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(artículo escrito para Porject Syndicate)
Para resolver una crisis en la que lo imposible se convirtió en posible, hay que pensar lo impensable. La solución de las crisis de deuda soberana en Europa exige estar preparados para la posibilidad de que Grecia, Portugal y posiblemente Irlanda se declaren en cesación de pagos e incluso que abandonen la eurozona.
Partiendo de este supuesto, se deberían tomar medidas para prevenir una debacle financiera en toda la eurozona. La primera debe ser proteger los depósitos bancarios: si un euro depositado en un banco griego se perdiera como consecuencia del impago y el abandono de la eurozona, un euro depositado en un banco italiano valdría inmediatamente menos que otro depositado en un banco alemán u holandés, y esto provocaría una corrida sobre los bancos de los países deficitarios.
Además, en los países que entren en cesación de pagos será necesario mantener algunos bancos en funcionamiento, para evitar que se produzca un colapso económico. Paralelamente, habrá que recapitalizar el sistema bancario europeo y colocarlo bajo supervisión europea (en vez de nacional). Por último, se deberá proteger del contagio a los bonos públicos emitidos por los otros países deficitarios de la eurozona. (Los dos últimos requisitos son válidos incluso si ningún país se declara en cesación).
Todo esto costará dinero, un dinero que no se puede conseguir en el marco de los acuerdos vigentes entre los líderes de los países de la eurozona. Así que no queda otra opción que crear el componente que falta: una agencia europea de hacienda, con poder para recaudar impuestos y, por consiguiente, para emitir deuda. Esto demandará celebrar un nuevo tratado que transforme el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) en un organismo de hacienda con todas sus atribuciones.
Pero esto no será posible sin un cambio de actitud radical, especialmente en Alemania. La opinión pública alemana aún comete el grave error de suponer que está en condición de decidir si quiere defender el euro o no defenderlo. Pero el euro ya existe, y los activos y pasivos del sistema financiero global están de tal modo interrelacionados sobre la base de la moneda común que el derrumbe de esta moneda produciría una catástrofe que ni las autoridades alemanas ni ninguna otra autoridad podrían contener. Cuanto más tiempo tarden los alemanes en darse cuenta de este hecho innegable, mayor será el precio que deberán pagar tanto ellos como el resto del mundo.
Ahora bien, ¿se podrá convencer a la opinión pública alemana? Aunque tal vez la canciller Angela Merkel no consiga persuadir de la validez de este argumento a todos los miembros de su coalición, podría contar con la oposición para crear una nueva mayoría dispuesta a respaldar las medidas necesarias para salvar al euro. Una vez resuelta la crisis del euro, Merkel ya no tendría que preocuparse tanto por la próxima elección.
Prepararse para la posibilidad de que tres pequeños países se declaren en cesación de pagos o abandonen el euro no quiere decir necesariamente que se los deje librados a su suerte. Por el contrario, si se les diera la posibilidad de una quiebra ordenada (financiada por los otros países de la eurozona y por el Fondo Monetario Internacional), Grecia y Portugal tendrían más opciones políticas a su disposición. Además, se pondría fin al círculo vicioso (que ahora amenaza a todos los países deficitarios de la eurozona) por el cual, al ver que las medidas de austeridad debilitan las perspectivas de crecimiento, los inversores comienzan a exigir tipos de interés exorbitantes, lo que a su vez obliga a los gobiernos a recortar aún más el gasto.
La salida de la eurozona ayudaría a los países que atraviesan las peores dificultades a recuperar la competitividad. Pero si prefieren quedarse, también pueden hacerlo, siempre que estén dispuestos a hacer los sacrificios necesarios: el FEEF protegería los depósitos colocados en los bancos locales, el FMI colaboraría con la recapitalización de sus sistemas bancarios y de este modo estos países tendrían un modo de escapar de la trampa en la que están metidos. Cualquiera sea la decisión que se tome, la Unión Europea no puede permitir que estas economías se hundan y arrastren consigo todo el sistema bancario internacional.
Todos los países miembros de la UE (y no solamente los de la eurozona) deben aceptar el hecho de que la salvación del euro exige la firma de un nuevo tratado. De eso no hay ninguna duda. De modo que conviene comenzar ya mismo el debate sobre el contenido de ese tratado, porque por más urgidos que estén los líderes europeos para llegar a un acuerdo, las negociaciones ciertamente irán para largo. Ahora bien, una vez que haya acuerdo sobre las cuestiones de principio, el Consejo Europeo podrá autorizar al BCE a cubrir lo que haga falta para que haya protección por adelantado contra cualquier peligro de insolvencia.
Tener a la vista una solución para las crisis de deuda soberana de la eurozona sería una fuente de alivio para los mercados financieros. De todos modos, como sin duda las condiciones de un nuevo tratado las pondrá Alemania, es casi seguro que se produzca una importante desaceleración económica. Pero tal vez eso impulse en Alemania un cambio de actitud más profundo, lo que a su vez permitiría la adopción de políticas anticíclicas. Cuando eso ocurra, podría recuperarse el crecimiento en gran parte de la eurozona.
