Quiero construir un reloj que haga “tic” una vez al año. El “brazo” de los siglos avanza una vez cada cien años, el cucú saldra una vez cada mil. Quiero que el cucú salga fuera cada milenio durante 10.000 años. Si me doy prisa, podría conseguir acabar el reloj para hacer salir el cucú por primera vez.
Esta idea se la ocurrió a Danny Hillis en 1986 y en 1999 pudo hacer un prototipo con el que escuchar un “cucú” en el año 2000, la versión definitiva del reloj todavía se está construyendo. En principio la idea parece factible, pero pensar en tan larguísimo plazo conlleva unas dificultades titánicas, sobre esto hablaron en Microsiervos hace algún tiempo en donde llegarón, más que a interesantes respuestas a complejas preguntas.
¿Dónde construir el reloj y que esté a salvo de catástrofes naturales? ¿Qué fuente de energía utilizar, para que nunca se detenga? ¿Con qué materiales construirlo, para que no sufra desgaste? ¿Qué mecanismo estaría a prueba de fallos? ¿Cómo hacer que sea preciso y siga indicando la hora de aquí a los próximos diez milenios? ¿Cómo garantizar que se puedan sustituir las piezas que se estropeen? ¿Cómo transmitir la idea del reloj a las futuras generaciones? ¿En qué idioma escribir los manuales? ¿Podría el reloj sobrevivir a una posible extinción de la humanidad?
Y este es el problema en el que caemos constantemente, el cortoplazismo y lo hacemos por que es más fácil. Mirar más allá de un año exige unos sacrificios, tanto económicos como intelectuales que no estamos dispuestos a hacer y a lo que no estamos acostumbrados. Necesitamos una recompensa inmediata.
Tanto a nivel personal (¿cuántos tenéis un fondo de pensiones?), como a nivel publico, por ejemplo en España tenemos el límite de los 4 años. Ningún político va a requerir de esfuerzos que tengan beneficios más allá de su legislatura por lo que medidas necesarias a largo plazo se dejan para el siguiente gobierno.
Todo esto nos lleva a vivir en una economía parcheada en la que nadie tiene agallas para llevar soluciones que exijan sacrificios en favor de las siguientes generaciones, en la que (y voy a poner ejemplos de todos los colores) pedimos endeudarnos más y más para salir de esta crisis, que alguien se encargará de pagar la factura más adelante, utilizamos fuentes de energía que tendrán que reciclar futuras generaciones y tenemos un sistema de pensiones diseñado para que nuestros nietos se hagan cargo de nuestros gastos. Algo de sentido común pero muy impopular. No tiene recompensa inmediata.
La metáfora sobre las dificultades del reloj de los 10.000 años creo que nos puede dar muchas reflexiones y la principal es que hacer las cosas bien, para que duren, es muy difícil, caro y poco gratificante. Nunca, jamás, hasta el reloj de los 10.000 años se había planteado un reto así. La crisis actual es sistémica y las medidas tomadas, lejos de solucionarla posponen el problema, quizás deberíamos dejar de pensar en vivir como antes y hacerlo en como lo haremos en el futuro.
Mientras tanto nos conformaremos con un reloj Casio, que es barato, resultón, fácil de usar pero hay que cambiarle la pila cada 4 años, la correa cada 8 y que al no ser “water resistant” no aguanta una tormenta financiera.