droblo
Administrator
El juego de echar culpas está de moda a medida que la crisis y la desesperación se propagan por Europa. Los informes de noticias, así como el debate político y económico, hoy en día se centran en identificar a los culpables, y banqueros y políticos son los que surgen como principales sospechosos.
A los banqueros se los acusa porque sus préstamos y su especulación irresponsables trajeron aparejada la caída de economías como Irlanda y Letonia, así como graves problemas en países como España y Portugal. A los políticos se los culpa porque no ajustaron las políticas fiscales cuando era necesario para impedir las burbujas inmobiliarias, controlar los déficits externos y evitar el sobrecalentamiento económico. Ahora, después de que las burbujas estallaron y que al colapso inevitable del mercado inmobiliario le siguieran el de los bancos, las finanzas públicas y los mercados laborales, los villanos deben recibir castigo.
Sin embargo, este ejercicio popular no tiene sentido. Es obvio que los políticos y los banqueros cometieron errores graves que contribuyeron a la crisis actual. Pero, más allá de lo malos que puedan parecer los líderes políticos y financieros de Europa, un repentino incremento de la cantidad de individuos incompetentes o inmorales en la periferia de la eurozona no es una explicación creíble para esta crisis. Los dirigentes de Irlanda y Letonia fueron elogiados como modelos de rol poco tiempo antes de convertirse en chivos expiatorios.
A decir verdad, la culpa debería ser compartida por aquellos que conocían, o deberían haber conocido, los riesgos de perder la capacidad de fijar tasas de interés en países individuales. Sabemos que tasas de interés reales extremadamente bajas producen una expansión masiva del crédito. En países con un mayor crecimiento de los precios que en Alemania, pero con los mismos costos de endeudamiento, esto no puede producir otra cosa que sobrecalentamiento, mayor inflación o incluso tasas de interés reales más bajas.
Contener esta oleada de demanda inducida por el crédito sólo con política fiscal es imposible, y algo absurdo de intentar. ¿Cómo se ajusta la política fiscal para compensar más del 100% del PIB en poder de gasto inducido por el crédito en sólo tres años, como ocurrió en Irlanda en 2004-2007 -y en una democracia con excedente fiscal, como es Irlanda? Pedirles a los políticos en una democracia con grandes excedentes que aumenten los impuestos o recorten los beneficios o la inversión pública en la enorme magnitud que se necesita para evitar huelgas desastrosas es no estar en contacto con la realidad.
Simplemente, los riesgos para los pequeños países periféricos son inherentes al sistema creado por la Unión Monetaria Europa. La principal culpa, por ende, debería recaer sobre los fundadores del sistema, o aquellos que vieron los problemas venir pero optaron por no pronunciar ninguna señal de advertencia. El sueño de la unidad europea evidentemente indujo a algunos a mantenerse callados en un esfuerzo por preservar la buena voluntad visionaria del proyecto del euro. Ahora hemos despertado a una crisis existencial por la moneda común.
Ignorar los riesgos y exagerar los beneficios del euro para promover un respaldo de la moneda a corto plazo inevitablemente se tornó autodestructivo. Aquellos que no sólo toleraron sino que alentaron activamente los excesos en países como Letonia -haciendo de una eventual adopción del euro un prerrequisito para ser miembro de la Unión Europea, y prometiendo que esto produciría sólo crecimiento, prosperidad y disciplina- son aquellos a quienes debería perseguirse en el juego de echar culpas.
Todas las economías necesitan a alguien que pueda asegurar que se retire la ponchera proverbial cuando la fiesta se sale de control. Para eso están los banqueros centrales independientes, y es por eso que su independencia de la interferencia política ha sido consagrada en el Tratado Europeo. Pero este concepto no está reflejado en el diseño de la unión monetaria.
Los miembros más pequeños de la eurozona, particularmente aquellos en la periferia y con lazos económicos más débiles con el centro de la Unión Monetaria Europea, se tornan vulnerables al sobrecalentamiento y la inflación cuando se elimina su capacidad para aumentar las tasas de interés. Ninguna estipulación en el Tratado aborda este problema fundamental. Muchos hoy están sufriendo las consecuencias.
