El concepto de alpha en el mundo de las inversiones es clave para entender cómo ciertos gestores o estrategias logran superar al mercado. Básicamente, alpha mide el rendimiento adicional de una inversión comparado con un índice de referencia, ajustado por riesgo. Un alpha positivo indica que el gestor ha generado más valor del que hubiera obtenido con una inversión pasiva. Pero, como veremos, lograr alpha consistentemente no es tarea sencilla, y el coste de los gestores activos puede llegar a erosionar esos retornos adicionales.
Cuando se habla de alpha, es inevitable mencionar a beta, que mide la volatilidad o riesgo sistemático del mercado. Mientras que beta es la medida del riesgo en relación con el mercado en general, alpha representa la habilidad de un gestor para generar rentabilidad más allá de lo que explicaría simplemente el movimiento del mercado. Un alpha de cero indica que la inversión se mueve al mismo ritmo que el índice de referencia, sin generar ni perder valor extra.
Un ejemplo básico nos ayuda a entender mejor: imagina que un gestor de fondos maneja una cartera que rinde un 8% en un año, mientras que el índice de referencia ha subido un 5%. Si ajustamos este rendimiento por el riesgo asumido, podríamos decir que ese gestor ha logrado un alpha de +3%, lo que significa que ha obtenido un rendimiento del 3% por encima del índice. Pero este ejemplo no siempre cuenta toda la historia, porque la habilidad del gestor no es lo único que puede afectar el alpha.
Uno de los métodos más avanzados para calcular alpha es el alpha de Jensen, que toma en cuenta el Modelo de Valoración de Activos Financieros (CAPM). Este modelo ajusta el rendimiento esperado de una inversión no solo por el riesgo del mercado, sino también por el riesgo específico de la propia inversión. Así, se puede medir más exactamente si un gestor realmente está añadiendo valor a través de su estrategia, o si el rendimiento es simplemente fruto del riesgo asumido.
Aunque lograr alpha parece el objetivo deseado de todo inversor, la realidad es que la mayoría de los gestores activos no logran superarlo de manera constante, especialmente cuando se tienen en cuenta los costes de gestión y las comisiones. De hecho, estudios han demostrado que menos del 10% de los fondos activos logran un alpha positivo en un periodo de más de diez años. Y es aquí donde entra en juego la creciente popularidad de los fondos de inversión pasivos y los robo-advisors. Estos gestores automáticos invierten en fondos indexados que replican al mercado, sin intentar superarlo. La lógica es simple: si no puedes ganarle al mercado, lo mejor es seguir su ritmo y reducir los costes.
Un aspecto relevante es que un alpha de cero no significa necesariamente que el gestor lo haya hecho mal. Por ejemplo, si un asesor cobra un 1% por sus servicios y logra un alpha de +0,75%, en realidad su cliente ha sufrido una pequeña pérdida neta por las comisiones, aunque el rendimiento haya sido positivo.
En este punto, vale la pena introducir la hipótesis de los mercados eficientes (EMH, por sus siglas en inglés), que sostiene que los precios del mercado ya reflejan toda la información disponible. Bajo esta teoría, resulta casi imposible para los gestores activos identificar de manera constante oportunidades para generar alpha. Las ineficiencias en los precios, si existen, se corrigen rápidamente, dejando poco margen para generar rendimientos superiores.
No obstante, algunos críticos argumentan que el alpha no es más que una recompensa por asumir riesgos no identificados o no cubiertos adecuadamente. Esto sugiere que, en muchos casos, el rendimiento adicional no proviene de una habilidad especial del gestor, sino de asumir riesgos más altos de lo esperado.
Para ilustrar cómo funciona el alpha en la práctica, tomemos dos ejemplos de fondos de inversión: el iShares Convertible Bond ETF y el WisdomTree U.S. Quality Dividend Growth Fund. El primero, un fondo de bonos convertibles, tenía un alpha del 6.5% en comparación con su índice de referencia. Por otro lado, el segundo fondo, centrado en acciones de crecimiento con dividendos, tenía un alpha del 1.7%. Sin embargo, en ambos casos, los índices de referencia utilizados no eran completamente adecuados para sus estrategias de inversión específicas, lo que podría llevar a una interpretación errónea del alpha real.
Aunque el alpha ha sido llamado “el santo grial” de las inversiones, es importante entender cómo se calcula y qué implica realmente. Un buen gestor no solo debe lograr un alpha positivo, sino también hacerlo de manera consistente y después de ajustar por comisiones y otros costes asociados. Esto, sumado a la dificultad inherente de superar al mercado, lleva a muchos a preferir estrategias de inversión pasiva que, aunque no prometen alpha, ofrecen rendimientos sólidos a largo plazo con menores comisiones.
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