Brutal zarpazo contra uno de los éxitos de la Primavera Arabe
Túnez es un pésimo ejemplo para el extremismo jihadista y, sin ir tan lejos, también para el enjambre de despotismos y teocracias que reinan en la región. En Túnez, en el cruce entre 2010 y 2011, comenzó el fenómeno republicano conocido como la Primavera Arabe que se esparció con suerte diversa por el Norte de África. Ese proceso de demanda democrática imaginada como herramienta para mejorar las condiciones sociales, derrocó en una veintena de días la dictadura de 24 años de Zine Abidine Ben Ali. El levantamiento tuvo ecos inmediatos en Egipto, donde el régimen militar de un cuarto de siglo se desplomó en tres semanas y siguió a Libia acabando con más de cuatro décadas de tiranía sanguinaria de Muammar Khadafi. El origen de la guerra civil que se libra en Siria está en los códigos iniciales de aquel proceso institucionalista. Pero el caso de Túnez fue aún más complejo para sus enemigos. Si en el resto de los países que transformó ese huracán las cosas salieron peor de lo imaginado, los tunecinos encontraron la forma para construir una democracia imitable. Y lo hicieron después de sofocar varios intentos internos de gatopardismo y saboteo. El año pasado Túnez aprobó una nueva Constitución, y celebró elecciones libres, las primeras de su historia. En ese camino puso a un lado el cepo religioso que en la región ha sido utilizado por el despotismo como un instrumento para abortar cualquier pensamiento libertario. El éxito del cambio ahí se debió a que la caída de la dictadura fue parte de una serie de durísimas batallas sindicales que ya desde 2008 venían creciendo en el país. La sucesión de administraciones que intentaron con otros ropajes mantener inmutables las cosas, como ha sucedido en Egipto o, de modo aun más horrendo, en Libia, fueron desmanteladas en Túnez por esa resistencia civil que mantuvo vivo el espíritu republicano. Hace poco aparecieron señales de una ofensiva jihadista en el país. Llegaban vinculadas con la banda argelina Jund al-Khilafah y referencias al grupo ISIS que domina partes de Siria e Irak. Esa organización, que se declaró como califato, funciona como un ariete para disciplinar a las poblaciones, convirtiendo en razón de ejecución cualquier disidencia que discuta su verticalismo. Nada es casual. En ese proceso, el ISIS, con sus formas fascistas y oscurantistas, blinda el orden instituido por las tiranías de la región que miran con igual desprecio a cualquier forma de demanda republicana. Si esto es así, el atentado ocurrido puede ser la primera señal del intento de demolición de uno de los mejores ejemplos de que es posible la libertad y la democracia en el mundo árabe. 18/03/15 - Copyright Clarín, 2015.- Marcelo Cantelmi.
El potrero de Yemen para el partido Irán-Arabia Saudita - Panorama Internacional
El acercamiento entre Estados Unidos e Irán ha comenzado a producir efectos en Oriente Medio. Los sauditas se sienten en peligro y dan muestras de su poderío.
No es Yemen “estúpido”. Son las negociaciones nucleares de Occidente con Irán en Ginebra.
Si se salva la grosería a favor de una simplificación necesaria, el remedo de aquella famosa frase sobre la economía, ayuda a entender qué es lo que se disputa en estas horas en ese miserable páramo árabe que controla la guerrilla Huti. El bombardeo que Arabia Saudita, al frente de una coalición de una decena de países árabes, ha iniciado sobre esos insurgentes shiitas cercanos a Teheran, tiene un doble significado. La corona sunita de Riad, movilizando más de 150.000 hombres y una enorme flota aérea con el obvio guiño norteamericano, eleva una advertencia palmaria a su íntimo enemigo iraní sobre hasta dónde se está dispuesto a llegar, sea hoy o mañana. Pero, el episodio revela, además, la importancia absoluta en el balance de poder global de las negociaciones que se realizan en Suiza.
