Por Martin Wolf – Financial Times
Hasta 1990, Japón era la gran economía más exitosa del mundo. Casi nadie anticipaba lo que le ocurriría en las décadas siguientes. Hoy, las personas están aún más asombradas de los logros de China. ¿Es concebible que este coloso aprenda que el éxito espectacular es el precursor de un fracaso sorprendente? La respuesta es sí.
El producto interno bruto per cápita de Japón (a paridad de poder de compra) saltó desde un quinto de los niveles estadounidenses en 1950 a 90% en 1990. Pero esta convergencia espectacular entró en reversa: para 2010, el PIB per cápita de Japón había caído a 76% de los niveles estadounidenses. El PIB per cápita de China saltó de 3% del nivel estadounidense en 1978, cuando comenzó la "reforma y apertura" de Deng Xiaoping, a un quinto de los niveles estadounidenses hoy. ¿Seguirá esto de modo tan espectacular en las próximas décadas o China puede también sorprender negativamente?
Es fácil plantear el caso optimista. Primero, China tiene un historial probado de éxito, con una tasa promedio de crecimiento económico de 10% entre 1979 y 2010. Segundo, China está muy lejos de los estándares de vida de los países de altos ingresos. Respecto de EEUU, su PIB per cápita está donde estaba el de Japón en 1950, antes de un cuarto de siglo de veloz expansión. Si China igualara el desempeño de Japón, su PIB sería 70% de los niveles estadounidenses para 2035 y su economía sería más grande que la de EEUU y la Unión Europea combinadas.
No obstante, existen contraargumentos. Uno es que el tamaño de China es una desventaja, en particular, hace su auge mucho más dramático para la demanda por recursos naturales que cualquier cosa en el pasado. Otra es que los efectos políticos de tal transformación pueden ser perturbadores para un país dirigido por un partido comunista. También es posible, sin embargo, presentar argumentos puramente económicos para la idea de que el crecimiento podría frenarse más abruptamente que lo que la mayoría asume.
Tales argumentos descansan en dos características de la situación de China. La primera es que es un país de ingresos medios. Los economistas cada vez más reconocer la trampa del ingreso medio. Así, se hace duro sostener incrementos rápidos en la productividad y manejar enormes cambios estructurales a medida que la economía se hace más sofisticada. Japón, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur son casi las únicas economías que lo han logrado en los últimos 60 años.
Felizmente, China tiene estrechos parecidos culturales y económicos con estos éxitos del este de Asia. Tristemente, China comparte con estas economías un modelo de crecimiento alimentado por la expansión que es a la vez una fortaleza y una debilidad. Más aún, la versión china del modelo es extrema. Por esta razón, puede plantearse que el modelo causará dificultades incluso antes que como lo hizo en el caso menos distorsionado de Japón.
El premier Wen Jiabao mismo describió la economía como inestable, desequilibrada, descoordinada y a la larga, insotenible. La naturaleza de este desafío me resultó evidente durante las discusiones del decimosegundo plan quinquenal en el Foro Chino de Desarrollo 2011 en Beijing en marzo, Este nuevo plan aboga por un cambio agudo en el ritmo y estructura del crecimiento económico. En particular, se prevé que la expansión decline a sólo 7% anual. Más importante, se espera que la economía se reequilibre de la inversión al consumo y, en parte como resultado, de la manufactura hacia los servicios.
Hasta 1990, Japón era la gran economía más exitosa del mundo. Casi nadie anticipaba lo que le ocurriría en las décadas siguientes. Hoy, las personas están aún más asombradas de los logros de China. ¿Es concebible que este coloso aprenda que el éxito espectacular es el precursor de un fracaso sorprendente? La respuesta es sí.
El producto interno bruto per cápita de Japón (a paridad de poder de compra) saltó desde un quinto de los niveles estadounidenses en 1950 a 90% en 1990. Pero esta convergencia espectacular entró en reversa: para 2010, el PIB per cápita de Japón había caído a 76% de los niveles estadounidenses. El PIB per cápita de China saltó de 3% del nivel estadounidense en 1978, cuando comenzó la "reforma y apertura" de Deng Xiaoping, a un quinto de los niveles estadounidenses hoy. ¿Seguirá esto de modo tan espectacular en las próximas décadas o China puede también sorprender negativamente?
Es fácil plantear el caso optimista. Primero, China tiene un historial probado de éxito, con una tasa promedio de crecimiento económico de 10% entre 1979 y 2010. Segundo, China está muy lejos de los estándares de vida de los países de altos ingresos. Respecto de EEUU, su PIB per cápita está donde estaba el de Japón en 1950, antes de un cuarto de siglo de veloz expansión. Si China igualara el desempeño de Japón, su PIB sería 70% de los niveles estadounidenses para 2035 y su economía sería más grande que la de EEUU y la Unión Europea combinadas.
No obstante, existen contraargumentos. Uno es que el tamaño de China es una desventaja, en particular, hace su auge mucho más dramático para la demanda por recursos naturales que cualquier cosa en el pasado. Otra es que los efectos políticos de tal transformación pueden ser perturbadores para un país dirigido por un partido comunista. También es posible, sin embargo, presentar argumentos puramente económicos para la idea de que el crecimiento podría frenarse más abruptamente que lo que la mayoría asume.
Tales argumentos descansan en dos características de la situación de China. La primera es que es un país de ingresos medios. Los economistas cada vez más reconocer la trampa del ingreso medio. Así, se hace duro sostener incrementos rápidos en la productividad y manejar enormes cambios estructurales a medida que la economía se hace más sofisticada. Japón, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur son casi las únicas economías que lo han logrado en los últimos 60 años.
Felizmente, China tiene estrechos parecidos culturales y económicos con estos éxitos del este de Asia. Tristemente, China comparte con estas economías un modelo de crecimiento alimentado por la expansión que es a la vez una fortaleza y una debilidad. Más aún, la versión china del modelo es extrema. Por esta razón, puede plantearse que el modelo causará dificultades incluso antes que como lo hizo en el caso menos distorsionado de Japón.
El premier Wen Jiabao mismo describió la economía como inestable, desequilibrada, descoordinada y a la larga, insotenible. La naturaleza de este desafío me resultó evidente durante las discusiones del decimosegundo plan quinquenal en el Foro Chino de Desarrollo 2011 en Beijing en marzo, Este nuevo plan aboga por un cambio agudo en el ritmo y estructura del crecimiento económico. En particular, se prevé que la expansión decline a sólo 7% anual. Más importante, se espera que la economía se reequilibre de la inversión al consumo y, en parte como resultado, de la manufactura hacia los servicios.