daviddebedoya
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Todo es superlativo en el currículum de Ray Kurzweil, entre cuyos inventos se encuentran el primer lector electrónico para ciegos, el sistema de reconocimiento de voz que dio origen a Siri y el primer escáner digital. Desde hace unos meses reside en este apartamento luminoso con vistas a la bahía de San Francisco y ejerce como ingeniero para Google por petición expresa de Larry Page. "Es la primera vez que trabajo para otra persona", explica entre dientes. "Sólo lo hice porque me prometieron plena libertad".
Kurzweil acaba de publicar en España 'Cómo crear una mente' (Lola Books, 2013). Una obra en la que expone su teoría del cerebro y explica cómo se podrían recrear sus entresijos con la ayuda de un ordenador. Sus palabras son una ventana a un futuro en el que se difuminarán las fronteras entre la vida y la muerte y nuestros cerebros serán más poderosos con la ayuda de un ordenador.
¿Por qué decidió escribir este libro?
Hace medio siglo escribí un ensayo en el que describía cómo funcionaba el cerebro. Apenas tenía 17 años y gané un premio que me permitió conocer al presidente Johnson. Entonces los científicos apenas tenían pruebas sobre cómo funcionaba el cerebro por dentro. Pero hubo un científico que se dio cuenta de que nuestro neocórtex era muy uniforme y todas sus partes tenían la misma estructura y la misma apariencia. Ésa es la única pista que tenía al elaborar aquel ensayo. Entonces describía el cerebro como un órgano con diferentes módulos capaces de reconocer un patrón, recordarlo y actuar en relación con él. Yo decía que esos módulos estaban organizados de acuerdo con una jerarquía que nosotros mismos creamos.
Suena muy similar a lo que usted describe en su libro medio siglo después.
Así es y ésa fue la base sobre la cual desarrollé algunos de mis proyectos. Pero recientemente volví a darle vueltas al neocórtex y a pensar en qué podíamos aprender sobre el modo en que funciona nuestro cerebro para crear inteligencia artificial. Mi tesis era la misma que en los años 60 pero ahora tenía muchos estudios a mi alcance. La capacidad de escanear el cerebro crece de un modo exponencial y lo hacen también los datos y la capacidad de simular el funcionamiento de sus partes.
¿A qué conclusiones llegó?
La principal es que en nuestro neocórtex existen unos 300 millones de módulos. Cada uno está compuesto por unas 100 neuronas conectadas entre sí que establecen conexiones con otros módulos a través de unas redes cuyo diseño es una especie de cuadrícula como la que forman las calles de Manhattan. Los adultos tenemos la mitad de conexiones que un recién nacido porque aquéllas que no usamos desaparecen.
No todos esos módulos se dedican a lo mismo
No. Pero hoy tenemos muchas pruebas de que las partes del cerebro usan métodos muy similares y son intercambiables. Nuestro lóbulo frontal y el occipital tienen normalmente funciones opuestas. El primero es el responsable del pensamiento abstracto y el segundo de reconocer los bordes de los objetos. ¿Pero qué ocurre con el lóbulo occipital de los ciegos de nacimiento? No se queda ahí sin hacer nada. Es reclutado por el lóbulo frontal para ayudarle con el lenguaje, el humor o la ironía. Asuntos muy complejos que demuestran que todas las regiones del cerebro funcionan con el mismo lenguaje. Lo que marca la diferencia no es la morfología de esos módulos sino la jerarquía que aplica el cerebro.
Es el tamaño de nuestro neocórtex lo que nos hace humanos.
En cierto modo sí. Esa es la gran innovación con la que la evolución ha dotado al ser humano. Los primates no tienen nuestro lóbulo frontal y por eso no tienen nuestra inteligencia. Los chimpancés pueden comunicarse con la lengua de signos y crear herramientas muy rudimentarias. Pero su lenguaje es muy sencillo y no pueden crear herramientas con las que crear otras herramientas más complejas.
¿En qué se diferencia un cerebro de un ordenador?
Un ordenador no es capaz de hacer dos cosas a la vez. Hace sólo una cosa pero la hace muy rápido y con mucha precisión. Hace miles de millones de operaciones por segundo y apenas se equivoca. El cerebro es un poco lo contrario. Apenas hace cientos de operaciones por segundo y es mucho más lento que un ordenador. Pero es capaz de hacer millones de operaciones a la vez y es mucho menos fiable que un ordenador. Cientos de módulos intervienen por ejemplo cuando uno reconoce una A mayúscula. Algunos fallan pero esos fallos son irrelevantes porque la mayoría de ellos aciertan y reconocen esa vocal.
Usted trabaja para simular el funcionamiento del cerebro humano en un ordenador. ¿Qué obstáculos aprecia?
Muchos pero no es imposible. El matemático británico Alan Turing dijo que cualquier forma de computación al final es equivalente. Un dispositivo con suficiente memoria puede simular el funcionamiento de cualquier otro dispositivo. Eso es válido para un ordenador, que podría simular el funcionamiento del cerebro humano haciendo las mismas operaciones de una en una pero muy deprisa.
