Desde siempre pero sobre todo desde que ya no funciona el “patrón oro” y un billete no representa nada físico sino simplemente la fe en su emisor se ha oficializado el viejo dicho que dice que la base de la economía es la confianza. Mientras haya confianza la economía puede ir bien aunque haya puntos “oscuros”. ¿Por qué? Porque si los consumidores, las empresas y los bancos creen en un buen futuro gastarán, invertirán y prestarán y de esto modo se generará empleo bien pagado por lo que el círculo virtuoso seguirá funcionando y se seguirá gastando, invirtiendo y los bancos financiando los proyectos de futuro.
Para que la confianza no se pierda los discursos de los responsables políticos y económicos suelen ser mayoritariamente tranquilizadores ya que su falta puede hacer caer el crecimiento económico y se entra en un círculo vicioso: los consumidores no gastan, las empresas ganan menos y reducen su inversión y los bancos contraen el crédito porque la morosidad aumenta. Y el orden de los factores puede ser diferente como está ocurriendo con la actual crisis: los bancos reducen el crédito ante el estallido de la burbuja inmobiliaria y por sus malas inversiones y el consumidor, asustado ante todo esto, gasta menos y por lo tanto compra menos a las empresas que reducen sus beneficios y esto genera paro lo que provoca un aumento de la morosidad que alimenta otra vez la contracción del crédito. Aparte del problema en la sociedad que esto genera, es evidente que si el paro aumenta y las empresas y bancos ganan menos también se rebajan los ingresos de la administración pues se cobran menos impuestos a la vez que debe aumentar el gasto social.
Todo esto es muy básico y nada original pero hay un factor que puede minar la confianza y que habitualmente pasa desapercibido: la veracidad de los datos oficiales. No ya porque sean ciertos o no, sino por la forma de calcularlos y lo que indican. No olvidemos que no es lo mismo lo que pasa que lo que mide lo que pasa. Y harían falta páginas para explicar cómo por ejemplo el dato de pedidos industriales USA se distorsiona cada mes con los pedidos gubernamentales de maquinaria de guerra o los manejos del Departamento de Trabajo con el dato de empleo mensual…hay muchos ejemplos. Por eso, aunque pueda parecer un asunto farragoso, es imprescindible conocer los 3 datos sobre los que se basa el análisis económico básico, sus características, virtudes y defectos. Son términos que a todos nos suenan familiares: el IPC, el paro, el PIB ¿qué reflejan exactamente?
P.I.B.
Es un acrónimo de Producto Interior Bruto, un indicador que pretende valorar el tamaño de una economía y cuyas subidas y bajadas son traducidas como épocas de expansión y contracción. Ha tenido tanto éxito porque es bastante fácil de calcular, teniendo todos los datos, con una sencilla fórmula: El PIB es igual al Consumo (consumidores y empresas) + la Inversión + Gasto del Gobierno + Exportaciones netas (exportaciones menos importaciones). El mayor problema a mi juicio es que, con la excepción de las exportaciones, el PIB mide el gasto, algo que puede mantenerse artificialmente gracias a la deuda que no aparece reflejada por ninguna parte. Si un país dispara el gasto del gobierno emitiendo más deuda, su PIB crece o frena su decrecimiento pero está retrasando el crecimiento del futuro puesto que esa deuda más sus intereses restarán antes o después. Durante las crisis los bancos centrales suelen bajar los tipos de interés y suele ser más barato endeudarse y en estos años eso ha beneficiado a algunos países como los EUA, Reino Unido, Japón, Alemania… que, a pesar de un fuerte volumen total de deuda, han disfrutado de un reducido coste en intereses. Sin embargo, otros –como España- han tenido que pagar los máximos tipos de interés de este siglo para colocar deuda justo cuando más la aumentaban. Además, al crecer la deuda pública se reducen las posibilidades de colocar con facilidad y buenos precios la deuda privada.
