El dilema de las economías emergentes ante la crisis del primer mundo

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Mohamed A. El-Erian es director ejecutivo y codirector de inversiones de PIMCO, y ha escrito este artículo para Project Syndicate:

Imagínese por un momento que usted es el principal responsable político de una exitosa economía de mercado emergente. Desde su posición, observa con legítima preocupación (y una mezcla de incredulidad y rabia) cómo se extiende la crisis de deuda que paraliza a Europa, a la par que los Estados Unidos, por culpa del estado disfuncional de su política, se ven imposibilitados de revivir su economía moribunda. Puesto usted a elegir: ¿confiaría en que la extraordinaria resistencia interna de su país le baste para contrarrestar los vientos de deflación que soplan del primer mundo? ¿O preferiría ir sobre seguro y aumentar las reservas de su país, por si acaso?

Varias de estas economías emergentes se encuentran ante el mismo dilema, y la decisión que tomen tendrá amplias repercusiones más allá de sus fronteras. De hecho, esto también es una señal del panorama cada vez más incierto al que se enfrenta la economía global.

La existencia misma de este dilema es, de por sí, novedosa y digna de destacarse. Bien podríamos añadirla a la lista de acontecimientos otrora inimaginables que en los últimos tiempos hemos visto desfilar ante nuestros ojos, en una lista que incluye (nada más en las últimas semanas): la pérdida de la sacrosanta calificación AAA de los títulos de deuda de los Estados Unidos; los devaneos políticos en ese país con la posibilidad de caer en una cesación de pagos; una inquietud creciente sobre la perspectiva de reestructuraciones de deuda en varias economías periféricas de Europa, junto con rumores de una posible ruptura de la eurozona; y las drásticas medidas tomadas por Suiza para reducir (sí, reducir) su condición de paraíso fiscal.

Hace unos años, resolver el dilema ante el que se encuentran las economías emergentes hubiera sido fácil. Hoy ya no lo es.

En el mundo de antaño, las dificultades económicas del primer mundo hubieran hecho temblar a la mayoría de los países emergentes. Es bien conocido el dicho (y se pueden citar muchas experiencias tristes que lo confirman) según el cual cuando los países industriales estornudan, los países en vías de desarrollo se resfrían.

Pero en la actualidad, varias de estas economías (aunque no todas) llevan años esforzándose en acumular cuantiosas reservas de divisas internacionales, y ahora pueden cosechar los beneficios. Además, ya han devuelto una parte importante de sus deudas externas, y de lo que les resta por pagar, una proporción considerable la tienen en obligaciones denominadas en la divisa local, lo que las hace mucho más manejables.

Esta marcada mejora de su situación contable es uno de los principales factores que explican la rápida recuperación de estos países después de la crisis financiera internacional de 2008 y 2009, mientras que los del primer mundo todavía no consiguen echarse a andar. De hecho, hasta que se produjo la reciente recaída en los Estados Unidos y Europa, la principal preocupación en materia de política económica para los países emergentes era la posibilidad de un crecimiento excesivo con aumento de la presión inflacionaria y sobrecalentamiento de la economía.

Ahora los países emergentes tienen mucha más flexibilidad en materia de políticas y más espacio de maniobra que en otros tiempos. Por eso, puestos ante una posible desaceleración de la economía global, pueden elegir entre dos opciones básicas.

La primera sería contrarrestar la mala situación internacional con una decidida política de estímulo fiscal dirigida a potenciar la demanda interna. En el nivel local, eso protegería a la población de los problemas del primer mundo, mientras que en el plano internacional obraría como contrapeso al deterioro del panorama global.

Aplicar esta política significaría que estos países comenzarían a prestar más atención al consumo y menos a la producción. Se reduciría el superávit de balanza comercial y, en algunos casos, se permitiría una apreciación de la moneda local. Todo esto supondría una reducción de las reservas en divisas internacionales o un aumento de la deuda (o ambas cosas a la vez).

La segunda opción para estas economías sería cubrirse mejor contra posibles contingencias. En este escenario, en vez de estimular la demanda local, la política apuntaría a reforzar las defensas y prepararse para una larga época de vacas flacas en la economía global. Es decir, se procuraría minimizar el deterioro de la balanza comercial, mantener un tipo de cambio competitivo y proteger las reservas en divisa extranjera y las posiciones de acreencia neta. Esta política acentuaría la presión que ejerce sobre la economía global la crisis aparentemente interminable del primer mundo.

Tengo motivos para creer que el consejo que les dicta el corazón a los dirigentes del mundo emergente es inclinarse por la primera opción. Después de todo, un estímulo en el plano local les ayudaría a mantener el crecimiento; además, aplicar políticas anticíclicas sería un modo de señalar al resto del mundo que estos países están dispuestos a asumir responsabilidades globales.

Pero también sospecho que la razón les dicta un consejo diferente: que es mejor no derrochar dinero en aras de un objetivo cuya realización es difícil o incluso imposible. Después de todo, nada asegura que las economías emergentes puedan contrarrestar en forma eficaz y sostenida una desaceleración simultánea y a gran escala en todo el primer mundo, especialmente cuando trae consigo el riesgo de otra crisis bancaria.

Me inclino a pensar que en este caso triunfará la razón, aunque no del todo. Las economías emergentes implementarán algunas medidas para proteger el crecimiento interno, entre ellas una reducción de los tipos de interés, y se mostrarán dispuestas a ayudar financieramente al primer mundo. Pero por más notables que sean estas medidas, a la larga no bastarán para contrarrestar plenamente la desaceleración de las economías del primer mundo (y ciertamente no cambiarán mucho que digamos el panorama al que se enfrentan los Estados Unidos y Europa).

A pesar de la fortaleza de sus fundamentos, los países emergentes todavía se sienten vulnerables ante la debilidad económica, las respuestas insuficientes y la parálisis política del primer mundo. Además, saben por experiencia propia que no hay soluciones fáciles e inmediatas para la amenaza de la deuda que se cierne sobre las economías avanzadas y para los obstáculos estructurales que traban su crecimiento. Y tampoco se hacen ilusiones respecto de la posibilidad de una coordinación eficaz de políticas a escala internacional.

En tales circunstancias, los dirigentes de las economías de mercado emergentes preferirán la prudencia a la audacia. Aunque harán votos por una pronta recuperación de la economía global, se prepararán para la posibilidad de que se avecine una larga temporada de vacas flacas. Y por eso, no se apresurarán a arriesgar los logros cosechados gracias a las políticas aplicadas durante los últimos 10 o 15 años, ni la resistencia y la seguridad que esos logros trajeron consigo.

Después de ponerse por un momento en su lugar, ¿quien sería capaz de juzgarlos?

Traducción: Esteban Flamini
 
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