El acercamiento entre EE.UU. e Irán, influye de formas diferentes en el destino de estos dos enormes rivales regionales. Si el diálogo termina con éxito, la teocracia persa consolidaría su influencia en ese espacio estratégico y posiblemente también la incrementaría. Si eso sucede, la agenda regional variaría de modo sensible porque el proceso debilitaría a los halcones. Pero, para los sauditas, aliados históricos de EE.UU., semejante paso pondría en peligro exclusividades y privilegios de aquel vínculo. Eso incluye un punto crucial, amenazado desde las jornadas de la Primavera Arabe, y que es la preservación de una de las monarquías más represivas y tiránicas del presente.
La oportunidad del ataque sobre Yemen se explica en parte por la coyuntura. Con un Estado que se ha disuelto, los huties devinieron en la fuerza militar unitaria nacional más poderosa y el año pasado tomaron fácilmente la capital Sana. En estos días se encaminaban a devorar totalmente un país sobre el cual Riad siempre ejerció influencia. Eso es lo que se buscó detener, pero no sólo eso. La acción se produce justo en el momento que en Ginebra se avanza al momento de elevar las lapiceras para el acuerdo final. Si Teherán reacciona, respaldando en todo sentido a sus distantes aliados yemenitas, se desequilibraría la mesa de las negociaciones que es lo que buscan los sauditas provocando de este modo a los enemigos internos del presidente moderado iraní Hasan Rohani. Este eclipse imprevisto sobrevuela ahora un convenio arduamente trabajado y respecto al cual hay participantes cada vez más decididos a no ser ignorados. Por eso el ajedrez frágil y por momentos sutil que se ha venido disputando durante años en la región, pierde esa condición haciéndose de pronto visible de un modo tajante y ruidoso.
La incógnita es hasta qué punto se ha estirado esa cuerda. Si todo esto forma parte de las presiones bajo la mesa o si el norte mundial va más allá del proclamado diferendo nuclear para inducir un recorte de la autonomía iraní y conformar a Riad o a Israel, el otro enemigo jurado de las conversaciones. Nada parece, en principio, indicar que Irán se involucrará directamente en el caos yemenita. No es la única pista sobre el valor que la teocracia persa brinda a esas conversaciones.
Hace pocos días EE.UU. volvió a bombardear a la banda integrista ISIS. El escenario fue la ciudad iraquí de Tikrit, donde columnas de milicianos entrenados por oficiales iraníes estaban logrando una serie de victorias sobre los yihadistas. El salto final para liberar el lugar era inminente. Pero Washington decidió suspender su decisiva asistencia aérea y demandó que las fuerzas amparadas por Teherán se retiraran a la retaguardia. Sucede que lo último que aceptaría la Casa Blanca es que los persas se llevaran una medalla de ese calibre en medio de las críticas de una oposición republicana que traduce el dialogo de Ginebra como una capitulación de Barack Obama. El presidente de EE.UU. tiene un dilema. Necesita salvar el acuerdo que es prioridad en su agenda estratégica, mostrándolo como una victoria sobre los persas. Pero también pretende exhibir músculo, para que los iraníes acepten un gradual y no inmediato alivio de las sanciones. Al costo, incluso, de que su contraparte Rohani se erosione bajo la morsa de sus enemigos internos que meditan como los republicanos sobre estos acuerdos. Es claro que Irán no puede aceptar un pacto que lo muestre en derrota, tanto como que los socios de EE.UU. en el G 5+1 tampoco cederán a nada que no asegure que ese país tendrá las manos atadas, al menos las de su programa nuclear. Ese tironeo es también Yemen.