En una situación en la que se hace difícil aumentar el gasto y la deuda por parte de los estados, una forma de contener las bajadas del PIB o incluso de mostrar alzas es aumentando las exportaciones. Esa ha sido la obsesión mayoritaria de las grandes áreas económicas mundiales aunque lógicamente, es imposible que todos exporten más sin aumentar también sus importaciones. Para ayudar en esta batalla los bancos centrales han tomado medidas debilitadoras para las monedas ya que cuanto más barata sea una divisa, más baratas, al cambio, son sus exportaciones para terceros países. A esto se le ha llamado “guerra de divisas” y es algo que nadie reconoce oficialmente hacer pero que ocurre. Pongo un ejemplo muy básico: si dos países con dos monedas diferentes fabrican móviles y su coste de fabricación es el mismo (pongamos 1 escudo y 1 doblón) y quieren venderlos a un tercer país, el cambio de divisas es fundamental ya que si el receptor, al cambio, paga 0.90 por cada escudo y 1.10 por cada doblón, la diferencia para el consumidor final en esa moneda será del 20% y beneficiará al fabricante que exporta con la moneda más débil, en este caso escudos. Y lo mismo ocurre si se quiere atraer turistas, para ellos lo más económico es viajar allí donde la moneda es más débil respecto a la suya de origen. Se acusó a China de manipular su divisa durante décadas ya que es el propio gobierno chino el que decide el cambio del yuan y no “los mercados” como en el resto de divisas mundiales pero lo cierto es que con la crisis la mayoría de bancos centrales han aplicado políticas destinadas a debilitar la moneda siendo el principal perjudicado aquellas economías emergentes con menor peso internacional que para poder defenderse ante la apreciación de sus propias monedas han llegado en algunos casos a establecer, para compensar, aranceles y otras medidas contra el libre comercio. La contrapartida de tener una moneda débil viene porque se importa inflación pero eso lo veremos en el próximo artículo.
Un error muy común del PIB es usarlo para valorar una economía usando su cifra total como algunos hacen con China o la India que están ya en los 5 primeros puestos mundiales. Sin embargo, si dividimos por el número de habitantes que tienen –lo que se denomina el PIB per cápita- estas dos naciones que son justo las más pobladas del planeta, resulta que el que está destinado a ser el número 1 antes del 2020 está en el medio de la tabla y el otro está más cerca del último puesto que del primero…
El paro.
Aquí nos encontramos con un concepto que todos entendemos fácilmente pero que se mide de formas muy diferentes. Por ejemplo, en España la EPA es una encuesta telefónica a miles de familias en la que se considera parado a aquel con más de 16 años que no tiene empleo y lo ha buscado durante las 4 semanas anteriores a la llamada y se muestra favorable a buscarlo durante al menos dos semanas más, condiciones similares a las que utiliza Eurostat, la agencia europea, para ofrecer unas tasas de paro armonizadas para todo el continente. La tasa de paro de la EPA aspira a decirnos, en términos coloquiales, qué porcentaje de los que quieren trabajar no pueden hacerlo porque no encuentran trabajo. Dicho en lenguaje algo más técnico, la tasa de paro es la relación entre el número de parados y la población activa. Forman parte de la población activa todos aquellos individuos en edad de trabajar con voluntad de hacerlo, estén trabajando o no.
Sin embargo, el dato de los “Servicios Públicos de Empleo” (antiguo INEM) sólo incluye aquellos que están registrados en él y además no están realizando cursos de formación o recibiendo subsidios agrarios y algunas excepciones más por lo que la cifra es menor a la de la EPA. Esta polémica con las diferentes “varas de medir” no es exclusiva de España ni mucho menos. En los EUA, cuyos datos tienen especial relevancia al ser la primera economía mundial, cada vez que el primer viernes de mes el Departamento de Trabajo publica sus “nonfarm payrrolls”, normalmente acompañado de revisiones de cifras anteriores, las críticas a su metodología son mordaces.
Como en el caso del P.I.B., creo que la cifra total de paro, sea numérica o de la tasa, no es tan importante como la tendencia. No obstante, creo que en el caso español tenemos un dato mucho menos polémico y lo suficientemente fiable como para valorar la salud de nuestro mercado laboral: el número de afiliados a la Seguridad Social. Por supuesto ninguno de ellos puede valorar la economía sumergida y la sensación que existe es que en España siempre hemos tenido una tasa de paro mayor a la del resto de Europa por ese motivo. Seguro que algo influye pero lo cierto es que si nos comparamos con Italia, otro país en el que también existe mucha economía sumergida, seguimos teniendo unas cifras muchísimo peores de empleo. De hecho, tener más del doble de tasa de paro que la media de nuestra área económica es inaceptable se pongan los peros que se pongan.