¿Cuándo será posible?
No nos queda mucho para llegar a ese punto. Hace unos años escribí en mi libro 'La singularidad está cerca' que haría falta un ordenador capaz de llevar a cabo entre 100 billones y 10.000 billones de operaciones por segundo para recrear el cerebro humano. Hoy existen ordenadores gigantes con esa capacidad y mi impresión es que en apenas una década costarán unos mil dólares y estarán al alcalde de cualquiera. Su teléfono ya es capaz de hacer un billón de operaciones por segundo y su capacidad no dejará de crecer.
¿Tan pronto?
Mis estimaciones son muy conservadoras. Mi impresión es que al final de esta década tendremos ordenadores muy baratos y con capacidad suficiente para simular el cerebro humano. Es algo que ya es posible con los medios de los que disponemos en Google. Lo que estoy haciendo allí es construir un modelo del cerebro capaz de manejar el lenguaje igual que los seres humanos. No sólo leer documentos sino comprenderlos. En Google estamos creando un sistema que leerá decenas de miles de millones de páginas. Aprenderá cualquier cosa que merezca la pena leer en Internet. Creará una base de conocimientos sobre el mundo y uno podrá escribirle y hacerle preguntas. No sólo la altura de la Torre Eiffel sino asuntos más complejos como las polémicas que afectan a una persona.
Ustedes están creando una especie de asistente personal capaz de responder sobre cualquier cosa.
Más o menos. Pero nuestro buscador no sólo responderá a lo que usted le pregunte. También recordará aquello por lo que usted le preguntó en el pasado y le dará novedades sobre el asunto sin que usted se las pida. No sólo temas amplios sino problemas muy concretos. Apuntará cualquier novedad sobre un problema que interesa a su interlocutor y será capaz de resumir cualquier artículo científico con unas palabras que cualquiera pueda comprender. El buscador en el que estamos trabajando también cambiará la forma en que funcionan los traductores informáticos. Nuestra intención es que el ordenador actúe como un ser humano, que primero comprende una frase en el idioma original y luego la articula en el segundo idioma. Nuestro objetivo es moldear todos los productos de Google comprendiendo mejor el lenguaje.
¿Qué es lo más difícil de simular en el cerebro humano?
Supongo que el nivel de abstracción que es capaz de alcanzar. Piense en la ironía o en el sarcasmo. Implican varios niveles de interpretación y eso confunde a los ordenadores. Lo que el cerebro humano hace es crear esa jerarquía con su propio pensamiento. Ése es el secreto del pensamiento humano. Ahora tengo algunas ideas sobre cómo un ordenador puede crear esa jerarquía. Es un proceso que podemos interpretar y replicar también.
¿Podrá un ordenador escribir una novela o componer una sinfonía?
Ésas son las creaciones más complejas de nuestro neocórtex y funcionan a través de metáforas. Cada tipo de música es un lenguaje que muy pocos seres humanos llegan a dominar. Sólo un puñado de genios alcanzan el nivel de un Mozart o de un Bach. Entre otras cosas porque nuestro cerebro tiene una capacidad muy limitada: apenas 300 millones de módulos neuronales. Pero pronto podremos mejorar nuestro cerebro y tener una especie de neocórtex exterior que estará disponible en la nube y que nos permitirá evitar esa limitación. Es necesario un cerebro especial para llegar a ser un genio como Mozart y aún no comprendemos los procesos que intervienen en ese proceso. Pero las aptitudes serán menos importantes que hasta ahora porque ya no tendremos un cerebro tan limitado.
¿Por qué?
Porque nuestro neocórtex será mucho más potente. Podremos conectarlo con ese cerebro exterior en torno al año 2030 y será un órgano flexible. Si usted necesita 100 millones de módulos cerebrales más porque su jefe se le está acercando y necesita decir algo inteligente, será capaz de tenerlos a su alcance. Nuestro cerebro será un híbrido de nuestro neocórtex biológico y esa extensión no biológica a la que podremos acceder a través de la nube. Esa extensión no biológica crecerá exponencialmente en los próximos años y será nuestro cerebro dominante en apenas una o dos décadas.
¿Tan pronto?
Lo más eficiente es tener ese cerebro no biológico en la nube, que ya está disponible para todo el mundo. No podemos acceder aún directamente desde nuestro cerebro. Pero nuestros teléfonos ya son una extensión de nuestra mente y son instrumentos muy democráticos porque cualquier ser humano tiene en la palma de su mano más información de la que tenía a su alcance hace 15 años el presidente de EEUU.
¿Tendremos un chip implantado en nuestro cerebro?