El caso del país árabe es una buena oportunidad para comprender hasta qué extremos es efímero y hasta fútil el concepto de alianza en esas regiones. La guerrilla Huti o Ánsar Allah como también se llama, toma su nombre de su fundador Husein Basdrudin al-Huti. Son shiítas, la rama del islam que define culturalmente a Irán, pero de una secta, los zaidies, antiquísima. Esta gente combatió durante años la dictadura pronorteamericana de Ali Abdhullah Saleh. Este tirano, que durante tres décadas gobernó el país primero en el norte y luego también el sur con la unificación de los años ‘90, es quien denunció a Washington la existencia de una vidriosa Al Qaeda de la Península Arábiga para conseguir financiamiento que le sirviera para luchar contra los huties e Irán.
En 2012 las sublevaciones populares de la Primavera Arabe, expulsaron a Saleh del poder. Lo relevó su vicepresidente, Abd Rabbu Mansour Hadi quien divisivo como su jefe no hizo más que profundizar el caos, corrupción y desastre terminal de esa nación. Finalmente los dos hombres se enfrentaron. Esa interna se zanjó con un giro notable. Saleh se puso del lado de los hutus que derrocaron a Hadi en setiembre pasado. El hombre escapó a Aden donde demando la devolución de su gobierno, y desde entonces tiene la bendición saudita.
Este culebrón de intrigas agrega otros capítulos exóticos. EE.UU. aliado de los sauditas debería serlo también del presidente caído. Pero la eficiente Stratfor, de análisis de inteligencia, recuerda que Washington respalda (¿además?) a los huties, esos amigos de Irán, como brazo armado contra el jihadismo entre ellos el ISIS, el perro que los sauditas dejaron crecer para que muerda a los iraníes. Entonces ¿quién es amigo de quién?
El capítulo de Yemen seguramente terminará con un pacto. Los sauditas también necesitan a los huties para que el país no acabe en un abismo de fanatismos. Nada ganarían reponiendo al gobierno anterior. De lo que se trata, en la visión de Riad, es que no sea de Irán la mano que acune este interminable desconcierto regional. Pero parece que la historia ya ha dado algun veredicto. 27/03/15 -Copyright Clarín, 2015.- Marcelo Cantelmi
Túnez es un pésimo ejemplo para el extremismo jihadista y, sin ir tan lejos, también para el enjambre de despotismos y teocracias que reinan en la región. En Túnez, en el cruce entre 2010 y 2011, comenzó el fenómeno republicano conocido como la Primavera Arabe que se esparció con suerte diversa por el Norte de África. Ese proceso de demanda democrática imaginada como herramienta para mejorar las condiciones sociales, derrocó en una veintena de días la dictadura de 24 años de Zine Abidine Ben Ali. El levantamiento tuvo ecos inmediatos en Egipto, donde el régimen militar de un cuarto de siglo se desplomó en tres semanas y siguió a Libia acabando con más de cuatro décadas de tiranía sanguinaria de Muammar Khadafi. El origen de la guerra civil que se libra en Siria está en los códigos iniciales de aquel proceso institucionalista. Pero el caso de Túnez fue aún más complejo para sus enemigos. Si en el resto de los países que transformó ese huracán las cosas salieron peor de lo imaginado, los tunecinos encontraron la forma para construir una democracia imitable. Y lo hicieron después de sofocar varios intentos internos de gatopardismo y saboteo. El año pasado Túnez aprobó una nueva Constitución, y celebró elecciones libres, las primeras de su historia. En ese camino puso a un lado el cepo religioso que en la región ha sido utilizado por el despotismo como un instrumento para abortar cualquier pensamiento libertario. El éxito del cambio ahí se debió a que la caída de la dictadura fue parte de una serie de durísimas batallas sindicales que ya desde 2008 venían creciendo en el país. La sucesión de administraciones que intentaron con otros ropajes mantener inmutables las cosas, como ha sucedido en Egipto o, de modo aun más horrendo, en Libia, fueron desmanteladas en Túnez por esa resistencia civil que mantuvo vivo el espíritu republicano. Hace poco aparecieron señales de una ofensiva jihadista en el país. Llegaban vinculadas con la banda argelina Jund al-Khilafah y referencias al grupo ISIS que domina partes de Siria e Irak. Esa organización, que se declaró como califato, funciona como un ariete para disciplinar a las poblaciones, convirtiendo en razón de ejecución cualquier disidencia que discuta su verticalismo. Nada es casual. En ese proceso, el ISIS, con sus formas fascistas y oscurantistas, blinda el orden instituido por las tiranías de la región que miran con igual desprecio a cualquier forma de demanda republicana. Si esto es así, el atentado ocurrido puede ser la primera señal del intento de demolición de uno de los mejores ejemplos de que es posible la libertad y la democracia en el mundo árabe. 18/03/15 - Copyright Clarín, 2015.- Marcelo Cantelmi.
