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Mohamed A. El-Erian es máximo responsable ejecutivo (CEO) y máximo responsable de información (CIO) de PIMCO y ha escrito este artículo para Project Syndicate:
Es una cuestión que muchos en Washington D.C. están deseosos por descartar como “transitoria”, a pesar de la evidencia visible que indica todo lo contrario. Es extremadamente vulnerable a los elevados precios del petróleo y los alimentos. Y socava las presunciones operacionales que apuntalan la caracterización de larga data de la economía estadounidense como una economía vibrante y receptiva.
La cuestión es la magnitud y la composición del desempleo en Estados Unidos –un problema que todavía no ha sido reconocido como corresponde por su impacto cada vez más perjudicial en el tejido social del país, su potencial económico y su posición fiscal y dinámica de deuda, ya bastante frágil.
Empecemos por los datos:
· En un 8,8% casi tres años después del estallido de la crisis financiera global, la tasa de desempleo de Estados Unidos sigue tenazmente (e inusualmente) alta;
· En lugar de reflejar una creación de empleos, gran parte de las mejoras de los últimos meses (con respecto al 9.8% en noviembre del año pasado) se deben a los trabajadores que salieron de la fuerza laboral, lo que llevó la participación de la fuerza laboral a un mínimo de 64,2%, que no se registraba desde hacía muchos años;
· Si se incluyen los trabajadores de tiempo parcial ansiosos por trabajar jornada completa, casi uno de cada seis trabajadores en Estados Unidos están subempleados o directamente desempleados;
· Más de seis millones de trabajadores han estado desempleados durante más de seis meses, y cuatro millones, por más de un año;
· El desempleo entre los jóvenes de 16 a 19 años está en un asombroso 24%;
· Prácticamente sin ingresos generados y con ahorros menguantes, los desempleados están en peores condiciones para poder hacer frente al alza de los precios del combustible y los alimentos, decididamente no tienen acceso al crédito y muchos tienen una deuda hipotecaria que excede el valor de sus viviendas.
Estos y otros muchos factores hablan de una realidad desagradable e inusual para Estados Unidos. El país ahora tiene un problema de desempleo que es grande en magnitud y cada vez más estructural en naturaleza. Las consecuencias son multifacéticas e implican una angustia personal inmediata, crecientes tensiones sociales y políticas, pérdidas económicas y presiones presupuestarias.
Esto es mucho más que un problema para el aquí y ahora. Un desempleo alto e inextricable tiene serias consecuencias negativas a largo plazo que amenazan con volverse exponencialmente peores. Esto es una crisis.
La investigación internacional sustancial demuestra que cuanto más tiempo uno está desempleado, más cuesta conseguir un empleo. Esto erosiona la base de habilidades de una economía y mina sus capacidades productivas a largo plazo. Y, si el desempleo es particularmente profundo entre los jóvenes, como sucede hoy en día, un alto porcentaje de los desempleados corren el riego de volverse inempleables.
Sin duda, la Gran Recesión desatada por la crisis financiera global contribuyó a agravar esta situación preocupante. Desafortunadamente, el problema es mucho más profundo, ya que se venía gestando desde hacía mucho tiempo.
En su origen, la crisis de empleos de Estados Unidos es el resultado de muchos años de desinversión en recursos humanos y en los sectores sociales. El sistema educativo estuvo rezagado respecto del progreso registrado en otros países. Las iniciativas de reentrenamiento laboral han sido deplorablemente inadecuadas. La movilidad laboral viene registrando una caída. Y se ha dedicado una atención insuficiente a mantener una adecuada red de seguridad social.
Estas realidades se vieron empañadas por la locura que caracterizó a la “Edad de Oro” del apalancamiento, el crédito y el derecho de endeudamiento previa al 2008 en Estados Unidos, que alimentó un auge gigantesco pero insostenible en la construcción, la vivienda, el ocio y el comercio minorista. La resultante creación de empleos, aunque temporaria, adormeció a los responsables de las políticas hasta caer en la complacencia sobre lo que realmente estaba sucediendo en el mercado laboral. Cuando el auge se convirtió en un descalabro prolongado, las ineficiencias de la situación laboral a más largo plazo se volvieron visibles a los ojos de cualquiera que se preocupara por mirar, y son alarmantes.
Librado a sus propios mecanismos, el problema del desempleo de Estados Unidos se profundizará. Esto ampliará la ya importante brecha entre los que tienen y los que no tienen en el país. Socavará las capacidades y la productividad del mercado laboral. Acentuará la carga impuesta a la cantidad cada vez menor de personas que permanecen en la fuerza laboral y tienen empleos. Y hará que resulte aún más difícil encontrar una solución a mediano plazo para la dinámica de deuda pública y déficit que es cada vez peor en Estados Unidos.
El gobierno estadunidense tiene poco tiempo que perder si quiere evitar un problema de desempleo más prolongado y arraigado. Debe tomar medidas ahora para abordar las causas del problema a través de programas de muchos años que van desde la reestructuración educativa y el reentrenamiento de los trabajadores hasta una mejora de la productividad y una reforma del sector de la vivienda. Y debe hacerlo al mismo tiempo que protege mejor a quienes están desempleados desde hace mucho tiempo, muchos de los cuales tienen escasa responsabilidad por sus aprietos actuales, alguna vez impensables y desafortunadamente de larga data.
Ya es hora de que Estados Unidos se despierte y enfrente de una manera holística su crisis de desempleo. Como sabe cualquiera que alguna vez haya tenido un trabajo indigerible, apagar el despertador y taparse la cabeza con la sábana no es la solución.