No será necesario. Habrá transmisores minúsculos del tamaño de nuestros leucocitos que podremos introducir sin cirugía en nuestro cerebro. Hoy en día sólo podemos conectar nuestro cerebro a un ordenador por medio de chips del tamaño de un guisante y a través de procedimientos muy invasivos que sólo se usan en enfermos de Parkinson y de epilepsia. Pero eso también cambiará dentro de unos años.
Usted augura un mundo donde podamos archivar nuestros conocimientos como ahora archivamos el contenido de un ordenador.
El primer paso sería extender nuestro pensamiento con ese cerebro no biológico en la nube. Ese neocórtex enseguida será tan potente que podrá comprender nuestro cerebro biológico y replicarlo. Nuestros recuerdos, nuestras habilidades y nuestros conocimientos estarán almacenados en la nube a salvo de cualquier enfermedad o cualquier accidente.
Usted augura que crearemos avatares similares a nosotros con esa información.
Avatares capaces de vivir para siempre sin nuestras limitaciones pero que no serían nuestro 'yo'.
Si arrojo mi teléfono ahora por la ventana, puedo recuperar todo su contenido. Pero no creemos que podamos hacer algo similar con un ser humano porque no hemos llegado a ese nivel... todavía. Yo auguro que dispositivos digitales como su teléfono alcanzarán el nivel de complejidad de un ser humano en torno a 2029.
Fue una predicción muy polémica cuando la hizo en 1999.
Lo fue y mis colegas la pusieron en solfa durante un congreso que se celebró en Stanford. Una porción considerable dijo que no ocurriría nunca y la mayoría afirmó que no ocurriría durante cientos de años. Hace siete años, en cambio, mis colegas habían cambiado de opinión y situaban la creación de esos dispositivos digitales entre 25 y 50 años. No tan lejos de la fecha que yo había previsto. Mi impresión ahora es que habrá dispositivos capaces de desarrollar algunas tareas humanas en apenas cinco años y dispositivos al nivel del ser humano en apenas 16. Pero el objetivo que deberíamos plantearnos no es crear cerebros que se asemejen al ser humano sino encontrar la forma de extender nuestra inteligencia. Ése ha sido siempre el objetivo del ser humano y ya ha empezado a ocurrir. Apenas recordamos los números ni las direcciones de correo electrónico de nuestros amigos. Están todas en nuestros teléfonos.
¿En algún momento esos robots que usted describe tendrán derechos?
Eso requiere un paso previo: la creación de entes no biológicos que operen al nivel del ser humano. Hoy por hoy nuestros ordenadores no tienen derechos. No tienen la inteligencia suficiente para exigirlos. Pero llegará el momento en que habrá dispositivos más inteligentes que los seres humanos capaces de enfadarse y de sonreír. Habrá quien ponga en duda esos sentimientos y los defina como simulaciones de la realidad. Pero serán máquinas mucho más inteligentes que nosotros. Mi impresión es que no nos convendrá llevarnos mal con ellas y que les concederemos los mismos derechos que a una persona.
¿Nos concederán derechos esas máquinas a nosotros?
Hay muchas novelas de ciencia ficción que recrean una guerra entre las máquinas y los seres humanos. Pero mi impresión es que todo será mucho más complicado. Los seres humanos serán mucho más inteligentes porque sus cerebros estarán conectados a dispositivos digitales. Mire lo que ha ocurrido con nuestros teléfonos. No los controla ningún Gobierno. Están en las manos de miles de millones de personas. La tecnología es muy democrática. Un par de adolescentes crearon Google con sus ordenadores portátiles y algo similar está ocurriendo en muchos lugares del mundo.
Al principio sólo los más ricos podrán acceder a esa extensión de su cerebro y eso potenciará la desigualdad.
Es un argumento que me citan a menudo y siempre digo lo mismo. Uno tenía que ser rico para tener un teléfono móvil hace 20 años. Pero aquellos teléfonos no funcionaban muy bien, eran carísimos y tenían el tamaño de una barra de pan. Los ricos tienen acceso a estas tecnologías cuando son imperfectas. En cuanto funcionan bien, bajan de precio y son prácticamente gratuitas. Ocurre constantemente con cualquier tecnología digital. Podemos adquirir casi cualquier dispositivo por la mitad de precio un año después de su lanzamiento.
El escenario que plantea invita a pensar que nuestras escuelas no tienen mucho sentido.
Nuestras escuelas responden a un modelo obsoleto porque ponen el énfasis en la memorización de unos datos que están a nuestro alcance en nuestro bolsillo. A nuestros hijos habría que enseñarles cómo resolver problemas que aún no se han resuelto y cómo acceder a la nueva información. Lo mejor sería ayudar a cualquier alumno a llevar a cabo un proyecto por el que sienta una pasión especial. Sólo así aprenderán cosas importantes. Aún necesitamos maestros. Pero deben ser sobre todo guías y mentores capaces de estimular a sus alumnos.
¿Cambiará nuestra percepción de la muerte?