El potrero de Yemen para el partido Irán-Arabia Saudita - Panorama Internacional
El acercamiento entre Estados Unidos e Irán ha comenzado a producir efectos en Oriente Medio. Los sauditas se sienten en peligro y dan muestras de su poderío.
No es Yemen “estúpido”. Son las negociaciones nucleares de Occidente con Irán en Ginebra.
Si se salva la grosería a favor de una simplificación necesaria, el remedo de aquella famosa frase sobre la economía, ayuda a entender qué es lo que se disputa en estas horas en ese miserable páramo árabe que controla la guerrilla Huti. El bombardeo que Arabia Saudita, al frente de una coalición de una decena de países árabes, ha iniciado sobre esos insurgentes shiitas cercanos a Teheran, tiene un doble significado. La corona sunita de Riad, movilizando más de 150.000 hombres y una enorme flota aérea con el obvio guiño norteamericano, eleva una advertencia palmaria a su íntimo enemigo iraní sobre hasta dónde se está dispuesto a llegar, sea hoy o mañana. Pero, el episodio revela, además, la importancia absoluta en el balance de poder global de las negociaciones que se realizan en Suiza.
El acercamiento entre EE.UU. e Irán, influye de formas diferentes en el destino de estos dos enormes rivales regionales. Si el diálogo termina con éxito, la teocracia persa consolidaría su influencia en ese espacio estratégico y posiblemente también la incrementaría. Si eso sucede, la agenda regional variaría de modo sensible porque el proceso debilitaría a los halcones. Pero, para los sauditas, aliados históricos de EE.UU., semejante paso pondría en peligro exclusividades y privilegios de aquel vínculo. Eso incluye un punto crucial, amenazado desde las jornadas de la Primavera Arabe, y que es la preservación de una de las monarquías más represivas y tiránicas del presente.
La oportunidad del ataque sobre Yemen se explica en parte por la coyuntura. Con un Estado que se ha disuelto, los huties devinieron en la fuerza militar unitaria nacional más poderosa y el año pasado tomaron fácilmente la capital Sana. En estos días se encaminaban a devorar totalmente un país sobre el cual Riad siempre ejerció influencia. Eso es lo que se buscó detener, pero no sólo eso. La acción se produce justo en el momento que en Ginebra se avanza al momento de elevar las lapiceras para el acuerdo final. Si Teherán reacciona, respaldando en todo sentido a sus distantes aliados yemenitas, se desequilibraría la mesa de las negociaciones que es lo que buscan los sauditas provocando de este modo a los enemigos internos del presidente moderado iraní Hasan Rohani. Este eclipse imprevisto sobrevuela ahora un convenio arduamente trabajado y respecto al cual hay participantes cada vez más decididos a no ser ignorados. Por eso el ajedrez frágil y por momentos sutil que se ha venido disputando durante años en la región, pierde esa condición haciéndose de pronto visible de un modo tajante y ruidoso.
