Hilo de la campaña electoral USA 2012

droblo

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Empiezo con un artículo pro-republicano:

Los candidatos políticos de éxito tratan de poner en práctica las propuestas para las que fueron electos. En Estados Unidos, el presidente Barack Obama y los demócratas, con el control de la Cámara de Representantes y el Senado (a prueba de obstruccionismo), tenían el poder de hacer prácticamente lo que quisieran en 2009, y así fue.

Obama y sus aliados en el Congreso promulgaron una ley de "estímulo" de 800 mil millones de dólares cargada con programas dirigidos a los principales grupos del electorado demócrata (como los ambientalistas y los empleados públicos), adoptaron una reforma de salud radical y muy impopular (cuya constitucionalidad será determinada por la Corte Suprema este año), impusieron vastas y nuevas normas a amplios sectores de la economía, adoptaron una política industrial que selecciona algunas empresas para darles un un trato especial, se dedicaron a tomar préstamos y gastar a niveles sólo superados en la Segunda Guerra Mundial, y centralizaron el poder en Washington, DC (y, dentro del gobierno federal, en el poder ejecutivo y los organismos reguladores).

La última elección que produjo un cambio así de radical en la dirección de la política ocurrió en 1980, cuando el presidente Ronald Reagan rediseñó los impuestos, el gasto y las normativas, y apoyó claramente a la Reserva Federal y su rumbo desinflacionario. Si bien las elecciones de 1988, 1992 y 2000 también tuvieron importantes consecuencias, los cambios de política no fueron tan significativos como en 1980 y 2008.

El país se rebeló contra Obama y los movimientos de los demócratas hacia la izquierda con victorias históricas de los republicanos en las elecciones legislativas de 2010. Desde entonces, muchos republicanos se han visto profundamente decepcionados por el hecho de que la Cámara de Representantes no haya sido capaz de revertir gran parte de la agenda de Obama. Sin embargo, el sistema político de EE.UU. está diseñado para que sea mucho más difícil lograr algo que bloquearlo. No es fácil hacer mucho si se controla sólo la mitad de una tercera parte del gobierno federal.

Las elecciones de 2012 se perfilan como un referendo sobre las políticas y el desempeño de Obama. La economía está mejorando lentamente, pero sigue en mal estado, con un alto desempleo y millones de personas obligadas a abandonar la fuerza de trabajo. Se espera que los republicanos mantengan el control de la Cámara de Representantes y recuperen la mayoría en el Senado.

El ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney, el republicano favorito para desafiar a Obama en noviembre, y otros candidatos del partido, quieren reducir el gasto, reformas importantes de los programas de gobierno, menos impuestos, la expansión del comercio y una normativa menor y más específica que la que aplica Obama.

Romney, por ejemplo, ha detallado un programa económico de 59 puntos, incluido un límite al gasto federal del 20% del PIB, lo que requeriría una reducción similar a las de los años 80 y 90. Los otros republicanos tienen planes todavía más agresivos de reducción de impuestos y el tamaño y alcance del gobierno. El candidato final haría bien en incorporar las mejores ideas de sus oponentes e integrar a su campaña a los mejores de sus equipos.

Un triunfo republicano, junto con el control de la Cámara y el Senado, podría llevar a la reducción, revocación y sustitución sustanciales de muchas de las iniciativas de Obama, intentos de reforma de impuestos y derechos, así como medidas para imponer una mayor disciplina fiscal. Una importante prioridad en la agenda de Romney es la reducción del impuesto a las corporaciones, del 35% al ​​25%, el nivel promedio de la OCDE (los demás candidatos republicanos la reducirían aún más), lo que compensaría una gran desventaja competitiva mundial de las multinacionales estadounidenses.

También es probable que una victoria republicana conduzca a un gran esfuerzo por abrir muchas más oportunidades de exploración energética en Estados Unidos, frustradas por Obama. Romney ha prometido negociaciones más duras sobre comercio y divisas con China, pero en general es mucho más proclive a impulsar nuevos acuerdos comerciales que la administración actual, apoyada por los sindicatos. Sin embargo, si los demócratas mantienen el control del Senado, será mucho más difícil de lograr. Un presidente republicano también puede hacer muchos nombramientos políticos clave en entidades como la Reserva Federal, el Tesoro y los organismos reguladores.