Siempre percibiremos la muerte como lo que es: una tragedia muy profunda que anima la historia del ser humano. Hasta hace muy poco nadie podía desarrollar una estrategia para vivir lo suficiente como para llegar a un punto a partir del cual pudiera vivir indefinidamente. Así fue como empezamos a racionalizar la muerte y a decir que era una liberación y que era necesaria para dar sentido a la vida. Ese es el origen de la mayoría de nuestras religiones. Pero la muerte es una gran pérdida de todo lo que da sentido a la vida: la belleza, el conocimiento, la sabiduría, el amor o la creatividad. Yo he escrito varios libros para hacer una llamada a mi generación, que no es consciente que estamos a las puertas de una revolución que disparará nuestra esperanza de vida en apenas 10 o 15 años.
¿Hasta qué punto?
La gente no se da cuenta de la transformación que está ocurriendo en la medicina. Nuestra esperanza de vida andaba por los 19 años al inicio del segundo milenio y por 37 al principio del siglo XX. Pero esa mejora se acelerará en los próximos años gracias a los avances informáticos y al proyecto del genoma humano. No sólo hemos descifrado nuestra información genética. Somos capaces de cambiar los fragmentos que causan enfermedades mortíferas. Estas herramientas son mil veces más potentes que hace una década y serán mil veces más potentes dentro de 10 años y un millón de veces más potentes en apenas 20. Ese es el motivo por el que creo que veremos cambios radicales en la medicina en las próximas dos décadas. Yo tengo 65 años y estoy predispuesto a sufrir diabetes y problemas cardiovasculares. Por eso tomo unas 150 pastillas con vitaminas y suplementos que me permitan mantenerme sano para el día en que lleguemos a lo que yo defino como 'Puente 2'.
¿A qué se refiere?
A la habilidad para corregir los defectos de nuestro genoma: aquellos genes que nos predisponen a sufrir enfermedades como el cáncer o la demencia senil. El siguiente paso sería lo que yo llamo 'Puente 3': mejorar nuestro cuerpo con dispositivos no biológicos por medio de la tecnología. Mi impresión es que seremos capaces de crear dispositivos capaces de llevar a cabo las funciones de nuestros órganos y de fortalecer nuestro sistema inmune con nanorobots capaces de detectar el sida o el cáncer que tendrán el tamaño de nuestros leucocitos. El último paso sería recrear literalmente todos los mecanismos de nuestro cuerpo al margen de la biología. Aunque eso aún nos llevará más tiempo.
¿Por qué los científicos no tan optimistas como usted?
Porque asumen que el proceso es lineal y no exponencial. Nuestro cerebro está programado para predecir el futuro linealmente. Por eso son tan conservadoras las predicciones de científicos que han ganado el Nobel pero no comprenden el ritmo al que avanza la tecnología. Yo empecé a estudiar este asunto hace medio siglo y le aseguro que la tecnología avanza a un ritmo vertiginoso. Treinta pasos lineales nos llevan de uno a 30. Treinta pasos exponenciales nos llevan hasta mil millones. No estoy especulando. El ordenador que tengo aquí es miles de millones de veces más potente que el que usaba cuando era un adolescente.
He leído que usted quiere devolver a la vida a su padre.
El proyecto es crear un avatar al que yo no pueda distinguir de mi padre. Es un objetivo cada vez más fácil porque mis recuerdos de él empiezan a desvanecerse. Mi padre tenía el instinto de guardarlo todo. Tengo guardadas sus fotos, la música que escribió, los vídeos caseros en los que aparece y por supuesto su ADN, que es información genética. Tengo a mi alcance detalles suficientes como para crear un avatar que tendrá una personalidad similar a la de mi padre. Usted dirá que no es mi padre. Pero si mi padre estuviera vivo tampoco sería la misma persona. Sería una persona distinta de la que era hace unos años. Nosotros cambiamos constantemente. No somos la misma persona que hace unos meses. Nuestras células no son las mismas y nuestro carácter va cambiando gradualmente. Pero he descrito esta idea a otras personas y la encuentran interesante. La gente piensa en recrear a su esposa, a su hijo o a su madre. Habrá un momento en que podremos copiar los recuerdos, los conocimientos y las habilidades de una persona y recrearlos en un avatar.
¿Será importante para nosotros que los robots tengan apariencia humana?
En el futuro habrá máquinas inteligentes que no la tendrán. Pero en algunos casos será útil que esas máquinas adopten la forma de un ser humano. Habrá robots diseñados para cuidar a un enfermo o para ejercer como amantes. Aun así mi impresión es que la idea de la apariencia humana también cambiará. Ya hemos empezado a modificar nuestro cuerpo con implantes y tatuajes y daremos cada vez más pasos en esa dirección. Pasaremos mucho tiempo en la realidad virtual y experimentaremos con nuestro cuerpo dentro y fuera de esa realidad. Es difícil predecir cómo serán nuestros cuerpos entonces. Al fin y al cabo, es como intentar predecir la moda.
¿Algún día dejaremos de ser seres biológicos?
