(1) LA CIUDAD QUEBRADA
Por Denes Martos / Agosto/2013
LA QUIEBRA
¿Puede una ciudad entera declararse en quiebra?
Puede.
Y no me estoy refiriendo a una de esas tan mentadas y subdesarrolladas conglomeraciones urbanas del Tercer Mundo administradas por politicastros ignorantes y corruptos. No. Me refiero a una ciudad del Primer Mundo – de hecho: a una ciudad-ícono del hegemónico país del Primerísimo Mundo – gobernada por señoras y señores absolutamente comprometidos con la democracia, la libertad de los mercados, la libre empresa, la no discriminación, los derechos humanos, la igualdad de oportunidades para todos y los demás mantras del arsenal de la oratoria democrática.
Ya lo habrán adivinado (no fue muy difícil): me estoy refiriendo a Detroit.
La noticia recorrió el mundo entero generando más de un asombro. Sin embargo, lo verdaderamente interesante no es lo que transmitieron los medios masivos ya que, como de costumbre, lo interesante de la quiebra de Detroit no es que haya sucedido. Lo interesante, en todo caso, sería averiguar por qué sucedió.
Con todo, justo es reconocer que el silencio casi sepulcral acerca de las causas tiene su motivo: Detroit puede llegar a ser la punta de un iceberg contra el cual es posible que choque toda la administración urbana de los Estados Unidos. Hay por lo menos 150 ciudades norteamericanas que están en quiebra o al borde de la misma. Veinte de ellas tan solo en el estado de Nueva York. Para colmo, las causas reales son muy difíciles de explicar con un lenguaje políticamente correcto.
A los rusos soviéticos se les criticó durante décadas que levantaran ciudades insostenibles en medio de la nada y, durante un buen par de años después de 1989, los norteamericanos solo tuvieron una sonrisa despectiva ante las noticias que anunciaban la conversión en ciudades-fantasma de esos centros urbanos artificiales creados en parte para poblar ese inmenso espacio prácticamente vacío que constituyó buena parte de la Rusia soviética, y en parte, también, para explotar puntualmente algún recurso natural con los medios algo primitivos de una tecnología industrial bastante obsoleta. Una cosa así – se decía – no podía ocurrir nunca en países gobernados por la santísima trinidad de la privatización, la democracia y la desregulación, constituyentes de la deidad capitalista auto-reguladora automática de los mercados.
Pues ocurrió. Lo que es peor: amenaza con volver a ocurrir. Y, si bien no tiene ya mucho sentido discutir acerca de la inviabilidad práctica del marxismo soviético, no carece precisamente de interés preguntarse por qué, al igual que Detroit, ciudades como Buffalo, Hartford, Cleveland, Albany o Atlantic City están de hecho perdiendo la fe en la religión del liberalismo, el neoliberalismo, el demoliberalismo y los mercados. Las crisis nunca fueron buenas compañeras de las idolatrías pero, así y todo, vale la pena preguntarse hasta cuándo o hasta qué punto puede sostenerse la plutocracia del mundo demoliberal; hasta cuándo podrán estos apóstoles de Mammón hacernos creer que su reino no solo es el mejor del mundo sino que es el único posible.
UN POCO DE HISTORIA
Después de que, en 1903, Henry Ford fundara la Ford Motor Company y pioneros de la industria automotriz como los hermanos Dodge, William C. Durant, Frederic L. Smith, Louis Chevrolet, James W. Packard y Walter Chrysler crearan sus respectivas compañías, Detroit se convirtió en algo así como la capital mundial de ese cuasi-símbolo de la modernidad y el status social que es el automóvil. Fueron los años en que el "Gran Sueño Americano" encontró su símbolo casi perfecto en el Gran Coche Americano.
Duró hasta la década de los '60 del Siglo XX. Para esa época Detroit se estaba volviendo cada vez más una ciudad afroamericana. En 1963, dos meses antes de pronunciar su famoso discurso "Yo tengo un sueño" en Washington, Marthin Luther King pronunció un importante discurso en Detroit. Cuatro años más tarde, en Julio de 1967, el gobernador George W. Romney tuvo que mandar a la Guardia Nacional a sofocar los disturbios raciales y el presidente Johnson hasta tuvo que reforzar las fuerzas del orden mediante el envío de tropas del ejército y vehículos blindados. Con los francotiradores de los Panteras Negras disparando desde los tejados (especialmente contra. . . ¡los bomberos!), el resultado de los enfrentamientos fue de 43 muertos, centenares de heridos, más de 7.000 personas arrestadas y más de 2.000 edificios incendiados o destruidos. Y eso fue solo el anuncio de lo que vendría después.
En una primera instancia, la población blanca de Detroit se mudó a los suburbios de la ciudad y, con el tiempo, terminó emigrando definitivamente. De una población máxima de unos 2 millones de habitantes hacia los años '50 del Siglo XX, Detroit cuenta hoy con apenas unos 700.000 de los cuales el 90% es afroamericano.
