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Andrés Velasco es ex ministro de Hacienda de Chile y ha escrito este artículo para Project Syndicate:
El Banco Interamericano de Desarrollo declaró el pasado mes de julio que éste sería el “decenio de América Latina”. Unos meses después, The Economist hizo suya esa idea, que desde entonces han repetido innumerables apologistas y expertos.
Nada hay como un poco de crecimiento económico para hacer salivar a los expertos y América Latina está creciendo: un seis por ciento el año pasado y un 4,75 por ciento, aproximadamente en 2011, según el Fondo Monetario Internacional. En comparación con los resultados, más bien flojos, a lo largo de los tres últimos decenios, parece casi velocidad de despegue y, en comparación con la reciente y deprimente ejecutoria de Norteamérica y Europa, parece claramente supersónico. Los mercados de valores de América Latina han experimentado una marcada subida desde la crisis, como también los precios de la propiedad inmobiliaria en los pocos países que recopilan datos sobre los valores de la viviendas. No es de extrañar que tantos estén tan entusiasmados.
La impresión sobre América Latina fue igualmente optimista al comienzo del decenio de 1980. Había abundancia de préstamos de bancos de los EE.UU. y países como la Argentina, Chile y el Uruguay estaban creciendo rápidamente, pero entonces Paul Volcker aumentó los tipos de interés en los EE.UU., los dólares volvieron a casa, la mayoría de los países no pagaron sus deudas y el decenio de 1980 se convirtió en un “decenio perdido” para América Latina.
A comienzos y a mediados del decenio de 1990, se produjo otra ola de optimismo. Los precios de los productos básicos estaban altos, había abundante financiación exterior y muchos países latinoamericanos crecieron. Tras adoptar las reformas liberalizadoras dictadas por el Consenso de Washington, se consideraba que América Latina había empezado a mejorar, pero entonces se produjo la “crisis del tequila” de México en 1994, seguida del desplome asiático, que afectó duramente a las economías latinoamericanas. El Brasil explotó en 1998 y la Argentina se desplomó en 2001.
No pretendo dar a entender que América Latina esté al borde de otra crisis de la deuda ni mucho menos. En muchos países –incluidos el Brasil, el Perú y Colombia– la gestión macroeconómica es mucho mejor que en el decenio de 1980 o a comienzos del de 1990.
Pero la situación actual comparte dos características con los episodios anteriores de euforia financiera sobre América Latina: precios por las nubes de los productos básicos y dinero internacional barato. En realidad, para muchos de los países de la región la relación de intercambio es mejor y los tipos de interés mundiales pertinentes menores de lo que han sido jamás. Esos factores, más que cambio virtuoso alguno de políticas en los últimos años, están impulsando el crecimiento.
De hecho, hoy hay dos Latinoaméricas: Sudamérica, rica en recursos naturales, y Centroamérica y México, pobres en recursos naturales. No es de extrañar que Sudamérica esté creciendo mucho más rápidamente que sus vecinos del Norte: 4,4 por ciento frente a 2,7 por ciento en el período 2010-11, según un reciente informe del Banco Interamericano de Desarrollo. El informe considera que la economía de la Argentina crecerá un 6,1 por ciento en ese período, mientras que la de Costa Rica lo hará un 3,8 por ciento y la de El Salvador tan sólo un 1,6 por ciento. ¿Existe siquiera un solo economista que crea que las políticas de la Argentina son cuatro veces mejores que las de El Salvador?
También una abundancia de capital internacional está influyendo. Recientemente, el niño mimado de los mercados financieros ha sido el Brasil, que en 2010 creció a la velocidad de vértigo de un 7,5 por ciento, impulsado por casi 100.000 millones de dólares en entradas de capitales. De aquí a 2016, el Brasil habrá albergado el Campeonato Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos.
Pocos pondrán en duda la primacía del Brasil en materia de fútbol, pero su competitividad económica es otra historia. En ese campeonato, el Brasil ni siquiera llega a la ronda disputada por 32 equipos, pues ocupa el puesto 58º en la clasificación por competitividad de 139 países compilada por el Foro Económico Mundial. Por encima del Brasil vemos a Montenegro, Mauricio y Azerbaiyán.
En el pasado, episodios de dinero baratísimo y precios de los productos básicos por las nubes acabaron mal para América Latina. ¿Será diferente esta vez?