Poco a poco dejaremos de depender por entero de la biología. Será difícil apartarnos del todo de ella porque aún tenemos ADN y bacterias en nuestro organismo. Pero nuestra realidad se irá alejando poco a poco de ella a medida que sus funciones las puedan llevar a cabo dispositivos artificiales.
Kurzweil acaba de publicar en España 'Cómo crear una mente' (Lola Books, 2013). Una obra en la que expone su teoría del cerebro y explica cómo se podrían recrear sus entresijos con la ayuda de un ordenador. Sus palabras son una ventana a un futuro en el que se difuminarán las fronteras entre la vida y la muerte y nuestros cerebros serán más poderosos con la ayuda de un ordenador.
¿Por qué decidió escribir este libro?
Hace medio siglo escribí un ensayo en el que describía cómo funcionaba el cerebro. Apenas tenía 17 años y gané un premio que me permitió conocer al presidente Johnson. Entonces los científicos apenas tenían pruebas sobre cómo funcionaba el cerebro por dentro. Pero hubo un científico que se dio cuenta de que nuestro neocórtex era muy uniforme y todas sus partes tenían la misma estructura y la misma apariencia. Ésa es la única pista que tenía al elaborar aquel ensayo. Entonces describía el cerebro como un órgano con diferentes módulos capaces de reconocer un patrón, recordarlo y actuar en relación con él. Yo decía que esos módulos estaban organizados de acuerdo con una jerarquía que nosotros mismos creamos.
Suena muy similar a lo que usted describe en su libro medio siglo después.
Así es y ésa fue la base sobre la cual desarrollé algunos de mis proyectos. Pero recientemente volví a darle vueltas al neocórtex y a pensar en qué podíamos aprender sobre el modo en que funciona nuestro cerebro para crear inteligencia artificial. Mi tesis era la misma que en los años 60 pero ahora tenía muchos estudios a mi alcance. La capacidad de escanear el cerebro crece de un modo exponencial y lo hacen también los datos y la capacidad de simular el funcionamiento de sus partes.
¿A qué conclusiones llegó?
La principal es que en nuestro neocórtex existen unos 300 millones de módulos. Cada uno está compuesto por unas 100 neuronas conectadas entre sí que establecen conexiones con otros módulos a través de unas redes cuyo diseño es una especie de cuadrícula como la que forman las calles de Manhattan. Los adultos tenemos la mitad de conexiones que un recién nacido porque aquéllas que no usamos desaparecen.
No todos esos módulos se dedican a lo mismo
No. Pero hoy tenemos muchas pruebas de que las partes del cerebro usan métodos muy similares y son intercambiables. Nuestro lóbulo frontal y el occipital tienen normalmente funciones opuestas. El primero es el responsable del pensamiento abstracto y el segundo de reconocer los bordes de los objetos. ¿Pero qué ocurre con el lóbulo occipital de los ciegos de nacimiento? No se queda ahí sin hacer nada. Es reclutado por el lóbulo frontal para ayudarle con el lenguaje, el humor o la ironía. Asuntos muy complejos que demuestran que todas las regiones del cerebro funcionan con el mismo lenguaje. Lo que marca la diferencia no es la morfología de esos módulos sino la jerarquía que aplica el cerebro.
Es el tamaño de nuestro neocórtex lo que nos hace humanos.
En cierto modo sí. Esa es la gran innovación con la que la evolución ha dotado al ser humano. Los primates no tienen nuestro lóbulo frontal y por eso no tienen nuestra inteligencia. Los chimpancés pueden comunicarse con la lengua de signos y crear herramientas muy rudimentarias. Pero su lenguaje es muy sencillo y no pueden crear herramientas con las que crear otras herramientas más complejas.
¿En qué se diferencia un cerebro de un ordenador?
Un ordenador no es capaz de hacer dos cosas a la vez. Hace sólo una cosa pero la hace muy rápido y con mucha precisión. Hace miles de millones de operaciones por segundo y apenas se equivoca. El cerebro es un poco lo contrario. Apenas hace cientos de operaciones por segundo y es mucho más lento que un ordenador. Pero es capaz de hacer millones de operaciones a la vez y es mucho menos fiable que un ordenador. Cientos de módulos intervienen por ejemplo cuando uno reconoce una A mayúscula. Algunos fallan pero esos fallos son irrelevantes porque la mayoría de ellos aciertan y reconocen esa vocal.
Usted trabaja para simular el funcionamiento del cerebro humano en un ordenador. ¿Qué obstáculos aprecia?
Muchos pero no es imposible. El matemático británico Alan Turing dijo que cualquier forma de computación al final es equivalente. Un dispositivo con suficiente memoria puede simular el funcionamiento de cualquier otro dispositivo. Eso es válido para un ordenador, que podría simular el funcionamiento del cerebro humano haciendo las mismas operaciones de una en una pero muy deprisa.
¿Cuándo será posible?