Seis años después de los sangrientos disturbios mencionados, los ciudadanos de Detroit votaron como alcalde a Coleman A. Young, el primer alcalde negro de la ciudad. Young se propuso reforzar la identidad afroamericana de la urbe renombrando calles e inaugurando monumentos dedicados a honrar a los líderes de la emancipación afroamericana mientras trataba de detener la lenta agonía de la ciudad interesando a las grandes compañías norteamericanas en participar invirtiendo en megaproyectos destinados a revitalizar algunas actividades.
Young fue alcalde durante nada menos que 5 mandatos. Durante su gestión, a pesar del gran despliegue de obras e inversiones, las cosas no mejoraron. No solo las festividades de Haloween resultaron constantes ocasiones para el vandalismo. Durante la década de los '70 los desórdenes fueron incrementando su violencia hasta que, en 1984, se produjo otra masacre con más de 1.000 automóviles incendiados, múltiples violaciones, saqueos y linchamientos en serie. Para colmo, William L. Hart, jefe de policía y aliado de Young, terminó siendo condenado por el robo de U$S 1.300.000 de los fondos reservados de la policía y el subjefe de la repartición, Kenneth Weiner, otro estrecho colaborador de Young, también resultó condenado por el robo de una suma similar del mismo fondo.
Las calles de la ciudad quedaron así en manos de bandas de delincuentes, principalmente de las que dominaban el narcotráfico. Las bandas de los Errol Flyns, los Nasty Flyns que más tarde se denominaron NF Bangers, los Black Killers, los Young Boys, Pony Down, Best Friends, la Black Mafia Family y los Chambers Brothers terminaron controlando de hecho las calles con lo que Detroit se volvió una ciudad completamente inmanejable.
Hoy en día, en Detroit impera el miedo y el caos. Zombies completamente drogados, casas semiderruídas y abandonadas, restos de autos desmantelados, enormes e imponentes edificios completamente inútiles, un ambiente kafkiano y la ley de la selva imperan en todas partes. De la otrora grandiosa estación ferroviaria principal, el último tren partió en 1988. Majestuosos, vistosos y enormes edificios de oficinas se han vuelto completamente inútiles porque ya no hay nada para administrar. El déficit presupuestario ha llegado en 2013 a los 300 millones de dólares; el total de la deuda sobrepasa los 14.000 millones. La ciudad se ha declarado en quiebra. El sueño de Martin Luther King terminó, y quienes de él se despertaron no tienen más remedio que enfrentarse a la amarga realidad de una pesadilla.
Lo grave es que a quienes despierten del Gran Sueño Americano no les espera algo mucho mejor.
Por Denes Martos / Agosto/2013
LA QUIEBRA
¿Puede una ciudad entera declararse en quiebra?
Puede.
Y no me estoy refiriendo a una de esas tan mentadas y subdesarrolladas conglomeraciones urbanas del Tercer Mundo administradas por politicastros ignorantes y corruptos. No. Me refiero a una ciudad del Primer Mundo – de hecho: a una ciudad-ícono del hegemónico país del Primerísimo Mundo – gobernada por señoras y señores absolutamente comprometidos con la democracia, la libertad de los mercados, la libre empresa, la no discriminación, los derechos humanos, la igualdad de oportunidades para todos y los demás mantras del arsenal de la oratoria democrática.
Ya lo habrán adivinado (no fue muy difícil): me estoy refiriendo a Detroit.
La noticia recorrió el mundo entero generando más de un asombro. Sin embargo, lo verdaderamente interesante no es lo que transmitieron los medios masivos ya que, como de costumbre, lo interesante de la quiebra de Detroit no es que haya sucedido. Lo interesante, en todo caso, sería averiguar por qué sucedió.
Con todo, justo es reconocer que el silencio casi sepulcral acerca de las causas tiene su motivo: Detroit puede llegar a ser la punta de un iceberg contra el cual es posible que choque toda la administración urbana de los Estados Unidos. Hay por lo menos 150 ciudades norteamericanas que están en quiebra o al borde de la misma. Veinte de ellas tan solo en el estado de Nueva York. Para colmo, las causas reales son muy difíciles de explicar con un lenguaje políticamente correcto.
A los rusos soviéticos se les criticó durante décadas que levantaran ciudades insostenibles en medio de la nada y, durante un buen par de años después de 1989, los norteamericanos solo tuvieron una sonrisa despectiva ante las noticias que anunciaban la conversión en ciudades-fantasma de esos centros urbanos artificiales creados en parte para poblar ese inmenso espacio prácticamente vacío que constituyó buena parte de la Rusia soviética, y en parte, también, para explotar puntualmente algún recurso natural con los medios algo primitivos de una tecnología industrial bastante obsoleta. Una cosa así – se decía – no podía ocurrir nunca en países gobernados por la santísima trinidad de la privatización, la democracia y la desregulación, constituyentes de la deidad capitalista auto-reguladora automática de los mercados.