Es una cuestión que muchos en Washington D.C. están deseosos por descartar como “transitoria”, a pesar de la evidencia visible que indica todo lo contrario. Es extremadamente vulnerable a los elevados precios del petróleo y los alimentos. Y socava las presunciones operacionales que apuntalan la caracterización de larga data de la economía estadounidense como una economía vibrante y receptiva.
La cuestión es la magnitud y la composición del desempleo en Estados Unidos –un problema que todavía no ha sido reconocido como corresponde por su impacto cada vez más perjudicial en el tejido social del país, su potencial económico y su posición fiscal y dinámica de deuda, ya bastante frágil.
Empecemos por los datos:
· En un 8,8% casi tres años después del estallido de la crisis financiera global, la tasa de desempleo de Estados Unidos sigue tenazmente (e inusualmente) alta;
· En lugar de reflejar una creación de empleos, gran parte de las mejoras de los últimos meses (con respecto al 9.8% en noviembre del año pasado) se deben a los trabajadores que salieron de la fuerza laboral, lo que llevó la participación de la fuerza laboral a un mínimo de 64,2%, que no se registraba desde hacía muchos años;
· Si se incluyen los trabajadores de tiempo parcial ansiosos por trabajar jornada completa, casi uno de cada seis trabajadores en Estados Unidos están subempleados o directamente desempleados;
· Más de seis millones de trabajadores han estado desempleados durante más de seis meses, y cuatro millones, por más de un año;
· El desempleo entre los jóvenes de 16 a 19 años está en un asombroso 24%;
· Prácticamente sin ingresos generados y con ahorros menguantes, los desempleados están en peores condiciones para poder hacer frente al alza de los precios del combustible y los alimentos, decididamente no tienen acceso al crédito y muchos tienen una deuda hipotecaria que excede el valor de sus viviendas.
Estos y otros muchos factores hablan de una realidad desagradable e inusual para Estados Unidos. El país ahora tiene un problema de desempleo que es grande en magnitud y cada vez más estructural en naturaleza. Las consecuencias son multifacéticas e implican una angustia personal inmediata, crecientes tensiones sociales y políticas, pérdidas económicas y presiones presupuestarias.
Esto es mucho más que un problema para el aquí y ahora. Un desempleo alto e inextricable tiene serias consecuencias negativas a largo plazo que amenazan con volverse exponencialmente peores. Esto es una crisis.
La investigación internacional sustancial demuestra que cuanto más tiempo uno está desempleado, más cuesta conseguir un empleo. Esto erosiona la base de habilidades de una economía y mina sus capacidades productivas a largo plazo. Y, si el desempleo es particularmente profundo entre los jóvenes, como sucede hoy en día, un alto porcentaje de los desempleados corren el riego de volverse inempleables.
Sin duda, la Gran Recesión desatada por la crisis financiera global contribuyó a agravar esta situación preocupante. Desafortunadamente, el problema es mucho más profundo, ya que se venía gestando desde hacía mucho tiempo.
En su origen, la crisis de empleos de Estados Unidos es el resultado de muchos años de desinversión en recursos humanos y en los sectores sociales. El sistema educativo estuvo rezagado respecto del progreso registrado en otros países. Las iniciativas de reentrenamiento laboral han sido deplorablemente inadecuadas. La movilidad laboral viene registrando una caída. Y se ha dedicado una atención insuficiente a mantener una adecuada red de seguridad social.
Estas realidades se vieron empañadas por la locura que caracterizó a la “Edad de Oro” del apalancamiento, el crédito y el derecho de endeudamiento previa al 2008 en Estados Unidos, que alimentó un auge gigantesco pero insostenible en la construcción, la vivienda, el ocio y el comercio minorista. La resultante creación de empleos, aunque temporaria, adormeció a los responsables de las políticas hasta caer en la complacencia sobre lo que realmente estaba sucediendo en el mercado laboral. Cuando el auge se convirtió en un descalabro prolongado, las ineficiencias de la situación laboral a más largo plazo se volvieron visibles a los ojos de cualquiera que se preocupara por mirar, y son alarmantes.
Librado a sus propios mecanismos, el problema del desempleo de Estados Unidos se profundizará. Esto ampliará la ya importante brecha entre los que tienen y los que no tienen en el país. Socavará las capacidades y la productividad del mercado laboral. Acentuará la carga impuesta a la cantidad cada vez menor de personas que permanecen en la fuerza laboral y tienen empleos. Y hará que resulte aún más difícil encontrar una solución a mediano plazo para la dinámica de deuda pública y déficit que es cada vez peor en Estados Unidos.
El gobierno estadunidense tiene poco tiempo que perder si quiere evitar un problema de desempleo más prolongado y arraigado. Debe tomar medidas ahora para abordar las causas del problema a través de programas de muchos años que van desde la reestructuración educativa y el reentrenamiento de los trabajadores hasta una mejora de la productividad y una reforma del sector de la vivienda. Y debe hacerlo al mismo tiempo que protege mejor a quienes están desempleados desde hace mucho tiempo, muchos de los cuales tienen escasa responsabilidad por sus aprietos actuales, alguna vez impensables y desafortunadamente de larga data.
Ya es hora de que Estados Unidos se despierte y enfrente de una manera holística su crisis de desempleo. Como sabe cualquiera que alguna vez haya tenido un trabajo indigerible, apagar el despertador y taparse la cabeza con la sábana no es la solución.