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Michael Spence es premio Nobel de economía y ha escrito este artículo para Prpject Syndicate:
La característica más llamativa de la economía global en la actualidad es la magnitud y la interconexión de los riesgos macroeconómicos que afronta. El período posterior a la crisis ha producido un mundo con múltiples velocidades, cuando las más importantes economías avanzadas –con la notable excepción de Alemania– lidian con un crecimiento escaso y un gran desempleo, mientras que las principales economías con mercados en ascenso (el Brasil, China, la India, Indonesia y Rusia) han recuperado los niveles de crecimiento anteriores a la crisis.
Esa divergencia se refleja en las finanzas públicas. Las proporciones deuda-PIB de las economías en ascenso están reduciéndose hasta el nivel del 40 por ciento, mientras que las de las economías avanzadas están acercándose al del ciento por ciento, por término medio. Ni Europa ni los Estados Unidos han preparado planes creíbles a medio plazo para estabilizar sus posiciones fiscales. La inestabilidad del tipo de cambio euro-dólar refleja la incertidumbre sobre cuál lado del Atlántico afrontará riesgos mayores.
En Europa, la consecuencia de ello han sido varias rebajas de la calificación de la deuda soberana de los países que tienen una situación más difícil, acompañadas de episodios de contagio que han afectado al euro. Parece probable que se repitan.
En cuanto a los Estados Unidos, Moody’s hizo pública recientemente una advertencia sobre la deuda soberana del país ante la incertidumbre sobre la disposición del Congreso a aumentar el límite máximo de la deuda en medio de un debate con posiciones muy partidistas sobre el déficit. Los dos problemas –el límite máximo de la deuda y un plan creíble de reducción del déficit– siguen sin haberse resuelto.
Además, el crecimiento económico en los EE.UU es débil y parece deberse principalmente a los segmentos del sector de los productos comercializables que reciben la demanda de los mercados en ascenso y se benefician de ella. El sector de los productos no comercializables, que creó prácticamente todos los nuevos puestos de trabajo en los dos decenios anteriores a la crisis, está estancado a causa de una escasez de demanda interna y unos presupuestos gubernamentales gravemente limitados. El resultado es un desempleo persistente. Entretanto, el sector de productos comercializables no es lo bastante grande desde el punto de vista de la competitividad para impulsar el crecimiento y el empleo.
En cambio, los rápidos crecimiento y urbanización de los países con mercados en ascenso están creando un auge de la inversión mundial, documentado en un reciente estudio del McKinsey Global Institute. Una probable consecuencia de ello es la de que el costo del capital aumentará en los próximos años, lo que someterá a presiones a unas entidades muy apalancadas, incluidos los gobiernos que se han acostumbrado a una situación con tipos de interés bajos y podrían no prever ese cambio.
Los países con persistentes déficits estructurales por cuenta corriente tendrán que afrontar costos de financiación exterior suplementarios y acabarán agotando sus límites de apalancamiento. En ese momento, resultará clara la debilidad de la productividad y la competitividad de sus sectores de productos comercializables.
Habrá que hacer ajustes. Las opciones son unos niveles mayores de inversión financiados por el ahorro interno, un aumento de la productividad y una mayor competitividad o ingresos reales estancados, pues la reequilibración se hace mediante el mecanismo de tipos de cambio (o una gran dosis de deflación interna en los países de la zona del euro que tienen problemas de deuda, pues no pueden fijar sus tipos de cambio).
Muchos de esos problemas estructurales no estaban a la vista antes de la crisis, por lo que las reacciones de los mercados y de las políticas se retrasaron. En los EE.UU. el exceso de consumo interno, basado en una burbuja de activos alimentada por la deuda, ayudó a sostener el empleo y el crecimiento, pese a que la cuenta corriente daba señales preocupantes. En varios países europeos, los gobiernos, ayudados por unos tipos de interés bajos, colmaron el desfase creado por una productividad rezagada.
En todos los casos, las evaluaciones del equilibrio fiscal se basaron erróneamente en la supuesta estabilidad y sostenibilidad de las vías de crecimiento existentes. La suposición de que una situación favorable en cuanto a crecimiento y tipos de interés sería permanente propició un fracaso en gran escala de la política fiscal anticíclica en las economías avanzadas, pues los déficits presupuestarios se volvieron crónicos, en lugar de ser una simple reacción ante la demanda interna deprimida.