Traducción: Esteban Flamini
Para resolver una crisis en la que lo imposible se convirtió en posible, hay que pensar lo impensable. La solución de las crisis de deuda soberana en Europa exige estar preparados para la posibilidad de que Grecia, Portugal y posiblemente Irlanda se declaren en cesación de pagos e incluso que abandonen la eurozona.
Partiendo de este supuesto, se deberían tomar medidas para prevenir una debacle financiera en toda la eurozona. La primera debe ser proteger los depósitos bancarios: si un euro depositado en un banco griego se perdiera como consecuencia del impago y el abandono de la eurozona, un euro depositado en un banco italiano valdría inmediatamente menos que otro depositado en un banco alemán u holandés, y esto provocaría una corrida sobre los bancos de los países deficitarios.
Además, en los países que entren en cesación de pagos será necesario mantener algunos bancos en funcionamiento, para evitar que se produzca un colapso económico. Paralelamente, habrá que recapitalizar el sistema bancario europeo y colocarlo bajo supervisión europea (en vez de nacional). Por último, se deberá proteger del contagio a los bonos públicos emitidos por los otros países deficitarios de la eurozona. (Los dos últimos requisitos son válidos incluso si ningún país se declara en cesación).
Todo esto costará dinero, un dinero que no se puede conseguir en el marco de los acuerdos vigentes entre los líderes de los países de la eurozona. Así que no queda otra opción que crear el componente que falta: una agencia europea de hacienda, con poder para recaudar impuestos y, por consiguiente, para emitir deuda. Esto demandará celebrar un nuevo tratado que transforme el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) en un organismo de hacienda con todas sus atribuciones.
Pero esto no será posible sin un cambio de actitud radical, especialmente en Alemania. La opinión pública alemana aún comete el grave error de suponer que está en condición de decidir si quiere defender el euro o no defenderlo. Pero el euro ya existe, y los activos y pasivos del sistema financiero global están de tal modo interrelacionados sobre la base de la moneda común que el derrumbe de esta moneda produciría una catástrofe que ni las autoridades alemanas ni ninguna otra autoridad podrían contener. Cuanto más tiempo tarden los alemanes en darse cuenta de este hecho innegable, mayor será el precio que deberán pagar tanto ellos como el resto del mundo.
Ahora bien, ¿se podrá convencer a la opinión pública alemana? Aunque tal vez la canciller Angela Merkel no consiga persuadir de la validez de este argumento a todos los miembros de su coalición, podría contar con la oposición para crear una nueva mayoría dispuesta a respaldar las medidas necesarias para salvar al euro. Una vez resuelta la crisis del euro, Merkel ya no tendría que preocuparse tanto por la próxima elección.
Prepararse para la posibilidad de que tres pequeños países se declaren en cesación de pagos o abandonen el euro no quiere decir necesariamente que se los deje librados a su suerte. Por el contrario, si se les diera la posibilidad de una quiebra ordenada (financiada por los otros países de la eurozona y por el Fondo Monetario Internacional), Grecia y Portugal tendrían más opciones políticas a su disposición. Además, se pondría fin al círculo vicioso (que ahora amenaza a todos los países deficitarios de la eurozona) por el cual, al ver que las medidas de austeridad debilitan las perspectivas de crecimiento, los inversores comienzan a exigir tipos de interés exorbitantes, lo que a su vez obliga a los gobiernos a recortar aún más el gasto.
La salida de la eurozona ayudaría a los países que atraviesan las peores dificultades a recuperar la competitividad. Pero si prefieren quedarse, también pueden hacerlo, siempre que estén dispuestos a hacer los sacrificios necesarios: el FEEF protegería los depósitos colocados en los bancos locales, el FMI colaboraría con la recapitalización de sus sistemas bancarios y de este modo estos países tendrían un modo de escapar de la trampa en la que están metidos. Cualquiera sea la decisión que se tome, la Unión Europea no puede permitir que estas economías se hundan y arrastren consigo todo el sistema bancario internacional.
Todos los países miembros de la UE (y no solamente los de la eurozona) deben aceptar el hecho de que la salvación del euro exige la firma de un nuevo tratado. De eso no hay ninguna duda. De modo que conviene comenzar ya mismo el debate sobre el contenido de ese tratado, porque por más urgidos que estén los líderes europeos para llegar a un acuerdo, las negociaciones ciertamente irán para largo. Ahora bien, una vez que haya acuerdo sobre las cuestiones de principio, el Consejo Europeo podrá autorizar al BCE a cubrir lo que haga falta para que haya protección por adelantado contra cualquier peligro de insolvencia.
Tener a la vista una solución para las crisis de deuda soberana de la eurozona sería una fuente de alivio para los mercados financieros. De todos modos, como sin duda las condiciones de un nuevo tratado las pondrá Alemania, es casi seguro que se produzca una importante desaceleración económica. Pero tal vez eso impulse en Alemania un cambio de actitud más profundo, lo que a su vez permitiría la adopción de políticas anticíclicas. Cuando eso ocurra, podría recuperarse el crecimiento en gran parte de la eurozona.
Traducción: Esteban Flamini