Dicen que en las ciudades la gente es más antipática que en lugares pequeños, el motivo que se suele alegar es la falta de vecindad, que nos hace a todos ser menos humanitarios y fijarnos menos en las personas que nos rodean. Tal vez tengan su parte de razón. Yo soy de esas personas que conoce a sus vecinos y les saluda, pero reconozco que no todo el mundo es así. Puedes llevar años viviendo en el mismo sitio y no sabes ni quién vive a tu lado.
Pero también es verdad que hay veces que ocurren unas cosas, que te quitan las ganas de ser amable:
Ejemplo 1: Estoy en una parada de autobús, de esas que tienen marquesina y asiento y ahí estoy yo, sentada esperando a que llegue el autobús. 7 de la mañana. Se para un coche con un señor de unos 55 años. Me hace una señal para que me acerque. Pienso que me va a pedir alguna indicación, así que me levanto y me acerco un poco. “¿Montas?” es su pregunta. Es muy pronto por la mañana, aún no enfoco del todo bien, así que lo primero que pienso es que le conozco de algo, pero rápidamente me doy cuenta de que no y entonces me viene el recuerdo de un conocido que en sus ratos libres va por las paradas de autobuses recogiendo a chicas con la intención de llegar a algo más con ellas (caso real y que funciona). No se si éste era el caso, pero hice un gesto de desprecio al señor. Me miró con mala cara (¡encima!) y se fue. Aún no tengo muy claro qué pasó, pero me dejó un mal sabor de boca.
Ejemplo 2: Voy por la calle y un señor entradito en carnes me dice: “perdona un momento bonita”. Igual soy una ilusa, pero tiene cara de necesitar ayuda. Me paro: “dígame”…”¿no me podrás dar unas monedas?”, me dice. “No señor, pero le puedo dar una manzana, que es lo que llevo”. “No, comida no quiero”. Me fui sin dar pie a más conversación, para qué.
Estas dos cosas, me pasaron el mismo día, así que pensé que efectivamente, tal vez lo mejor fuera dejar de ser tan educada con la gente.