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A principios de julio de 2008 el índice CRB, ampliamente utilizado para seguir la tendencia global de los precios de las materias primas, alcanzaba su nivel máximo histórico. Era el momento en que el barril de petróleo cotizaba cerca de los 150 dólares. Apenas siete meses después, cuando se había hecho evidente la gravedad de la crisis, el índice había perdido más de la mitad de su valor. El crudo bajó de 40 dólares. Pero a partir de ese momento, volvió la tónica alcista, que se ha prolongado hasta no hace mucho, interrumpiéndose en las últimas semanas.
De hecho, la tendencia histórica de los precios de las materias primas hasta no hace mucho había sido a disminuir respecto a los precios de las manufacturas. Se hablaba de la «maldición de las materias primas», que recaía sobre muchos países con abundancia de recursos naturales, que pese a ello eran incapaces de subirse al carro del desarrollo. En las últimas décadas esta tendencia ha cambiado, aunque, de todas formas, los precios actuales del barril de petróleo, por ejemplo, están muy próximos a los máximos registrados a mediados de los setenta, en términos reales. Pero es indiscutible que la irrupción de las economías emergentes, con China a la cabeza, ha dado un vuelco a la demanda de recursos energéticos, minerales y agrícolas. La producción de estos materiales también se expande, pero a menudo no es capaz de seguir el ritmo de la demanda, con lo que las tensiones se reproducen.
Que los precios de las materias primas presionen al alza es un hecho muy relevante. Estos precios inciden directamente sobre los índices de inflación nacionales, afectan a los precios relativos de los componentes del proceso productivo, perturban las balanzas de pagos y complican la política monetaria. El ciudadano nota directamente en su bolsillo sus efectos cuando llena el depósito de combustible de su vehículo o, en los países en desarrollo, cuando compra el arroz o el maíz de su subsistencia. Los países importadores ven escapar su renta disponible cuando deben pagar más por consumir la misma cantidad de producto importado, y viceversa. Los grandes beneficiados son las regiones productoras como América Latina, singularmente Brasil, Australia o partes de África, que de todas formas deben tener muy presente que las frecuentes fluctuaciones de los precios a menudo provocan la alternancia entre la opulencia y la penuria.
Pero posiblemente lo que despierta una mayor inquietud es la creciente volatilidad que se observa en los precios de las materias primas. Muchos responsabilizan a los especuladores financieros de estos bruscos cambios de tendencia e incluso de la propia subida de los precios. Según esta interpretación, la creciente presencia de inversores en los mercados de materias primas o las entradas de capital hacia fondos de materias primas en años recientes distorsionan el mercado y generan burbujas que lo desestabilizan. Sin embargo, los estudios empíricos no han conseguido encontrar una relación directa entre la actividad financiera, o especuladora, y el aumento y la volatilidad de los precios. En todo caso no es fácil identificar con claridad la influencia de cada uno de los múltiples factores que inciden sobre la formación de los precios de cada una de las materias primas cotizadas en cada momento del tiempo. Por el momento, podemos conformarnos con el hecho de que si los precios de las materias primas suben no es del todo malo, ya que muy probablemente significa que el mundo está en expansión y que el comercio internacional bulle. Y si bajan, tampoco es del todo bueno, ya que quizás es porque la actividad se debilita, aunque dicho descenso contribuirá a una eventual recuperación.
A principios de julio de 2008 el índice CRB, ampliamente utilizado para seguir la tendencia global de los precios de las materias primas, alcanzaba su nivel máximo histórico. Era el momento en que el barril de petróleo cotizaba cerca de los 150 dólares. Apenas siete meses después, cuando se había hecho evidente la gravedad de la crisis, el índice había perdido más de la mitad de su valor. El crudo bajó de 40 dólares. Pero a partir de ese momento, volvió la tónica alcista, que se ha prolongado hasta no hace mucho, interrumpiéndose en las últimas semanas.
De hecho, la tendencia histórica de los precios de las materias primas hasta no hace mucho había sido a disminuir respecto a los precios de las manufacturas. Se hablaba de la «maldición de las materias primas», que recaía sobre muchos países con abundancia de recursos naturales, que pese a ello eran incapaces de subirse al carro del desarrollo. En las últimas décadas esta tendencia ha cambiado, aunque, de todas formas, los precios actuales del barril de petróleo, por ejemplo, están muy próximos a los máximos registrados a mediados de los setenta, en términos reales. Pero es indiscutible que la irrupción de las economías emergentes, con China a la cabeza, ha dado un vuelco a la demanda de recursos energéticos, minerales y agrícolas. La producción de estos materiales también se expande, pero a menudo no es capaz de seguir el ritmo de la demanda, con lo que las tensiones se reproducen.
Que los precios de las materias primas presionen al alza es un hecho muy relevante. Estos precios inciden directamente sobre los índices de inflación nacionales, afectan a los precios relativos de los componentes del proceso productivo, perturban las balanzas de pagos y complican la política monetaria. El ciudadano nota directamente en su bolsillo sus efectos cuando llena el depósito de combustible de su vehículo o, en los países en desarrollo, cuando compra el arroz o el maíz de su subsistencia. Los países importadores ven escapar su renta disponible cuando deben pagar más por consumir la misma cantidad de producto importado, y viceversa. Los grandes beneficiados son las regiones productoras como América Latina, singularmente Brasil, Australia o partes de África, que de todas formas deben tener muy presente que las frecuentes fluctuaciones de los precios a menudo provocan la alternancia entre la opulencia y la penuria.
Pero posiblemente lo que despierta una mayor inquietud es la creciente volatilidad que se observa en los precios de las materias primas. Muchos responsabilizan a los especuladores financieros de estos bruscos cambios de tendencia e incluso de la propia subida de los precios. Según esta interpretación, la creciente presencia de inversores en los mercados de materias primas o las entradas de capital hacia fondos de materias primas en años recientes distorsionan el mercado y generan burbujas que lo desestabilizan. Sin embargo, los estudios empíricos no han conseguido encontrar una relación directa entre la actividad financiera, o especuladora, y el aumento y la volatilidad de los precios. En todo caso no es fácil identificar con claridad la influencia de cada uno de los múltiples factores que inciden sobre la formación de los precios de cada una de las materias primas cotizadas en cada momento del tiempo. Por el momento, podemos conformarnos con el hecho de que si los precios de las materias primas suben no es del todo malo, ya que muy probablemente significa que el mundo está en expansión y que el comercio internacional bulle. Y si bajan, tampoco es del todo bueno, ya que quizás es porque la actividad se debilita, aunque dicho descenso contribuirá a una eventual recuperación.
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