No nos queda mucho para llegar a ese punto. Hace unos años escribí en mi libro 'La singularidad está cerca' que haría falta un ordenador capaz de llevar a cabo entre 100 billones y 10.000 billones de operaciones por segundo para recrear el cerebro humano. Hoy existen ordenadores gigantes con esa capacidad y mi impresión es que en apenas una década costarán unos mil dólares y estarán al alcalde de cualquiera. Su teléfono ya es capaz de hacer un billón de operaciones por segundo y su capacidad no dejará de crecer.
¿Tan pronto?
Mis estimaciones son muy conservadoras. Mi impresión es que al final de esta década tendremos ordenadores muy baratos y con capacidad suficiente para simular el cerebro humano. Es algo que ya es posible con los medios de los que disponemos en Google. Lo que estoy haciendo allí es construir un modelo del cerebro capaz de manejar el lenguaje igual que los seres humanos. No sólo leer documentos sino comprenderlos. En Google estamos creando un sistema que leerá decenas de miles de millones de páginas. Aprenderá cualquier cosa que merezca la pena leer en Internet. Creará una base de conocimientos sobre el mundo y uno podrá escribirle y hacerle preguntas. No sólo la altura de la Torre Eiffel sino asuntos más complejos como las polémicas que afectan a una persona.
Ustedes están creando una especie de asistente personal capaz de responder sobre cualquier cosa.
Más o menos. Pero nuestro buscador no sólo responderá a lo que usted le pregunte. También recordará aquello por lo que usted le preguntó en el pasado y le dará novedades sobre el asunto sin que usted se las pida. No sólo temas amplios sino problemas muy concretos. Apuntará cualquier novedad sobre un problema que interesa a su interlocutor y será capaz de resumir cualquier artículo científico con unas palabras que cualquiera pueda comprender. El buscador en el que estamos trabajando también cambiará la forma en que funcionan los traductores informáticos. Nuestra intención es que el ordenador actúe como un ser humano, que primero comprende una frase en el idioma original y luego la articula en el segundo idioma. Nuestro objetivo es moldear todos los productos de Google comprendiendo mejor el lenguaje.
¿Qué es lo más difícil de simular en el cerebro humano?
Supongo que el nivel de abstracción que es capaz de alcanzar. Piense en la ironía o en el sarcasmo. Implican varios niveles de interpretación y eso confunde a los ordenadores. Lo que el cerebro humano hace es crear esa jerarquía con su propio pensamiento. Ése es el secreto del pensamiento humano. Ahora tengo algunas ideas sobre cómo un ordenador puede crear esa jerarquía. Es un proceso que podemos interpretar y replicar también.
¿Podrá un ordenador escribir una novela o componer una sinfonía?
Ésas son las creaciones más complejas de nuestro neocórtex y funcionan a través de metáforas. Cada tipo de música es un lenguaje que muy pocos seres humanos llegan a dominar. Sólo un puñado de genios alcanzan el nivel de un Mozart o de un Bach. Entre otras cosas porque nuestro cerebro tiene una capacidad muy limitada: apenas 300 millones de módulos neuronales. Pero pronto podremos mejorar nuestro cerebro y tener una especie de neocórtex exterior que estará disponible en la nube y que nos permitirá evitar esa limitación. Es necesario un cerebro especial para llegar a ser un genio como Mozart y aún no comprendemos los procesos que intervienen en ese proceso. Pero las aptitudes serán menos importantes que hasta ahora porque ya no tendremos un cerebro tan limitado.
¿Por qué?
Porque nuestro neocórtex será mucho más potente. Podremos conectarlo con ese cerebro exterior en torno al año 2030 y será un órgano flexible. Si usted necesita 100 millones de módulos cerebrales más porque su jefe se le está acercando y necesita decir algo inteligente, será capaz de tenerlos a su alcance. Nuestro cerebro será un híbrido de nuestro neocórtex biológico y esa extensión no biológica a la que podremos acceder a través de la nube. Esa extensión no biológica crecerá exponencialmente en los próximos años y será nuestro cerebro dominante en apenas una o dos décadas.
¿Tan pronto?
Lo más eficiente es tener ese cerebro no biológico en la nube, que ya está disponible para todo el mundo. No podemos acceder aún directamente desde nuestro cerebro. Pero nuestros teléfonos ya son una extensión de nuestra mente y son instrumentos muy democráticos porque cualquier ser humano tiene en la palma de su mano más información de la que tenía a su alcance hace 15 años el presidente de EEUU.
¿Tendremos un chip implantado en nuestro cerebro?
No será necesario. Habrá transmisores minúsculos del tamaño de nuestros leucocitos que podremos introducir sin cirugía en nuestro cerebro. Hoy en día sólo podemos conectar nuestro cerebro a un ordenador por medio de chips del tamaño de un guisante y a través de procedimientos muy invasivos que sólo se usan en enfermos de Parkinson y de epilepsia. Pero eso también cambiará dentro de unos años.