En los mercados en ascenso, el crecimiento de China es decisivo, por su tamaño y su importancia como mercado exportador para el Brasil, la India, Corea del Sur, el Japón e incluso Alemania, pero la inflación es una amenaza doble para China, que pone en peligro tanto el crecimiento económico como la cohesión interna. La vivienda se ha vuelto prohibitiva para muchos jóvenes que entran a formar parte de la fuerza laboral. La de contener la inflación de precios y activos sin socavar el crecimiento será una operación equilibradora difícil.
Además, China comparte con los EE.UU. el imperativo de limitar el aumento de la desigualdad de los ingresos. En los dos casos, los motores del empleo deben seguir funcionando o ponerse de nuevo en marcha para prevenir la inestabilidad política y los disturbios sociales. El proteccionismo en gran escala no es un resultado probable –al menos no aún–, pero, si no se abordan adecuadamente las cuestiones del empleo y de la redistribución, la situación al respecto podría cambiar.
Para Asia, que es relativamente pobre en recursos en comparación con Oriente Medio, América Latina y África, el aumento del costo de los productos básicos, impulsado en parte por el crecimiento de los mercados en ascenso, es un motivo de preocupación. También la seguridad energética es un factor de riesgo, en particular dados los inciertos resultados de los levantamientos populares en Oriente Medio.
El crecimiento de los mercados en ascenso es el dato positivo que presenta el mundo y parece que va a ser sostenible justo cuando los países avanzados experimentan un largo período de reequilibración y crecimiento lento, pero aun en ellos acechan los riesgos. Una importante contracción en Europa o los Estados Unidos tendría importantes repercusiones negativas en esas economías, que pueden crear suficiente demanda suplementaria para sostener su propio crecimiento, pero no para compensar una gran reducción de la demanda en los países avanzados.
Los mercados pueden haber tenido en cuenta el efecto combinado de esos riesgos en el nivel macroeconómico, que ahora son omnipresentes y están en correlación, pero lo dudo. No obstante, todos los países comparten un gran interés inmediato en reducirlos. Esperemos que la concienciación al respecto infunda una muy necesaria sensación de urgencia a las reacciones normativas nacionales, como también a las medidas adoptadas por el G-20 y otros órganos internacionales para mejorar la coordinación internacional de las políticas.
Traducido del inglés por Carlos Manzano
La característica más llamativa de la economía global en la actualidad es la magnitud y la interconexión de los riesgos macroeconómicos que afronta. El período posterior a la crisis ha producido un mundo con múltiples velocidades, cuando las más importantes economías avanzadas –con la notable excepción de Alemania– lidian con un crecimiento escaso y un gran desempleo, mientras que las principales economías con mercados en ascenso (el Brasil, China, la India, Indonesia y Rusia) han recuperado los niveles de crecimiento anteriores a la crisis.
Esa divergencia se refleja en las finanzas públicas. Las proporciones deuda-PIB de las economías en ascenso están reduciéndose hasta el nivel del 40 por ciento, mientras que las de las economías avanzadas están acercándose al del ciento por ciento, por término medio. Ni Europa ni los Estados Unidos han preparado planes creíbles a medio plazo para estabilizar sus posiciones fiscales. La inestabilidad del tipo de cambio euro-dólar refleja la incertidumbre sobre cuál lado del Atlántico afrontará riesgos mayores.
En Europa, la consecuencia de ello han sido varias rebajas de la calificación de la deuda soberana de los países que tienen una situación más difícil, acompañadas de episodios de contagio que han afectado al euro. Parece probable que se repitan.
En cuanto a los Estados Unidos, Moody’s hizo pública recientemente una advertencia sobre la deuda soberana del país ante la incertidumbre sobre la disposición del Congreso a aumentar el límite máximo de la deuda en medio de un debate con posiciones muy partidistas sobre el déficit. Los dos problemas –el límite máximo de la deuda y un plan creíble de reducción del déficit– siguen sin haberse resuelto.
Además, el crecimiento económico en los EE.UU es débil y parece deberse principalmente a los segmentos del sector de los productos comercializables que reciben la demanda de los mercados en ascenso y se benefician de ella. El sector de los productos no comercializables, que creó prácticamente todos los nuevos puestos de trabajo en los dos decenios anteriores a la crisis, está estancado a causa de una escasez de demanda interna y unos presupuestos gubernamentales gravemente limitados. El resultado es un desempleo persistente. Entretanto, el sector de productos comercializables no es lo bastante grande desde el punto de vista de la competitividad para impulsar el crecimiento y el empleo.