La incógnita es hasta qué punto se ha estirado esa cuerda. Si todo esto forma parte de las presiones bajo la mesa o si el norte mundial va más allá del proclamado diferendo nuclear para inducir un recorte de la autonomía iraní y conformar a Riad o a Israel, el otro enemigo jurado de las conversaciones. Nada parece, en principio, indicar que Irán se involucrará directamente en el caos yemenita. No es la única pista sobre el valor que la teocracia persa brinda a esas conversaciones.
Hace pocos días EE.UU. volvió a bombardear a la banda integrista ISIS. El escenario fue la ciudad iraquí de Tikrit, donde columnas de milicianos entrenados por oficiales iraníes estaban logrando una serie de victorias sobre los yihadistas. El salto final para liberar el lugar era inminente. Pero Washington decidió suspender su decisiva asistencia aérea y demandó que las fuerzas amparadas por Teherán se retiraran a la retaguardia. Sucede que lo último que aceptaría la Casa Blanca es que los persas se llevaran una medalla de ese calibre en medio de las críticas de una oposición republicana que traduce el dialogo de Ginebra como una capitulación de Barack Obama. El presidente de EE.UU. tiene un dilema. Necesita salvar el acuerdo que es prioridad en su agenda estratégica, mostrándolo como una victoria sobre los persas. Pero también pretende exhibir músculo, para que los iraníes acepten un gradual y no inmediato alivio de las sanciones. Al costo, incluso, de que su contraparte Rohani se erosione bajo la morsa de sus enemigos internos que meditan como los republicanos sobre estos acuerdos. Es claro que Irán no puede aceptar un pacto que lo muestre en derrota, tanto como que los socios de EE.UU. en el G 5+1 tampoco cederán a nada que no asegure que ese país tendrá las manos atadas, al menos las de su programa nuclear. Ese tironeo es también Yemen.
El caso del país árabe es una buena oportunidad para comprender hasta qué extremos es efímero y hasta fútil el concepto de alianza en esas regiones. La guerrilla Huti o Ánsar Allah como también se llama, toma su nombre de su fundador Husein Basdrudin al-Huti. Son shiítas, la rama del islam que define culturalmente a Irán, pero de una secta, los zaidies, antiquísima. Esta gente combatió durante años la dictadura pronorteamericana de Ali Abdhullah Saleh. Este tirano, que durante tres décadas gobernó el país primero en el norte y luego también el sur con la unificación de los años ‘90, es quien denunció a Washington la existencia de una vidriosa Al Qaeda de la Península Arábiga para conseguir financiamiento que le sirviera para luchar contra los huties e Irán.
En 2012 las sublevaciones populares de la Primavera Arabe, expulsaron a Saleh del poder. Lo relevó su vicepresidente, Abd Rabbu Mansour Hadi quien divisivo como su jefe no hizo más que profundizar el caos, corrupción y desastre terminal de esa nación. Finalmente los dos hombres se enfrentaron. Esa interna se zanjó con un giro notable. Saleh se puso del lado de los hutus que derrocaron a Hadi en setiembre pasado. El hombre escapó a Aden donde demando la devolución de su gobierno, y desde entonces tiene la bendición saudita.
Este culebrón de intrigas agrega otros capítulos exóticos. EE.UU. aliado de los sauditas debería serlo también del presidente caído. Pero la eficiente Stratfor, de análisis de inteligencia, recuerda que Washington respalda (¿además?) a los huties, esos amigos de Irán, como brazo armado contra el jihadismo entre ellos el ISIS, el perro que los sauditas dejaron crecer para que muerda a los iraníes. Entonces ¿quién es amigo de quién?
El capítulo de Yemen seguramente terminará con un pacto. Los sauditas también necesitan a los huties para que el país no acabe en un abismo de fanatismos. Nada ganarían reponiendo al gobierno anterior. De lo que se trata, en la visión de Riad, es que no sea de Irán la mano que acune este interminable desconcierto regional. Pero parece que la historia ya ha dado algun veredicto. 27/03/15 -Copyright Clarín, 2015.- Marcelo Cantelmi