El invierno árabe

Johngo

Well-Known Member
En este zafarrancho superlativo vale la pena detenerse por lo menos en tres aspectos: el tema religioso, la política exterior estadounidense y la educación.

Hosni Mubarak gobernó Egipto durante treinta años con mano férrea y la administración de George W. Bush le enviaba prisioneros para ser torturados con la intención de sonsacarles información, lo cual consta en documentaciones como las que, entre otros, presenta Stephen Grey (periodista de la BBC, CNN, Newsweek y The New York Times) en su obra titulada Ghost Plane. The True Story of the CIA Torture Program.

Luego vino lo que se bautizó como “la primavera árabe” pero se erró de estación puesto que se acentuó un crudo invierno. Obama, que anda corriendo tras los acontecimientos, al ver lo ocurrido abandonó a su heredado ex socio y apoyó en todos los frentes a los opositores.

Después de multitudinarias manifestaciones callejeras, las elecciones convocadas le dieron el poder a Mohammed Morsi con el 57% de los votos el 17 de junio del corriente año, principalmente provenientes de la agrupación fundada en 1929 por Hassan al Banna denominada la “Hermandad Musulmana” que adultera una religión para imponer criterios autoritarios.

Resultó en otra expresión más en el mundo de hoy: la alarmante degeneración de la democracia que muta en cleptocracia. Los gobernantes de EE.UU. (y todos los del planeta) debieran recordar y tener muy presente el célebre fallo de la Corte Suprema de Justicia de ese país en el sentido de que “Nuestros derechos a la vida, a la libertad y la propiedad, a la libertad de expresión, la prensa libre, la libertad de culto y de reunión y otros derechos fundamentales no pueden subordinarse al voto, no dependen del resultado de ninguna elección” (West Virginia Board of Education vs. Barnette, 319 US, 624, 1943).

Morsi aceleró el régimen totalitario de su antecesor, se arrogó superpoderes, reformó la Constitución al efecto de intensificar la prepotencia del aparato estatal y designó al terrorista Adel al Jayat gobernador de Luxor, lo cual, en un contexto de una desocupación del trece por ciento, control de precios y desabastecimiento de casi todo, reiterados apagones por falta de energía y una inflación anualizada del 21%, hizo que otra aglomeración, también multitudinaria, se rebelara.

Esta situación tentó nuevamente a los militares que dieron un nuevo golpe de Estado, por más que Amr Moussa, el ex Canciller de Mubarak, diga que “no es un golpe sino una impugnación popular” y por más que el vocero de la Casa Blanca Jay Carney dice al respecto que “es complejo determinar” para evitar la mención de un golpe lo cual obligaría a ese gobierno —en medio de su desconcierto después de haber apoyado la mal llamada “primavera árabe”— a suspender la ayuda militar a Egipto que asciende a 1.500 millones de dólares anuales. ¡Para eso sirven 24 agencias estadounidenses “de inteligencia” en funcionamiento!

De cualquier manera, el golpe se ejecutó a manos del general Abel Fatah al Sisi quien entronizó temporariamente como presidente a Adly Mansour quien venía ejerciendo como cabeza del Tribunal Constitucional que anuncia que “habrá elecciones legislativas antes de 2014”. Mientras, hay una guerra civil en ciernes que hasta ahora se tradujo en más de medio centenar de muertos.

En este zafarrancho superlativo vale la pena detenerse por lo menos en tres aspectos: el tema religioso, la política exterior estadounidense y la educación. En primer lugar, es pertinente destacar lo dicho por el premio Nobel Gary Becker en cuanto a que “el Corán es el libro de los hombres de negocios debido al respeto a la propiedad y a los contratos” (Buenos Aires, Infobae, julio 21 de 2003), lo mismo han expresado otros autores como Guy Sorman.

En efecto, en el Corán se lee que “No se inmiscuyan en la propiedad de otros” (2:188) y “El no cumplimiento de un contrato se considera una ofensa” (2: 282) y respecto a las agresiones se consigna que “Quien mata, excepto por asesinato, será tratado como que mató a la humanidad y quien salva a uno es como si salvara a la humanidad” (5:31) y como explica el célebre profesor de religiones comparadas Huston Smith, el jihad significa “guerra interior contra el pecado”. Sin duda que todos los libros considerados sagrados como la Biblia contienen párrafos que interpretados literalmente pueden conducir a aberraciones mayúsculas. Si se toman los graves desvíos de la religión como parte de la misma se concluirá equivocadamente sobre su sentido y su naturaleza, como cuando se pretendió que la Inquisición o las “guerras santas” lideradas por cristianos prominentes y sacerdotes de alta jerarquía eran parte de esa creencia. Por el contrario, por ejemplo, en el caso de España donde los musulmanes estuvieron durante ocho siglos, autores de la talla de Gustave Le Bon (en La civilización árabe), el antes mencionado Huston Smith (en Las religiones del mundo), Thomas Sowell ( en Conquest and Cultures), Henry G. Weaver (en The Mainspring of Human Progress), Ernst Renan (en Averroes y el averroismo) y Angus Macnab (en España bajo la medialuna) muestran las extraordinarias contribuciones de los musulmanes a la tolerancia, al derecho, a la economía, a la música, la arquitectura, la medicina y a las matemáticas.