Leif Pagrotsky, miembro del parlamento sueco, es vicepresidente del Consejo General del Riksbank, y fue ministro de Industria y Comercio de Suecia.
Copyright: Project Syndicate, 2011.
A los banqueros se los acusa porque sus préstamos y su especulación irresponsables trajeron aparejada la caída de economías como Irlanda y Letonia, así como graves problemas en países como España y Portugal. A los políticos se los culpa porque no ajustaron las políticas fiscales cuando era necesario para impedir las burbujas inmobiliarias, controlar los déficits externos y evitar el sobrecalentamiento económico. Ahora, después de que las burbujas estallaron y que al colapso inevitable del mercado inmobiliario le siguieran el de los bancos, las finanzas públicas y los mercados laborales, los villanos deben recibir castigo.
Sin embargo, este ejercicio popular no tiene sentido. Es obvio que los políticos y los banqueros cometieron errores graves que contribuyeron a la crisis actual. Pero, más allá de lo malos que puedan parecer los líderes políticos y financieros de Europa, un repentino incremento de la cantidad de individuos incompetentes o inmorales en la periferia de la eurozona no es una explicación creíble para esta crisis. Los dirigentes de Irlanda y Letonia fueron elogiados como modelos de rol poco tiempo antes de convertirse en chivos expiatorios.
A decir verdad, la culpa debería ser compartida por aquellos que conocían, o deberían haber conocido, los riesgos de perder la capacidad de fijar tasas de interés en países individuales. Sabemos que tasas de interés reales extremadamente bajas producen una expansión masiva del crédito. En países con un mayor crecimiento de los precios que en Alemania, pero con los mismos costos de endeudamiento, esto no puede producir otra cosa que sobrecalentamiento, mayor inflación o incluso tasas de interés reales más bajas.
Contener esta oleada de demanda inducida por el crédito sólo con política fiscal es imposible, y algo absurdo de intentar. ¿Cómo se ajusta la política fiscal para compensar más del 100% del PIB en poder de gasto inducido por el crédito en sólo tres años, como ocurrió en Irlanda en 2004-2007 -y en una democracia con excedente fiscal, como es Irlanda? Pedirles a los políticos en una democracia con grandes excedentes que aumenten los impuestos o recorten los beneficios o la inversión pública en la enorme magnitud que se necesita para evitar huelgas desastrosas es no estar en contacto con la realidad.
Simplemente, los riesgos para los pequeños países periféricos son inherentes al sistema creado por la Unión Monetaria Europa. La principal culpa, por ende, debería recaer sobre los fundadores del sistema, o aquellos que vieron los problemas venir pero optaron por no pronunciar ninguna señal de advertencia. El sueño de la unidad europea evidentemente indujo a algunos a mantenerse callados en un esfuerzo por preservar la buena voluntad visionaria del proyecto del euro. Ahora hemos despertado a una crisis existencial por la moneda común.
Ignorar los riesgos y exagerar los beneficios del euro para promover un respaldo de la moneda a corto plazo inevitablemente se tornó autodestructivo. Aquellos que no sólo toleraron sino que alentaron activamente los excesos en países como Letonia -haciendo de una eventual adopción del euro un prerrequisito para ser miembro de la Unión Europea, y prometiendo que esto produciría sólo crecimiento, prosperidad y disciplina- son aquellos a quienes debería perseguirse en el juego de echar culpas.
Todas las economías necesitan a alguien que pueda asegurar que se retire la ponchera proverbial cuando la fiesta se sale de control. Para eso están los banqueros centrales independientes, y es por eso que su independencia de la interferencia política ha sido consagrada en el Tratado Europeo. Pero este concepto no está reflejado en el diseño de la unión monetaria.
Los miembros más pequeños de la eurozona, particularmente aquellos en la periferia y con lazos económicos más débiles con el centro de la Unión Monetaria Europea, se tornan vulnerables al sobrecalentamiento y la inflación cuando se elimina su capacidad para aumentar las tasas de interés. Ninguna estipulación en el Tratado aborda este problema fundamental. Muchos hoy están sufriendo las consecuencias.
Leif Pagrotsky, miembro del parlamento sueco, es vicepresidente del Consejo General del Riksbank, y fue ministro de Industria y Comercio de Suecia.
Copyright: Project Syndicate, 2011.