Los informes PISA sobre la competencia financiera de los alumnos españoles nos deja en mal lugar, ya que nos posiciona por ligeramente debajo de la media de la OCDE que se sitúa en los 486 puntos. En el último informe se concluía que uno de lada seis jóvenes tiene problemas para manejarse con una tarjeta de crédito o reconocer para qué sirve una factura. Este problema no es nuevo, debido a que la OCDE comentaba en 2005: “Los ciudadanos necesitan una mayor comprensión sobre el funcionamiento del sistema financiero para poder gestionar mejor sus deudas hipotecarias o de consumo, ahorrar de forma efectiva para su jubilación, y los Gobiernos de la OCDE han reconocido que deben ayudar a las personas en esa tarea”. Como he vivido de primera mano el sistema educativo, me gustaría compartir, mediante mi experiencia personal, las carencias de este nefasto modelo educativo que es uno de los que más gasta y a su vez que peores resultados obtiene.
Recuerdo en el año 2006 que finalicé la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), poseer una gran variedad de conocimientos sobre diversas materias, pero sin embargo entre ellos la principal carencia era conocimientos sobre finanzas. Parece mentira que en un sistema de capitalismo de amiguetes, la educación básica no me proveyera de los conocimientos necesarios para sobrevivir en este entorno tan hostil. Hablo sobre conceptos tan básicos como abrir una cuenta corriente y gestionarla, conocer los productos de ahorro que nos ofrecen las entidades financieras, conocer todos los puntos clave para formalizar una hipoteca, negociar un crédito, etc… Eso sí, en las materias de lengua castellana y catalana tuve un bombardeo en el análisis morfo-sintáctico que aún hoy tengo pesadillas. Que en la educación básica no se imparta una educación financiera es un caldo de cultivo idóneo para que años más tarde podamos comprar unas preferentes, firmar hipotecas abusivas u otros despropósitos financieros de los que a día de hoy apreciamos continuamente en los medios de comunicación.
Cabe recordar que en el año 2006, en plena burbuja inmobiliaria, era difícil contenerse a esas constructoras que necesitaban sí o sí más mano de obra, ofreciendo elevadas retribuciones. Algunos de mis compañeros fueron tentados por el sector de la construcción y el dinero fácil, por lo que se adentraron en el mundo laboral sin una base sólida financiera. Pero en tan sólo en algo más de un año, la burbuja puso punto y final a su andadura y aquellos que fueron atraídos por “las obras” fueron las primeras víctimas, de las carencias de un sistema educativo demasiado frágil.