Si Obama es reelecto y los republicanos controlan la Cámara de Representantes y el Senado, su agenda legislativa será en esencia letra muerta, y pasará al menos los próximos dos años negociando su reforma y restitución. En este escenario, el centro de gravedad política en el Partido Republicano pasaría a John Boehner, portavoz de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, presidente del Comité de Presupuesto de la Cámara, Eric Cantor, líder de la mayoría de la Cámara y otros representantes clave, como David Camp, Kevin Brady y Kevin McCarthy, junto con varios senadores.

En ese caso, Obama haría bien en moverse hacia el centro (como hiciera Bill Clinton después de que los demócratas perdieran el control del Congreso en 1994) y trabajar en conjunto con los republicanos del Congreso para dar forma a derechos y reformas fiscales sensatas. Pero parece poco probable: desde la gran derrota de los demócratas en 2010, Obama se ha movido aún más a la izquierda, adoptando una agenda más populista.

Independientemente del resultado de las elecciones presidenciales y legislativas de este año, es probable que varios gobernadores republicanos logren una mayor visibilidad nacional. Todos ellos -como Mitch Daniels de Indiana, Chris Christie de Nueva Jersey, Bob McDonnell de Virginia y el ex gobernador Jeb Bush de Florida- declinaron buscar la nominación presidencial republicana, pero estarán en la lista corta para el 2016 si Obama triunfa en noviembre.

El juez de la Corte Suprema Louis Brandeis describió famosamente los estados como "laboratorios": se les debe permitir experimentar y aprender unos de otros, para ver qué políticas funcionan. Por ejemplo, Clinton y el Congreso republicano tuvieron como referencia para la importante reforma del estado de bienestar de 1996 las políticas originadas por el gobernador de Wisconsin Tommy Thompson y emuladas con éxito por el alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, ambos republicanos reformistas. El grupo actual de gobernadores republicanos ofrece igualmente innovadoras soluciones a nivel estatal -por ejemplo, sobre el gasto, la deuda y los pasivos no financiados de pensiones y sanidad- como modelos para el país.

Hasta noviembre, lo más probable es que las divisiones en el seno del gobierno y una campaña llena de polémicas impidan movimientos de política importantes. Pero después de las elecciones, los impuestos y el gasto, la política comercial, el federalismo, la regulación y la defensa serán objeto de un curso de acción diferente (su nivel de radicalismo dependerá de quién gane) con implicaciones importantes para la posición fiscal de EE.UU., el equilibrio externo y mucho más, incluidas las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo.

Michael Boskin, profesor de Economía de la Universidad de Stanford e investigador superior de la Hoover Institution, fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del Presidente George H. W. Bush entre 1989 y 1993.

Copyright: Project Syndicate, 2012.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
 

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Una campaña para vomitar

JOSE BRECHNER
El dinero hace maravillas, compra prácticamente todo lo inanimado y mucho de lo que anima, de lo contrario el vino y la prostitución no existirían desde tiempos bíblicos. También compra amigos y hace enemigos. Por dinero, la mayoría está dispuesta a vender su alma, a los clérigos o al demonio, en ambos casos con el mismo propósito.
Mitt Romney es consciente de su poder económico y, aprovechándolo, está financiando la campaña política más desagradable que se haya visto en mucho tiempo.
La insultante propaganda televisiva desplegada contra Newt Gingrich, únicamente favorece a Barack Obama, quien sigue predicando que es el salvador de la humanidad, pese a que la deuda norteamericana continúa aumentando; el desempleo no baja del ocho y medio por ciento; el Medio Oriente está en caos, incrementándose el poder de los fanáticos islamistas. Irán sigue enriqueciendo Uranio; América Latina se inclina al totalitarismo despótico; la violencia crece en todas partes, y Estados Unidos pierde espacio político y económico en el orbe.
La avidez de Romney por ser presidente no mide escrúpulos. La publicidad negativa debe ser usada con cautela, porque no hay nadie que no cargue con un cadáver en sus espaldas.
Romney no es mala persona, pero está aplicando una táctica resbaladiza, denigrando a sus rivales. Si tiene algo que esconder además de sus cuentas bancarias en Suiza y El Caribe, se sabrá. Su juego entonces se tornará en su contra y puede haber una carnicería en el Partido Republicano.
Hasta el momento él es el peor enemigo de sí mismo. Su discurso, de una línea conservadora moderada, es repetitivo, genérico, aburrido y elude acciones futuras específicas. Cuando se sale del guión dice cosas inconvenientes como que “no le conciernen los muy pobres sino la clase media”, o se pone a cantar en público; distracción musical que puede ser más lapidaria que sus palabras.
Muchos de sus seguidores lo apoyan únicamente porque intentan dárselas de sabios y juiciosos. Opinan que votar por Gingrich podría darle nuevamente la victoria a Obama, pues el ex congresal es diametralmente opuesto al presidente, y consideran que la corriente en el país tira ligeramente a la izquierda. No pensaron que tal vez es la prensa progresista la culpable de inculcar esa percepción y el país es más conservador de lo que calculan.