Usted augura un mundo donde podamos archivar nuestros conocimientos como ahora archivamos el contenido de un ordenador.
El primer paso sería extender nuestro pensamiento con ese cerebro no biológico en la nube. Ese neocórtex enseguida será tan potente que podrá comprender nuestro cerebro biológico y replicarlo. Nuestros recuerdos, nuestras habilidades y nuestros conocimientos estarán almacenados en la nube a salvo de cualquier enfermedad o cualquier accidente.
Usted augura que crearemos avatares similares a nosotros con esa información.
Avatares capaces de vivir para siempre sin nuestras limitaciones pero que no serían nuestro 'yo'.
Si arrojo mi teléfono ahora por la ventana, puedo recuperar todo su contenido. Pero no creemos que podamos hacer algo similar con un ser humano porque no hemos llegado a ese nivel... todavía. Yo auguro que dispositivos digitales como su teléfono alcanzarán el nivel de complejidad de un ser humano en torno a 2029.
Fue una predicción muy polémica cuando la hizo en 1999.
Lo fue y mis colegas la pusieron en solfa durante un congreso que se celebró en Stanford. Una porción considerable dijo que no ocurriría nunca y la mayoría afirmó que no ocurriría durante cientos de años. Hace siete años, en cambio, mis colegas habían cambiado de opinión y situaban la creación de esos dispositivos digitales entre 25 y 50 años. No tan lejos de la fecha que yo había previsto. Mi impresión ahora es que habrá dispositivos capaces de desarrollar algunas tareas humanas en apenas cinco años y dispositivos al nivel del ser humano en apenas 16. Pero el objetivo que deberíamos plantearnos no es crear cerebros que se asemejen al ser humano sino encontrar la forma de extender nuestra inteligencia. Ése ha sido siempre el objetivo del ser humano y ya ha empezado a ocurrir. Apenas recordamos los números ni las direcciones de correo electrónico de nuestros amigos. Están todas en nuestros teléfonos.
¿En algún momento esos robots que usted describe tendrán derechos?
Eso requiere un paso previo: la creación de entes no biológicos que operen al nivel del ser humano. Hoy por hoy nuestros ordenadores no tienen derechos. No tienen la inteligencia suficiente para exigirlos. Pero llegará el momento en que habrá dispositivos más inteligentes que los seres humanos capaces de enfadarse y de sonreír. Habrá quien ponga en duda esos sentimientos y los defina como simulaciones de la realidad. Pero serán máquinas mucho más inteligentes que nosotros. Mi impresión es que no nos convendrá llevarnos mal con ellas y que les concederemos los mismos derechos que a una persona.
¿Nos concederán derechos esas máquinas a nosotros?
Hay muchas novelas de ciencia ficción que recrean una guerra entre las máquinas y los seres humanos. Pero mi impresión es que todo será mucho más complicado. Los seres humanos serán mucho más inteligentes porque sus cerebros estarán conectados a dispositivos digitales. Mire lo que ha ocurrido con nuestros teléfonos. No los controla ningún Gobierno. Están en las manos de miles de millones de personas. La tecnología es muy democrática. Un par de adolescentes crearon Google con sus ordenadores portátiles y algo similar está ocurriendo en muchos lugares del mundo.
Al principio sólo los más ricos podrán acceder a esa extensión de su cerebro y eso potenciará la desigualdad.
Es un argumento que me citan a menudo y siempre digo lo mismo. Uno tenía que ser rico para tener un teléfono móvil hace 20 años. Pero aquellos teléfonos no funcionaban muy bien, eran carísimos y tenían el tamaño de una barra de pan. Los ricos tienen acceso a estas tecnologías cuando son imperfectas. En cuanto funcionan bien, bajan de precio y son prácticamente gratuitas. Ocurre constantemente con cualquier tecnología digital. Podemos adquirir casi cualquier dispositivo por la mitad de precio un año después de su lanzamiento.
El escenario que plantea invita a pensar que nuestras escuelas no tienen mucho sentido.
Nuestras escuelas responden a un modelo obsoleto porque ponen el énfasis en la memorización de unos datos que están a nuestro alcance en nuestro bolsillo. A nuestros hijos habría que enseñarles cómo resolver problemas que aún no se han resuelto y cómo acceder a la nueva información. Lo mejor sería ayudar a cualquier alumno a llevar a cabo un proyecto por el que sienta una pasión especial. Sólo así aprenderán cosas importantes. Aún necesitamos maestros. Pero deben ser sobre todo guías y mentores capaces de estimular a sus alumnos.
¿Cambiará nuestra percepción de la muerte?
Siempre percibiremos la muerte como lo que es: una tragedia muy profunda que anima la historia del ser humano. Hasta hace muy poco nadie podía desarrollar una estrategia para vivir lo suficiente como para llegar a un punto a partir del cual pudiera vivir indefinidamente. Así fue como empezamos a racionalizar la muerte y a decir que era una liberación y que era necesaria para dar sentido a la vida. Ese es el origen de la mayoría de nuestras religiones. Pero la muerte es una gran pérdida de todo lo que da sentido a la vida: la belleza, el conocimiento, la sabiduría, el amor o la creatividad. Yo he escrito varios libros para hacer una llamada a mi generación, que no es consciente que estamos a las puertas de una revolución que disparará nuestra esperanza de vida en apenas 10 o 15 años.
