. Los desequilibrios se redujeron temporalmente puesto que la crisis financiera global provocó que la demanda privada cayera en los Estados Unidos, el Reino Unido y otros países. Pero a partir de 2010 los desequilibrios reaparecieron y, según las Perspectivas de la economía mundial que publicó recientemente el Fondo Monetario Internacional, no se reducirán antes de 2016. Los comunicados del G-20 reiteradamente contienen compromisos para “ajustar” y "equilibrar” la economía mundial, pero esas promesas no se han cumplido.
Los sistemas financieros que siguen teniendo problemas y los enormes déficits fiscales impiden que la demanda interna se amplíe en los países occidentales con déficit (especialmente los Estados Unidos). Al mismo tiempo, una falta de voluntad para renunciar al crecimiento impulsado por las exportaciones tiene el mismo efecto en los países orientales con superávit (especialmente China). Como resultado, según el FMI los países emergentes se han visto obligados a soportar “una carga desproporcionada del reequilibrio de la demanda desde la crisis.”
Los países con superávit acumulan enormes reservas de divisas extranjeras, y esos recursos deben invertirse en algún lugar. Antes de la crisis, una parte sustancial de ese dinero se invertía en bienes inmuebles estadounidenses, españoles o irlandeses. Actualmente, ese mercado está muerto, y el dinero debe irse a otro sitio. Europa, que atraviesa una tremenda crisis bancaria y de deuda, no es un destino atractivo, y la política monetaria poco rígida de los Estados Unidos ha dado lugar a rendimientos extremadamente bajos de sus bonos. Como resultado, muchos países emergentes, con sus tasas de interés más elevadas y perspectivas de crecimiento prometedoras, se han hecho irresistiblemente atractivos para los inversionistas.
Después de los recientes acontecimientos en Túnez, Egipto y Libia, los analistas de Wall Street se muestran menos optimistas sobre la estabilidad política en los países emergentes. Además, un rendimiento flojo en los mercados de capitales de algunos países latinoamericanos y asiáticos – después de desempeños espectaculares en 2010– ha apagado un poco el brillo de la moda de las inversiones en los países emergentes. No obstante, el dinero sigue llegando.
Esta invasión de dólares está haciendo que la gestión macroeconómica en los países emergentes sea aún más difícil que de costumbre. Si se prevé que los precios elevados de las materias primas persistirán, cierto fortalecimiento de las monedas es a la vez deseable e inevitable. Pero entre un ajuste ordenado ante el cambio de las condiciones y una reacción exagerada del mercado hay una línea muy sutil; y las personas sensatas de muchas de las capitales de los países emergentes se están preguntando si ya hemos cruzado esa línea.
La pérdida de competitividad de las exportaciones como resultado de monedas excesivamente fuertes no es el único problema. Las enormes entradas de capital provocaron burbujas inmobiliarias y de los mercados de valores en los Estados Unidos y partes de Europa. Actualmente, algunos responsables del diseño de políticas de América Latina a quienes les preocupa que pueda suceder lo mismo en sus países están buscando herramientas de política para impedirlo.
Como resultado, la política llamada de “facilitación cuantitativa” de la Reserva Federal de los Estados Unidos se está desplazando hacia el sur, donde adopta la forma de intervención en el mercado de divisas. Si los bancos centrales de los países ricos pueden comprar bonos a largo plazo, los bancos centrales de los países emergentes pueden comprar bonos denominados en dólares. Incluso países que practican el establecimiento de objetivos de inflación y que por lo demás se han comprometido a dejar que sus tipos de cambio floten – Brasil, Colombia, Perú y Chile por ejemplo*– lo han hecho, y en grandes cantidades.
Se debe prever que las políticas macrocautelares se irán también al sur– y que en ese proceso se redefinirán. Si la compra de dólares no es suficiente para detener la oleada de apreciación, las instancias de reglamentación de las economías emergentes levantarán una serie de barreras de otro tipo para que el dinero no entre.
Todas estas políticas tienen costos. No son las mejores respuestas de política local a un mecanismo inoperante de ajuste (o no ajuste) internacional. Un mejor sistema para reequilibrar la economía mundial es tan necesario como improbable. Todo lo que podemos esperar es el próximo comunicado del G-20.