Esa es la inusual singularidad de esta bochornosa lid. La militancia partidaria, que sólo advierte el peligro cuando ya es tarde, y despierta de su letargo e ignorancia dos semanas previas a las elecciones generales; súbitamente vislumbra el porvenir político norteamericano, asumiendo que Romney es más potable que su oponente pues no es tan conservador como Gingrich.
El error es mortal. Hay que votar por convicción personal y no por lo que uno cree que le conviene al país. Pues lo que le conviene al país es lo que le conviene al individuo.
La honestidad con uno mismo en el sufragio es la base esencial de la democracia, hacer cualquier otra cosa que no sea votar con plena convicción lleva al desastre y, el cargo de conciencia dura toda la vida.
Algunas de las más grandes desdichas de la humanidad estuvieron fundamentadas en aparentes buenas intenciones por el bienestar colectivo.
Votar por alguien que no termina de persuadirnos, siempre acaba mal. Darle el voto a un candidato en desmedro de los propios principios creyendo que se le hace un bien al país, es el peor error que se puede cometer.
El voto es personal y secreto; es egoísta por naturaleza. Eso es lo bueno del sufragio. Hay que hacer lo que le parece a uno. Ahí está el comienzo de la verdadera libertad. Cuando se suman esas libertades individuales se conforma una sociedad legítimamente democrática.
El discurso de Gingrich es inteligente; trae respuestas y soluciones concretas a los problemas que crearon Obama y sus antecesores. La exitosa experiencia política que acumuló en 30 años, no tiene precio. Gingrich es solución; Romney es ambición.
José Brechner
 

Tizo

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El presidente Barack Obama dijo el domingo que merece la reelección, a pesar de los problemas económicos de Estados Unidos.

En una entrevista previa al Super Bowl, Obama dijo a la cadena NBC que su gobierno está creando más de 250.000 trabajos por mes, la cifra más grande desde 2005, en un cambio importante con respecto a los 750.000 puestos de trabajo que la economía perdía hace tres años.

El presidente dijo que los productores estadounidenses todavía necesitan un estímulo. "Tenemos que asegurarnos de que estamos impulsando la energía estadounidense, no solo el petróleo y la gasolina, sino la energía limpia", agregó.

Obama agregó que el país necesita regresar a los "valores estadounidenses tradicionales" para que "todos reciban una trato justo".

Hace tres años, Obama dijo que si la economía no se había vuelto a encarrilar para este momento, su presidencia sería una "propuesta de un mandato".
 

droblo

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La elección de noviembre en los Estados Unidos está cada vez más cerca, y los candidatos republicanos que aspiran a desafiar al presidente Barack Obama proclaman que las políticas del actual mandatario no ayudaron en lo más mínimo a recuperar la economía de la recesión que heredó en enero de 2009; por el contrario, afirman, el estímulo fiscal, los rescates a los bancos y la política monetaria expansiva del presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Ben Bernanke, solo empeoraron las cosas.

Los defensores demócratas de Obama responden que sus políticas evitaron una segunda Gran Depresión, y que desde entonces la economía de Estados Unidos viene en franco ascenso. Mientras tanto, los observadores neutrales suelen concluir que el debate es irresoluble, porque no hay modo de saber qué habría pasado si se tomaban otras medidas.