Pues ocurrió. Lo que es peor: amenaza con volver a ocurrir. Y, si bien no tiene ya mucho sentido discutir acerca de la inviabilidad práctica del marxismo soviético, no carece precisamente de interés preguntarse por qué, al igual que Detroit, ciudades como Buffalo, Hartford, Cleveland, Albany o Atlantic City están de hecho perdiendo la fe en la religión del liberalismo, el neoliberalismo, el demoliberalismo y los mercados. Las crisis nunca fueron buenas compañeras de las idolatrías pero, así y todo, vale la pena preguntarse hasta cuándo o hasta qué punto puede sostenerse la plutocracia del mundo demoliberal; hasta cuándo podrán estos apóstoles de Mammón hacernos creer que su reino no solo es el mejor del mundo sino que es el único posible.
UN POCO DE HISTORIA
Después de que, en 1903, Henry Ford fundara la Ford Motor Company y pioneros de la industria automotriz como los hermanos Dodge, William C. Durant, Frederic L. Smith, Louis Chevrolet, James W. Packard y Walter Chrysler crearan sus respectivas compañías, Detroit se convirtió en algo así como la capital mundial de ese cuasi-símbolo de la modernidad y el status social que es el automóvil. Fueron los años en que el "Gran Sueño Americano" encontró su símbolo casi perfecto en el Gran Coche Americano.
Duró hasta la década de los '60 del Siglo XX. Para esa época Detroit se estaba volviendo cada vez más una ciudad afroamericana. En 1963, dos meses antes de pronunciar su famoso discurso "Yo tengo un sueño" en Washington, Marthin Luther King pronunció un importante discurso en Detroit. Cuatro años más tarde, en Julio de 1967, el gobernador George W. Romney tuvo que mandar a la Guardia Nacional a sofocar los disturbios raciales y el presidente Johnson hasta tuvo que reforzar las fuerzas del orden mediante el envío de tropas del ejército y vehículos blindados. Con los francotiradores de los Panteras Negras disparando desde los tejados (especialmente contra. . . ¡los bomberos!), el resultado de los enfrentamientos fue de 43 muertos, centenares de heridos, más de 7.000 personas arrestadas y más de 2.000 edificios incendiados o destruidos. Y eso fue solo el anuncio de lo que vendría después.
En una primera instancia, la población blanca de Detroit se mudó a los suburbios de la ciudad y, con el tiempo, terminó emigrando definitivamente. De una población máxima de unos 2 millones de habitantes hacia los años '50 del Siglo XX, Detroit cuenta hoy con apenas unos 700.000 de los cuales el 90% es afroamericano.
Seis años después de los sangrientos disturbios mencionados, los ciudadanos de Detroit votaron como alcalde a Coleman A. Young, el primer alcalde negro de la ciudad. Young se propuso reforzar la identidad afroamericana de la urbe renombrando calles e inaugurando monumentos dedicados a honrar a los líderes de la emancipación afroamericana mientras trataba de detener la lenta agonía de la ciudad interesando a las grandes compañías norteamericanas en participar invirtiendo en megaproyectos destinados a revitalizar algunas actividades.
Young fue alcalde durante nada menos que 5 mandatos. Durante su gestión, a pesar del gran despliegue de obras e inversiones, las cosas no mejoraron. No solo las festividades de Haloween resultaron constantes ocasiones para el vandalismo. Durante la década de los '70 los desórdenes fueron incrementando su violencia hasta que, en 1984, se produjo otra masacre con más de 1.000 automóviles incendiados, múltiples violaciones, saqueos y linchamientos en serie. Para colmo, William L. Hart, jefe de policía y aliado de Young, terminó siendo condenado por el robo de U$S 1.300.000 de los fondos reservados de la policía y el subjefe de la repartición, Kenneth Weiner, otro estrecho colaborador de Young, también resultó condenado por el robo de una suma similar del mismo fondo.
Las calles de la ciudad quedaron así en manos de bandas de delincuentes, principalmente de las que dominaban el narcotráfico. Las bandas de los Errol Flyns, los Nasty Flyns que más tarde se denominaron NF Bangers, los Black Killers, los Young Boys, Pony Down, Best Friends, la Black Mafia Family y los Chambers Brothers terminaron controlando de hecho las calles con lo que Detroit se volvió una ciudad completamente inmanejable.
Hoy en día, en Detroit impera el miedo y el caos. Zombies completamente drogados, casas semiderruídas y abandonadas, restos de autos desmantelados, enormes e imponentes edificios completamente inútiles, un ambiente kafkiano y la ley de la selva imperan en todas partes. De la otrora grandiosa estación ferroviaria principal, el último tren partió en 1988. Majestuosos, vistosos y enormes edificios de oficinas se han vuelto completamente inútiles porque ya no hay nada para administrar. El déficit presupuestario ha llegado en 2013 a los 300 millones de dólares; el total de la deuda sobrepasa los 14.000 millones. La ciudad se ha declarado en quiebra. El sueño de Martin Luther King terminó, y quienes de él se despertaron no tienen más remedio que enfrentarse a la amarga realidad de una pesadilla.
Lo grave es que a quienes despierten del Gran Sueño Americano no les espera algo mucho mejor.