Nada favorece más a la guerra que aceptar que se trata de una lucha de religiones sin precisar que los atentados al derecho son realizados por delincuentes y terroristas-criminales sin aditamento de religión. Por el contrario, aquellos salvajes pretenden involucrar a las religiones puesto que saben que con ello se incrementa exponencialmente el grado de fanatismo y de destrucción por lo que se ocultan en sectas como la de los shiitas y sunnitas para cometer sus fechorías asesinas. Los incautos que compran estas historietas no se percatan que existen más de mil quinientos millones de musulmanes en el mundo que no son delincuentes sino personas civilizadas y preocupadas por la malévola desfiguración de su religión (en este sentido subrayo las admirables tareas de la Minaret of Freedom Foundation en EE.UU. presidida por Amad-ad-Dean Ahmad con quien he mantenido una muy fructífera correspondencia). Por ello, deben ser aplauidos todos los esfuerzos tan constructivos de los movimientos ecumenistas y las misas concelebradas entre cristianos, judíos y musulmanes.

De todas maneras es importante tener presente lo que en la tradición estadounidense —a partir de Jefferson— se conoce como “la doctrina de la muralla”, es decir, la separación tajante entre religión y poder. Las teocracias de cualquier signo constituyen un peligro inmenso: la aventura de que asuman el poder quienes gobernarán en nombre de la verdad absoluta, termina indefectiblemente en el cadalso. En este contexto, las libertades se atropellan “para preservar la pureza de la religión” de la confesión de los que mandan.

El segundo punto, como hemos anunciado, se refiere a la política exterior de EE.UU. que últimamente va a contramano de todos los sabios preceptos de los Padres Fundadores al pretender la absurda y contraproducente misión de “construir naciones” tal como manifestaba Condoleezza Rice como Secretaria de Estado del segundo Bush (mientras su país se deteriora con gastos públicos inauditos, deuda gubernamental inmensa y un déficit fiscal astronómico).

Estimo que puede ahorrarnos mucho espacio el buen resumen del espíritu republicano estadounidense al reproducir lo dicho por quien fuera Secretario de Estado y Presidente de los EE.UU., John Quincy Adams: “América [del Norte] no va al extranjero en busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la independencia para todos. Es el campeón solamente de las suyas. Recomienda esa causa general por el contenido de su voz y por la simpatía benigna de su ejemplo. Sabe bien que alistándose bajo otras banderas que no son la suya, aún tratándose de la causa de la libertad extranjera, se involucrará más allá de la posibilidad de salir de problemas, en todas las guerras de intrigas e intereses, de la codicia individual, de la envida y de ambición que asume y usurpa los ideales de libertad. Podrá ser la directriz del mundo pero no será más la directriz de su propio espíritu”.

En medio de esta situación lamentable en Egipto, como queda dicho, después de que el gobierno de Obama, luego de una amistad tenebrosa con el dictador de turno, alentó el derrocamiento de Mubarak, ahora solo se atina a que la vocero del Departamento de Estado, Jennifer Psaki —antes colaboradora en la sede de la Casa Blanca y campeona de natación en el estilo de espalda— declarare casi como un personaje de Woody Allen y en verdad de espaldas a los hechos: “condenamos severamente toda violencia e incitación a la violencia”.

Por último, debe tenerse muy presente la fertilidad de las labores educativas como herramienta esencial para revertir signos de autoritarismo y explicar y difundir los fundamentos de una sociedad abierta.

Entonces, en el caso de Egipto, no parece una buena receta el correr tras los acontecimientos avalando tardíamente lo que viene ocurriendo en un desconcertante ex post facto que no permite saber a ciencia cierta donde se ubican los funcionarios, siempre sorprendidos por los sucesos que en definitiva no saben como manejar, en vez de todo esto sería de desear que centren la atención en lo que tiene lugar en su propio territorio que hoy resulta francamente alarmante para el futuro del mundo libre. Por Alberto Benegas Lynch (h)
 
Arriba