Ahora que Italia y que el que la Justicia nos defienda de los abusos bancarios están tan de moda, me he acordado de un banquero diferente que además fundó un banco que se llamaba Banco de Italia. Él se llamaba Amadeo Pietro Giannini y aunque sus padres eran italianos nació en California en 1870 (curiosamente la fecha de la unificación italiana). Lo que cambiaría su vida desde muy prono fue la muerte por un disparo de su padre -un granjero que había emigrado allí en plena Fiebre del Oro- cuando el joven tenía 6 años y dos hermanos, uno de ellos en camino. 4 años después su madre se volvió a casar con un comerciante con el que pronto Pietro comenzaría a trabajar como corredor de productos, vendedor a comisión y representante de productos agrícolas. Como se le daba bien pronto dejó los estudios y acabó heredando los negocios de su padrastro. Al poco de casarse decidió venderlo todo a sus empleados y jubilarse con 31 años, confiado en que el dinero obtenido fuera suficiente. No parecía tener demasiadas ambiciones pero un año después muere su suegro y “hereda” un puesto en la Junta de lo que hoy denominaríamos una “caja de ahorros” donde pudo comprobar que la política de los directivos era captar y prestar dinero sólo a las clases altas. Intentó convencerlos de ampliar los clientes con los numerosos inmigrantes que llegaban al país pero no le hicieron caso, así que dimitió y fundó su propio banco.
Por aquella época se forjó el mito del sueño americano pero lo cierto es que por aquellos años en ese país un emprendedor no necesitaba demasiado para montar una empresa… y tampoco un banco y él disponía de ahorros. Era 1904 y lo llamó Bank of Italy ya que pretendía captar como clientes a los inmigrantes, muy numerosos, que llegaban de Italia. En un día consiguió 8.780$ en depósitos (el equivalente actual a 250 mil $) y en un año ya tenía 700 mil $ (unos 20 millones actuales). Su éxito fue apostar por los clientes que nadie más quería a los que garantizaba seguridad cuando llegaban con sus ahorros escondidos en el dobladillo del pantalón y a los que ofrecía créditos para sus proyectos de negocios aunque estuvo a punto de truncarse en un sonoro desastre muy pronto ya que en abril de 1906 el terremoto de San Francisco y sus posteriores incendios, amenazaron la propia existencia del banco ya que tenía todo el dinero en la sede.
De noche, desafiando a los numerosos grupos que practicaban pillajes, y en compañía de sus más directos colaboradores, fue al banco a comprobar si seguía en pie y como lo estaba pero los incendios estaban muy cerca, trasladó todo el dinero (billetes, monedas, oro y valores que entonces sólo existían sobre papel) con un carro sobre los que colocó cajas de naranjas y verduras para evitar llamar la atención entre los saqueadores. Lo trasladó primero a su casa y luego a un entorno rural. Aquello le hizo reflexionar sobre lo arriesgado que resultaba tener todo el capital en un mismo sitio y lo inestable de su compañía financiera. Antes de eso, mientras aún ardía la ciudad, fue el único banquero que se mostró dispuesto a dar créditos a las personas que acababan de perderlo todo en la ciudad de San Francisco mientras el resto aún tenía las puertas cerradas. Lo hacía en plena calle y con un apretón de manos (y si hemos de creerle, él siempre aseguró que todos aquellos créditos fueron devueltos). Ese gestó disparó su popularidad en toda la ciudad.
“En el momento del incendio, estaba tratando de ganar dinero para mí, pero el incendio me curó de eso” confesó años más tarde. El caso es que él inventó la banca con sucursales porque comprendió que era la mejor manera de darle estabilidad a su negocio. Necesitó que California lo autorizara pero desde 1909 fue expandiéndose por todo el estado, sobre todo comprando otros bancos. Pero había un mercado que se le resistía: Los Angeles. Quizás por la rivalidad entre las dos ciudades, el que él fuera un banquero de San Francisco le cerraba muchas puertas allí por lo que se decidió invertir en un banco local fundado en 1923: el Bank of America. Acabaron fusionándose bajo el mandato de Pietro Giannini en 1928 y desde 1930, y a pesar de que el Bank of Italy era mayor, eligió el nombre comercial de Bank of America. Y decidió volverse a retirar.
No duró mucho, la Gran Depresión llevó a que sus sucesores intentaran cambiar su filosofía y quisieran cerrar sucursales. Volvió a tiempo para lidiar con la gran crisis bancaria de 1933 y superarla con éxito. Como el mayor banco californiano, el Bank of America de Giannini se hizo famoso por su apoyo a la industria del cine en Hollywood (ya en 1923 creó una división de préstamos a películas de la que se beneficiaron famosos nombres como Charlie Chaplin o Frank Capra), siendo el que le prestó los fondos a Walt Disney para su primera película: Blancanieves. En plena Gran Depresión, se arriesgó a comprar los bonos –y convenció a otros para que también los compraran- con los que se financió el famoso Golden Gate (su constructor le convenció personalmente al asegurarle que duraría toda la vida), y ayudó a los EUA en su esfuerzo bélico en la II Guerra Mundial tras la cual viajó a Italia y ayudó a reconstruir las fábricas de la Fiat. Incluso financió a Hewlett y Packard para que formaran su famosa compañía. En 1945 ya era el mayor banco del país.
Murió en 1949 aunque su banco aún está en pie, si bien no creo que quede mucho de su filosofía ya que este banquero no sólo fue bueno como profesional fundando un banco para ayudar a la gente tomando su dinero a unos y prestándoselo a otros, no sólo cumplió con su parte de crear empleo y repartir beneficios para los accionistas, es que además, no se lucró especialmente por ello. Cuando murió, para sorpresa de todos, sólo tenía un patrimonio de medio millón de $ (el valor de la finca donde vivía): decidió no ser multimillonario cuando podía haberlo sido. Con razón su frase más célebre fue: “He trabajado sin pensar en mí mismo. Este es el factor más importante en cualquier éxito que haya logrado”