Perdonen la respuesta típica de economista: todo depende. En primer lugar, depende de si los países pueden impedir que se desarrollen burbujas financieras. El FMI preguntaba en un informe reciente: “¿Están afianzándose unas condiciones que propicien burbujas?” Después de señalar un enorme crecimiento del crédito en la mayoría de los países sudamericanos (en el Brasil, el crecimiento de los créditos hipotecarios superó el 40 por ciento durante 2010, con lo que se triplicó el volumen de crédito pendiente en 2007), el Fondo concluyó que “el aumento actual aún no llega al nivel de un auge crediticio”, aunque “así sería, si el aumento se mantuviera durante un período prolongado”.
Obsérvese ese “aún no”. Cuando un médico dice que un paciente “aún no” está muerto, los familiares deben empezar a preocuparse.
En el mismo informe, el FMI dio la alarma sobre posibles burbujas de acciones, al señalar que “los precios de las acciones están actualmente en niveles superiores a la norma en la mayoría de los países, con algunas señales de apreciaciones exageradas en algunos de ellos (Chile, Colombia y el Perú)”. En Chile, el informe provocó negativas airadas de los agentes de bolsa y los gestores de fondos que se ganan la vida vendiendo acciones chilenas a los inversores.
También depende de la política fiscal que el episodio acabe o no con lágrimas. En otro tiempo, en América Latina las políticas fiscales eran extraordinariamente procíclicas: siempre que bajaban los precios de los productos básicos, los gobiernos perdían el acceso a los mercados de capitales, por lo que debían eliminar sus déficits justo cuando las condiciones requerían una expansión fiscal.
Eso ha empezado a cambiar lentamente. En vista de que la deuda pública era muy inferior a la del pasado, varios países latinoamericanos mantuvieron déficits anticíclicos por primera vez en 2009, con lo que amortiguaron las repercusiones interiores del golpe exterior resultante de la crisis financiera mundial.
El problema estriba en que los gobiernos de la región aún no han comprendido que la política fiscal anticíclica equivale a remar contra la corriente en los dos momentos del ciclo: gastar más en los malos tiempos (el momento fácil) y gastar menos en los buenos tiempos (la verdadera prueba de la virtud). Hoy la política fiscal sigue siendo demasiado expansiva en prácticamente todos los países latinoamericanos.
Ese impulso fiscal, junto con unos precios altos de los productos básicos y un crédito abundante, sigue alimentando el crecimiento económico actual, con frecuencia a expensas de la estabilidad y del crecimiento futuros. Ha llegado la hora de América Latina, seguirán diciendo demasiados expertos. Ojalá estén en lo cierto.
El Banco Interamericano de Desarrollo declaró el pasado mes de julio que éste sería el “decenio de América Latina”. Unos meses después, The Economist hizo suya esa idea, que desde entonces han repetido innumerables apologistas y expertos.
Nada hay como un poco de crecimiento económico para hacer salivar a los expertos y América Latina está creciendo: un seis por ciento el año pasado y un 4,75 por ciento, aproximadamente en 2011, según el Fondo Monetario Internacional. En comparación con los resultados, más bien flojos, a lo largo de los tres últimos decenios, parece casi velocidad de despegue y, en comparación con la reciente y deprimente ejecutoria de Norteamérica y Europa, parece claramente supersónico. Los mercados de valores de América Latina han experimentado una marcada subida desde la crisis, como también los precios de la propiedad inmobiliaria en los pocos países que recopilan datos sobre los valores de la viviendas. No es de extrañar que tantos estén tan entusiasmados.
La impresión sobre América Latina fue igualmente optimista al comienzo del decenio de 1980. Había abundancia de préstamos de bancos de los EE.UU. y países como la Argentina, Chile y el Uruguay estaban creciendo rápidamente, pero entonces Paul Volcker aumentó los tipos de interés en los EE.UU., los dólares volvieron a casa, la mayoría de los países no pagaron sus deudas y el decenio de 1980 se convirtió en un “decenio perdido” para América Latina.
A comienzos y a mediados del decenio de 1990, se produjo otra ola de optimismo. Los precios de los productos básicos estaban altos, había abundante financiación exterior y muchos países latinoamericanos crecieron. Tras adoptar las reformas liberalizadoras dictadas por el Consenso de Washington, se consideraba que América Latina había empezado a mejorar, pero entonces se produjo la “crisis del tequila” de México en 1994, seguida del desplome asiático, que afectó duramente a las economías latinoamericanas. El Brasil explotó en 1998 y la Argentina se desplomó en 2001.
No pretendo dar a entender que América Latina esté al borde de otra crisis de la deuda ni mucho menos. En muchos países –incluidos el Brasil, el Perú y Colombia– la gestión macroeconómica es mucho mejor que en el decenio de 1980 o a comienzos del de 1990.