Sin embargo, hay buenas razones para sostener que las políticas del gobierno, aunque insuficientes para lograr una veloz recuperación de la economía, lograron detener lo que venía siendo una contracción económica desbocada. Pero los observadores neutrales tienen razón al afirmar que no se puede demostrar lo que hubiera sucedido si se aplicaban otras medidas. También es cierto que pocas veces las políticas de los gobiernos repercuten de inmediato en la economía.

Ahora bien, hay algo que llama la atención: tanto si uno oye a los republicanos, a los demócratas o a los observadores neutrales, la impresión que se lleva es que las estadísticas económicas no muestran ninguna mejora apreciable alrededor de la fecha en que Obama asumió el cargo. Pero la verdad es totalmente distinta.

Esto se observa especialmente al analizar los datos revisados, que muestran que la situación de la economía estadounidense en enero de 2009 era mucho peor que lo que indicaban los informes de aquel momento. La estimación oficial de enero de 2009 para la tasa de crecimiento anualizada correspondiente a la segunda mitad de 2008 fue -2,2%; pero las cifras actuales revelan que en realidad la caída fue mucho más pronunciada: un espeluznante -6,3%. Esta es la principal razón de que la actividad económica en 2009 y 2010 haya sido mucho menor que la prevista (y mucho mayor el desempleo).

La máxima tasa de contracción económica (una verdadera caída libre) se produjo en el último trimestre de 2008. Más concretamente, según estimaciones mensuales del PIB calculadas por la acreditada empresa de análisis Macroeconomic Advisers, dicha caída tuvo lugar en diciembre (un mes antes de la asunción de Obama). Como muestran claramente los gráficos reproducidos más adelante, la dirección de los índices de crecimiento se invirtió como por arte de magia apenas comenzado el mandato de Obama; hay una evidente curva con forma de “V” entre 2008 y 2009.

El estímulo fiscal comienza a entrar en pleno vigor en el segundo trimestre de 2009, y la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de los Estados Unidos designó oficialmente junio de ese año como el momento en que se produce el final de la recesión. El crecimiento del PIB real pasó a ser positivo en el tercer trimestre, pero volvió a frenarse a fines de 2010 y principios de 2011, lo que coincide con el momento en que comienza a retirarse el paquete de estímulo del gobierno de Obama.

Otros indicadores económicos (por ejemplo, los tipos de interés diferenciales y la tasa de destrucción de empleos) también se invirtieron a principios de 2009. La recuperación del mercado laboral suele ir rezagada respecto del PIB (lo que explica las “recuperaciones sin empleo” de las últimas décadas). Pero los datos oficiales sobre destrucción y creación mensuales de empleos también muestran claramente una curva con forma de “V”: como se ve en el gráfico siguiente, el derrumbe del nivel de empleo en el sector privado se detuvo, precisamente, cuando asumió Obama.

Hay que repetir que estos datos no demuestran que las políticas de Obama hayan tenido un rédito inmediato. Además de que las políticas tardan algún tiempo en producir efecto, hay muchos otros factores que, mes a mes, influyen sobre la economía; por eso, desentrañar las causas reales detrás de un resultado cualquiera no es fácil.

Dada esta dificultad, para evaluar correctamente si el estímulo fiscal aprobado en enero de 2009 tuvo algún efecto positivo, lo primero que hay que usar es el sentido común. Si el gobierno gasta 800 mil millones de dólares en cosas como construir autopistas, pagar los salarios de maestros y policías que iban a ser despedidos, etcétera, eso tiene un efecto. Habrá trabajadores que, si no fuera por esas medidas, se hubieran quedado sin empleo; pero ahora lo conservan y pueden gastar parte de sus ingresos en bienes y servicios producidos por otras personas, lo cual crea un efecto multiplicador.

Los que aseguran que este tipo de gasto no aumenta la renta y el empleo (o que es perjudicial) parecen creer que tan pronto como se despide a un maestro, en algún otro lugar de la economía se crea un nuevo puesto de trabajo, o incluso que ese mismo maestro encuentra otro empleo de inmediato. Pero nada de esto puede ser verdad; no con un desempleo tan alto y una duración promedio del desempleo mucho mayor que la habitual.