¿Hasta qué punto?
La gente no se da cuenta de la transformación que está ocurriendo en la medicina. Nuestra esperanza de vida andaba por los 19 años al inicio del segundo milenio y por 37 al principio del siglo XX. Pero esa mejora se acelerará en los próximos años gracias a los avances informáticos y al proyecto del genoma humano. No sólo hemos descifrado nuestra información genética. Somos capaces de cambiar los fragmentos que causan enfermedades mortíferas. Estas herramientas son mil veces más potentes que hace una década y serán mil veces más potentes dentro de 10 años y un millón de veces más potentes en apenas 20. Ese es el motivo por el que creo que veremos cambios radicales en la medicina en las próximas dos décadas. Yo tengo 65 años y estoy predispuesto a sufrir diabetes y problemas cardiovasculares. Por eso tomo unas 150 pastillas con vitaminas y suplementos que me permitan mantenerme sano para el día en que lleguemos a lo que yo defino como 'Puente 2'.
¿A qué se refiere?
A la habilidad para corregir los defectos de nuestro genoma: aquellos genes que nos predisponen a sufrir enfermedades como el cáncer o la demencia senil. El siguiente paso sería lo que yo llamo 'Puente 3': mejorar nuestro cuerpo con dispositivos no biológicos por medio de la tecnología. Mi impresión es que seremos capaces de crear dispositivos capaces de llevar a cabo las funciones de nuestros órganos y de fortalecer nuestro sistema inmune con nanorobots capaces de detectar el sida o el cáncer que tendrán el tamaño de nuestros leucocitos. El último paso sería recrear literalmente todos los mecanismos de nuestro cuerpo al margen de la biología. Aunque eso aún nos llevará más tiempo.
¿Por qué los científicos no tan optimistas como usted?
Porque asumen que el proceso es lineal y no exponencial. Nuestro cerebro está programado para predecir el futuro linealmente. Por eso son tan conservadoras las predicciones de científicos que han ganado el Nobel pero no comprenden el ritmo al que avanza la tecnología. Yo empecé a estudiar este asunto hace medio siglo y le aseguro que la tecnología avanza a un ritmo vertiginoso. Treinta pasos lineales nos llevan de uno a 30. Treinta pasos exponenciales nos llevan hasta mil millones. No estoy especulando. El ordenador que tengo aquí es miles de millones de veces más potente que el que usaba cuando era un adolescente.
He leído que usted quiere devolver a la vida a su padre.
El proyecto es crear un avatar al que yo no pueda distinguir de mi padre. Es un objetivo cada vez más fácil porque mis recuerdos de él empiezan a desvanecerse. Mi padre tenía el instinto de guardarlo todo. Tengo guardadas sus fotos, la música que escribió, los vídeos caseros en los que aparece y por supuesto su ADN, que es información genética. Tengo a mi alcance detalles suficientes como para crear un avatar que tendrá una personalidad similar a la de mi padre. Usted dirá que no es mi padre. Pero si mi padre estuviera vivo tampoco sería la misma persona. Sería una persona distinta de la que era hace unos años. Nosotros cambiamos constantemente. No somos la misma persona que hace unos meses. Nuestras células no son las mismas y nuestro carácter va cambiando gradualmente. Pero he descrito esta idea a otras personas y la encuentran interesante. La gente piensa en recrear a su esposa, a su hijo o a su madre. Habrá un momento en que podremos copiar los recuerdos, los conocimientos y las habilidades de una persona y recrearlos en un avatar.
¿Será importante para nosotros que los robots tengan apariencia humana?
En el futuro habrá máquinas inteligentes que no la tendrán. Pero en algunos casos será útil que esas máquinas adopten la forma de un ser humano. Habrá robots diseñados para cuidar a un enfermo o para ejercer como amantes. Aun así mi impresión es que la idea de la apariencia humana también cambiará. Ya hemos empezado a modificar nuestro cuerpo con implantes y tatuajes y daremos cada vez más pasos en esa dirección. Pasaremos mucho tiempo en la realidad virtual y experimentaremos con nuestro cuerpo dentro y fuera de esa realidad. Es difícil predecir cómo serán nuestros cuerpos entonces. Al fin y al cabo, es como intentar predecir la moda.
¿Algún día dejaremos de ser seres biológicos?
Poco a poco dejaremos de depender por entero de la biología. Será difícil apartarnos del todo de ella porque aún tenemos ADN y bacterias en nuestro organismo. Pero nuestra realidad se irá alejando poco a poco de ella a medida que sus funciones las puedan llevar a cabo dispositivos artificiales.