En cambio, los rápidos crecimiento y urbanización de los países con mercados en ascenso están creando un auge de la inversión mundial, documentado en un reciente estudio del McKinsey Global Institute. Una probable consecuencia de ello es la de que el costo del capital aumentará en los próximos años, lo que someterá a presiones a unas entidades muy apalancadas, incluidos los gobiernos que se han acostumbrado a una situación con tipos de interés bajos y podrían no prever ese cambio.
Los países con persistentes déficits estructurales por cuenta corriente tendrán que afrontar costos de financiación exterior suplementarios y acabarán agotando sus límites de apalancamiento. En ese momento, resultará clara la debilidad de la productividad y la competitividad de sus sectores de productos comercializables.
Habrá que hacer ajustes. Las opciones son unos niveles mayores de inversión financiados por el ahorro interno, un aumento de la productividad y una mayor competitividad o ingresos reales estancados, pues la reequilibración se hace mediante el mecanismo de tipos de cambio (o una gran dosis de deflación interna en los países de la zona del euro que tienen problemas de deuda, pues no pueden fijar sus tipos de cambio).
Muchos de esos problemas estructurales no estaban a la vista antes de la crisis, por lo que las reacciones de los mercados y de las políticas se retrasaron. En los EE.UU. el exceso de consumo interno, basado en una burbuja de activos alimentada por la deuda, ayudó a sostener el empleo y el crecimiento, pese a que la cuenta corriente daba señales preocupantes. En varios países europeos, los gobiernos, ayudados por unos tipos de interés bajos, colmaron el desfase creado por una productividad rezagada.
En todos los casos, las evaluaciones del equilibrio fiscal se basaron erróneamente en la supuesta estabilidad y sostenibilidad de las vías de crecimiento existentes. La suposición de que una situación favorable en cuanto a crecimiento y tipos de interés sería permanente propició un fracaso en gran escala de la política fiscal anticíclica en las economías avanzadas, pues los déficits presupuestarios se volvieron crónicos, en lugar de ser una simple reacción ante la demanda interna deprimida.
En los mercados en ascenso, el crecimiento de China es decisivo, por su tamaño y su importancia como mercado exportador para el Brasil, la India, Corea del Sur, el Japón e incluso Alemania, pero la inflación es una amenaza doble para China, que pone en peligro tanto el crecimiento económico como la cohesión interna. La vivienda se ha vuelto prohibitiva para muchos jóvenes que entran a formar parte de la fuerza laboral. La de contener la inflación de precios y activos sin socavar el crecimiento será una operación equilibradora difícil.
Además, China comparte con los EE.UU. el imperativo de limitar el aumento de la desigualdad de los ingresos. En los dos casos, los motores del empleo deben seguir funcionando o ponerse de nuevo en marcha para prevenir la inestabilidad política y los disturbios sociales. El proteccionismo en gran escala no es un resultado probable –al menos no aún–, pero, si no se abordan adecuadamente las cuestiones del empleo y de la redistribución, la situación al respecto podría cambiar.
Para Asia, que es relativamente pobre en recursos en comparación con Oriente Medio, América Latina y África, el aumento del costo de los productos básicos, impulsado en parte por el crecimiento de los mercados en ascenso, es un motivo de preocupación. También la seguridad energética es un factor de riesgo, en particular dados los inciertos resultados de los levantamientos populares en Oriente Medio.
El crecimiento de los mercados en ascenso es el dato positivo que presenta el mundo y parece que va a ser sostenible justo cuando los países avanzados experimentan un largo período de reequilibración y crecimiento lento, pero aun en ellos acechan los riesgos. Una importante contracción en Europa o los Estados Unidos tendría importantes repercusiones negativas en esas economías, que pueden crear suficiente demanda suplementaria para sostener su propio crecimiento, pero no para compensar una gran reducción de la demanda en los países avanzados.
Los mercados pueden haber tenido en cuenta el efecto combinado de esos riesgos en el nivel macroeconómico, que ahora son omnipresentes y están en correlación, pero lo dudo. No obstante, todos los países comparten un gran interés inmediato en reducirlos. Esperemos que la concienciación al respecto infunda una muy necesaria sensación de urgencia a las reacciones normativas nacionales, como también a las medidas adoptadas por el G-20 y otros órganos internacionales para mejorar la coordinación internacional de las políticas.
Traducido del inglés por Carlos Manzano