Esos críticos también creen que el déficit público aumenta la inflación y los tipos de interés, lo cual reduce (desplaza) el gasto de los consumidores y las empresas. Pero las tasas de interés están en niveles bajísimos (incluso más que en enero de 2009) y la inflación básica se ha desacelerado a un ritmo que no se veía desde principios de los sesenta. Las condiciones de los últimos cuatro años (alto nivel de desempleo, producción deprimida, tipos de interés e inflación bajos) son precisamente aquellas para las que se idearon las recetas “keynesianas” tradicionales.

Los modelos predictivos más sofisticados con que cuentan los economistas también muestran que el estímulo fiscal tuvo un importante efecto positivo, por las mismas razones que señala el sentido común. La Oficina Presupuestaria del Congreso de los Estados Unidos (OPC), un órgano no partidario, informa que la combinación de aumento del gasto y recortes impositivos de 2009 dio un impulso positivo a la economía, y de hecho produjo los efectos multiplicadores adicionales predichos por los modelos keynesianos tradicionales. Aun dejando espacio para un amplio grado de incertidumbre, la OPC calcula que el estímulo permitió un aumento de entre 1,5 y 3,5% del PIB para el cuarto trimestre respecto del valor que se hubiera alcanzado sin esas medidas. El aumento del PIB en 2010, cuando el estímulo alcanza su máximo efecto, fue aproximadamente el doble.

Por supuesto, a la mayoría de las personas no les interesan mucho los modelos econométricos. Para que un cambio en la situación impresione a los votantes, tiene que ser apreciable a simple vista. Por eso, no se explica cómo es que estos gráficos básicos, como los que muestran la curva con forma de “V” de los índices de crecimiento entre 2008 y 2009, no se han usado una y otra vez para demostrar lo que ocurrió.

Jeffrey Frankel es profesor de Formación de Capital y Crecimiento en la Universidad de Harvard.

Copyright: Project Syndicate, 2012.
Traducción: Esteban Flamini
 

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La campaña presidencial de este año en los Estados Unidos ha estado marcada por los llamados a Barack Obama de los posibles contendores republicanos a que emprenda una transformación radical de la política exterior estadounidense. Las campañas son siempre más extremas que la realidad final, pero los países deben ser cautelosos ante las peticiones de cambios transformacionales. Las cosas no siempre salen según lo previsto.

La política exterior no desempeñó casi ningún papel en las elecciones presidenciales estadounidenses del año 2000. En 2001, George W. Bush comenzó su primer mandato con poco interés por la política exterior, pero adoptó objetivos transformacionales después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Al igual que Woodrow Wilson, Franklin D. Roosevelt y Harry Truman antes que él, recurrió a la retórica de la democracia para unir a sus seguidores en tiempos de crisis

Bill Clinton también había hablado sobre la conveniencia de ampliar el papel de los derechos humanos y la democracia en la política exterior de EE.UU., pero en la década los 90 la mayoría de los estadounidenses prefería, en lugar de cambios, la normalidad y los dividendos de la paz posterior a la Guerra Fría. Por el contrario, la Estrategia de Seguridad Nacional de Bush de 2002, que llegó a ser llamada la Doctrina Bush, proclamaba que Estados Unidos "identificaría y eliminaría a los terroristas dondequiera que estén, junto con los regímenes que los apoyan". La solución al problema terrorista era difundir la democracia en todo el mundo.

Bush invadió Irak con el pretexto de eliminar la capacidad de Saddam Hussein de usar armas de destrucción masiva y, en el proceso, cambiar el régimen. No se lo puede culpar por las fallas de inteligencia que atribuyeron ese tipo de armas a Saddam, teniendo en cuenta que varios otros países compartían esas estimaciones. Sin embargo, la falta de comprensión del contexto iraquí y regional, junto con la mala planificación y gestión, socavaron sus objetivos transformacionales. Aunque algunos de sus defensores de tratan de atribuirle el mérito de las revoluciones de la "Primareva árabe", los principales protagonistas de las mismas rechazan estos argumentos.

Bush fue descrito por The Economist como "alguien obsesionado por la idea de ser un presidente transformacional, no sólo un operador del status-quo como Bill Clinton". La entonces secretario de Estado Condoleezza Rice elogió las virtudes de la "diplomacia transformacional". Sin embargo, aunque los teóricos del liderazgo y redactores de editoriales tienden a pensar que los gobernantes con objetivos transformacionales de política exterior son mejores en cuanto a ética o eficacia, la evidencia no apoya esta visión.

