Para la profesión de los economistas, la predicción es una actividad de alto riesgo, donde coinciden datos y comportamientos del pasado con tendencias, riesgos e incertidumbres del futuro. Según los principios formulados por Milton Friedman allá por los años cincuenta, la validez científica de una teoría económica no se basa tanto en lo plausibles que sean las hipótesis, los modelos y teorías en que se asienta, sino que lo importante es su capacidad predictiva, o sea, el grado en que sus implicaciones se corresponden con lo que sucede en la realidad.
Es decir, lo que cuenta no es el realismo de los supuestos sobre los que se asienta un modelo o argumentación acerca de un fenómeno económico sino su poder explicativo del fenómeno y su capacidad predictiva acerca de cómo variará al cambiar las circunstancias. En otras palabras, no importa el método, lo que importa es que funcione.
Durante la pasada crisis fuimos testigos (y en algunos casos víctimas) de predicciones de prestigiosos economistas que, o no llegaron a cumplirse, o se quedaron cortas. Así, fueron famosas las predicciones del Ministro de Economía entre 2004 y 2009, Pedro Solbes, que llegó a asegurar en 2008 que “Los que auguran riesgo de recesión no saben nada de la economía (…). La economía española crecerá en la próxima legislatura a un ritmo cercano al 3%, lo que permitirá crear 1,6 millones de nuevos empleos y mantener la tasa de paro en torno al 8%”.
Algún tiempo después, Solbes admitió que pudo más su empleo de político que su formación de economista, y que mintió para no desatar el pánico. En 2009, el Producto Interior Bruto descendió un 3,6% respecto al año anterior, y en 2011, la tasa de desempleo en España alcanzó el 22,56%, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Pero hubo otros casos como José Carlos Díez, el que fue asesor económico de la Presidenta de Andalucía, que en el 2007 calificó a la banca española como un “pura sangre”, descartando la existencia de una burbuja financiera en España. Meses después, se produjo el estallido de la burbuja inmobiliaria en nuestro país, cuyos efectos secundarios se materializaron, entre otros factores, en una caída del precio medio de la vivienda del 40%, provocando una pérdida acelerada de empleos.
Poco después, en el 2009, no satisfecho por sus aciertos, aseguró que estaba orgulloso de que España tuviera “el sistema bancario más capitalizado y eficiente del planeta”. En ese mismo año se produjo la primera intervención de una entidad por parte del Banco de España: Caja Castilla-La Mancha. Años más tarde, la cifra que, según el Banco de España, nos han costado los rescates bancarios es de 60.600 millones de euros.
En el otro extremo se posicionaron los “catastrofistas” que, con Santiago Niño Becerra a la cabeza, aseguraban que en los años venideros la gente no podría extraer dinero libremente del cajero “porque si se vacían los bancos el Estado no podrá sostenerlos”, y que la crisis no se superaría hasta el 2020, al menos.
Lo que sí es cierto es que la predicción en economía con una fiabilidad absoluta, como en cualquier ciencia social, es imposible. La posibilidad de hacer predicciones macroeconómicas certeras precisa contar con una amplia base de datos, un modelo desagregado con cientos de ecuaciones permanentemente actualizado, que recoja, no sólo las variables de nuestra economía, sino todas las interacciones con el entorno internacional, y no sólo tenga en cuenta variables económicas, sino que sea capaz de parametrizar el impacto de decisiones políticas, catástrofes, imprevistos, etc.
La conclusión a esto es que todo modelo, toda predicción, tiene un grado limitado de fiabilidad y que es preciso realizar siempre reajustes sobre el mismo ante las circunstancias cambiantes. Es decir, un modelo econométrico no da una predicción única, sino que aporta pistas para que poder combinar sus resultados con los obtenidos por otras técnicas (indicadores adelantados, encuestas, series temporales, etc.) obteniéndose así una apuesta de futuro. De una hipotética confianza en la “ciencia” incorporada a un modelo, pasamos a la búsqueda de futuros posibles entre decenas de apuestas elaboradas por múltiples predictores con diversos instrumentos, de las que, en muchos casos, casi desconocemos la metodología que las respaldan.
Por último, hablar de la Teoría de los Ciclos, formulada por el estadounidense Martin Armstrong, que defiende que la economía capitalista está sujeta a un comportamiento cíclico en el que cada 8,6 años sobreviene una debacle. Y que lo único que deben hacer los gobiernos en su intervención es moderar la economía en su ascenso, para impedir sobrecalentamientos, y paliar las caídas con el fin de que sean lo más moderadas y cortas posibles. Según esta teoría, en octubre de 2016 deberíamos haber comenzado otra crisis financiera mundial.