Pero la situación actual comparte dos características con los episodios anteriores de euforia financiera sobre América Latina: precios por las nubes de los productos básicos y dinero internacional barato. En realidad, para muchos de los países de la región la relación de intercambio es mejor y los tipos de interés mundiales pertinentes menores de lo que han sido jamás. Esos factores, más que cambio virtuoso alguno de políticas en los últimos años, están impulsando el crecimiento.
De hecho, hoy hay dos Latinoaméricas: Sudamérica, rica en recursos naturales, y Centroamérica y México, pobres en recursos naturales. No es de extrañar que Sudamérica esté creciendo mucho más rápidamente que sus vecinos del Norte: 4,4 por ciento frente a 2,7 por ciento en el período 2010-11, según un reciente informe del Banco Interamericano de Desarrollo. El informe considera que la economía de la Argentina crecerá un 6,1 por ciento en ese período, mientras que la de Costa Rica lo hará un 3,8 por ciento y la de El Salvador tan sólo un 1,6 por ciento. ¿Existe siquiera un solo economista que crea que las políticas de la Argentina son cuatro veces mejores que las de El Salvador?
También una abundancia de capital internacional está influyendo. Recientemente, el niño mimado de los mercados financieros ha sido el Brasil, que en 2010 creció a la velocidad de vértigo de un 7,5 por ciento, impulsado por casi 100.000 millones de dólares en entradas de capitales. De aquí a 2016, el Brasil habrá albergado el Campeonato Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos.
Pocos pondrán en duda la primacía del Brasil en materia de fútbol, pero su competitividad económica es otra historia. En ese campeonato, el Brasil ni siquiera llega a la ronda disputada por 32 equipos, pues ocupa el puesto 58º en la clasificación por competitividad de 139 países compilada por el Foro Económico Mundial. Por encima del Brasil vemos a Montenegro, Mauricio y Azerbaiyán.
En el pasado, episodios de dinero baratísimo y precios de los productos básicos por las nubes acabaron mal para América Latina. ¿Será diferente esta vez?
Perdonen la respuesta típica de economista: todo depende. En primer lugar, depende de si los países pueden impedir que se desarrollen burbujas financieras. El FMI preguntaba en un informe reciente: “¿Están afianzándose unas condiciones que propicien burbujas?” Después de señalar un enorme crecimiento del crédito en la mayoría de los países sudamericanos (en el Brasil, el crecimiento de los créditos hipotecarios superó el 40 por ciento durante 2010, con lo que se triplicó el volumen de crédito pendiente en 2007), el Fondo concluyó que “el aumento actual aún no llega al nivel de un auge crediticio”, aunque “así sería, si el aumento se mantuviera durante un período prolongado”.
Obsérvese ese “aún no”. Cuando un médico dice que un paciente “aún no” está muerto, los familiares deben empezar a preocuparse.
En el mismo informe, el FMI dio la alarma sobre posibles burbujas de acciones, al señalar que “los precios de las acciones están actualmente en niveles superiores a la norma en la mayoría de los países, con algunas señales de apreciaciones exageradas en algunos de ellos (Chile, Colombia y el Perú)”. En Chile, el informe provocó negativas airadas de los agentes de bolsa y los gestores de fondos que se ganan la vida vendiendo acciones chilenas a los inversores.
También depende de la política fiscal que el episodio acabe o no con lágrimas. En otro tiempo, en América Latina las políticas fiscales eran extraordinariamente procíclicas: siempre que bajaban los precios de los productos básicos, los gobiernos perdían el acceso a los mercados de capitales, por lo que debían eliminar sus déficits justo cuando las condiciones requerían una expansión fiscal.
Eso ha empezado a cambiar lentamente. En vista de que la deuda pública era muy inferior a la del pasado, varios países latinoamericanos mantuvieron déficits anticíclicos por primera vez en 2009, con lo que amortiguaron las repercusiones interiores del golpe exterior resultante de la crisis financiera mundial.
El problema estriba en que los gobiernos de la región aún no han comprendido que la política fiscal anticíclica equivale a remar contra la corriente en los dos momentos del ciclo: gastar más en los malos tiempos (el momento fácil) y gastar menos en los buenos tiempos (la verdadera prueba de la virtud). Hoy la política fiscal sigue siendo demasiado expansiva en prácticamente todos los países latinoamericanos.
Ese impulso fiscal, junto con unos precios altos de los productos básicos y un crédito abundante, sigue alimentando el crecimiento económico actual, con frecuencia a expensas de la estabilidad y del crecimiento futuros. Ha llegado la hora de América Latina, seguirán diciendo demasiados expertos. Ojalá estén en lo cierto.