Otras habilidades de liderazgo son más importantes que la distinción habitual entre los líderes transformacionales y "transaccionales". Considérese el presidente George H. W. Bush, que no se centró en ninguna "visión", pero cuya buena gestión y ejecución fueron la base de una de las administraciones estadounidenses de política exterior más exitosas de la última mitad del siglo. Tal vez un día los ingenieros genéticos puedan llegar a producir líderes dotados por igual de visión y capacidad de gestión: si comparamos los dos Bush (que tenían en común la mitad de sus genes), está claro que la naturaleza todavía no ha resuelto el problema.

Este no es un argumento en contra de los líderes transformacionales. Mohandas Gandhi, Nelson Mandela y Martin Luther King Jr. desempeñaron papeles cruciales en la transformación de la identidad y las aspiraciones de las personas. Tampoco va contra los líderes transformacionales en la política exterior de EE.UU.: Franklin Roosevelt y Truman hicieron contribuciones importantes. Pero, al evaluar a los gobernantes, tenemos que prestar atención a los actos tanto de omisión como de comisión, a lo que sucedió y lo que se evitó, a los perros que ladraron y los que no lo hicieron.

Un gran problema de política exterior es la complejidad del contexto. Vivimos en un mundo de culturas diversas, y sabemos muy poco de ingeniería social y cómo "construir naciones". Cuando no podemos estar seguros del modo de mejorar el mundo, la prudencia se convierte en una virtud importante, y las visiones grandiosas pueden suponer graves peligros.

En política exterior, como en la medicina, es importante recordar el juramento hipocrático: en primer lugar, no hacer daño. Por estas razones, las virtudes de los líderes transaccionales con buena inteligencia contextual son muy importantes. Alguien como George H. W. Bush, incapaz de articular una visión, pero capaz de conducir al país con éxito a través de una crisis, resulta ser un líder mejor que alguien como su hijo, poseído por una visión de gran alcance, pero con pocas habilidades de gestión o inteligencia contextual.

El ex secretario de Estado George Shultz, que cumplió funciones bajo Ronald Reagan, una vez comparó su papel con la jardinería: "el cuidado constante de una compleja serie de actores, intereses y metas". Pero Condoleezza Rice, colega de Standford de Shultz, quería una diplomacia más transformacional que no aceptara el mundo tal como era, sino que intentara cambiarlo. Como dijera un observador, "la ambición de Rice no era sólo para ser jardinera, sino paisajista". Hay un papel para ambos, dependiendo del contexto, pero debemos evitar el error común de pensar automáticamente que el paisajista transformacional es mejor líder que el jardinero cuidadoso.

Tengamos esto en cuenta al evaluar los actuales debates presidenciales en Estados Unidos, con su constante referencia a la decadencia estadounidense. La decadencia es una metáfora engañosa. Estados Unidos no se encuentra en una decadencia absoluta y, en términos relativos, existe una razonable probabilidad de que siga siendo más poderoso que cualquier otro país en las próximas décadas. No vivimos en un "mundo post-estadounidense", pero tampoco en la época estadounidense de fines del siglo XX.

EE.UU. se enfrenta a un aumento de los recursos de poder de muchos otros actores, estatales y no estatales. También hará frente a una creciente cantidad de problemas que requieren el poder con los demás tanto como el poder sobre ellos, a fin de lograr los resultados que prefiere. La capacidad de Estados Unidos para mantener alianzas y crear redes de cooperación será una importante dimensión de su poder duro y blando.

El problema del papel de Estados Unidos en el siglo XXI no es una (mal especificada) "decadencia", sino más bien desarrollar la inteligencia contextual que le permita entender que incluso el país más grande no puede lograr lo que quiere sin la ayuda de los demás. Educar al público para que comprenda esta compleja época de la información globalizada, y lo que se requiere para funcionar con éxito en ella, será la verdadera tarea de liderazgo transformacional. Hasta el momento, no hemos escuchado mucho al respecto de los candidatos republicanos.

Joseph S. Nye, Jr., ex Secretario Asistente de Defensa de los Estados Unidos, es profesor en la Universidad de Harvard

Copyright: Project Syndicate, 2012.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
 
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