Al margen de alguna opinión variopinta acerca de adornar nuestros bosques con un político colgado de cada árbol, que no deja de ser una brutalidad inviable, pero con un amplio eco social, si pasamos a estudiar con un poco de detenimiento este tema nos encontramos con una situación que explica algunas de las circunstancias que vivimos en nuestra sociedad.
En primer lugar hemos de tener en cuenta que, tradicionalmente y avalado por multitud de estudios a nivel internacional, como el estudio en Italia de Gagliarducci y Nannacini, unos sueldos elevados para la clase política motiva a que reputados profesionales del derecho, la economía, ingeniería, etc. se decidan a participar activamente en la vida pública de un país, aportando sus conocimientos y su profesionalidad. Son estos sueldos elevados los que les compensan por dejar su actividad privada, lo que permite que las mejores ideas estén al servicio del país.
Sin embargo, no hay que olvidar otra clase de políticos: los políticos de carrera, que no han desarrollado otra actividad en su vida que la de servir al partido al que pertenecen, del cual han cobrado su sueldo hasta que logran salir electos para algún cargo público. Estos políticos pueden ser muy inteligentes o hábiles, incluso los mejores, en el desempeño de su función pública, pero no es algo que hayan podido demostrar, ya que, fuera de su habilidad para escalar puestos dentro de su partido, ningún otro mérito reseñable pueden acreditar.
Posiblemente una correcta combinación de estos dos tipos de políticos fuese lo acertado para la buena salud política de un país. Sin embargo, en España se ha abusado del segundo tipo de políticos, posiblemente debido a nuestro propio carácter nacional, donde prima el clientelismo frente a la preparación y donde tiene mas peso el amiguismo que los méritos alcanzados en su vida. Es toda una tradición en nuestro país ningunear a nuestros profesionales, que los hemos tenido y los tenemos, y premiar a nuestros afines aduladores (quizás por eso de estos tenemos mas).
Es por eso que nuestra clase política está llena de individuos que van pasando de cargo a cargo, de institución en institución (de alcalde a senador, y de ahí a diputado regional, etc.; son muchas y variadas ahora las posibilidades), durante toda su vida, sin más méritos, muchos de ellos, que el no verse involucrados en ningún escándalo. Dejando los puestos de asesores para los políticos del primer grupo que, sin dejar de ser también afines al partido, destacan algo más por su trabajo y profesionalidad, por lo menos en teoría. Todo esto sin la menor formación ni preparación para participar activamente en los procesos de creación, discusión y aplicación de leyes (es este país se da por supuesta esta formación con el hecho de resultar electo).
Igualmente existe, desde el mismo comienzo de la democracia, una imparable creación de puestos políticos en todos los ámbitos de nuestro país. Además de crear las Comunidades Autónomas con todo su aparato político y entrar en escena las Instituciones Europeas sin amortización de ninguna otra institución (siguen existiendo Ayuntamientos, Senado, Diputaciones Provinciales, etc.), se ha producido una creciente politización de instituciones que poco tendrían que ver con la política, como las universidades, sindicatos, cajas de ahorro o los órganos del Poder Judicial. Lo que nos hace sospechar de la gran cantidad de favores que nuestros políticos han de pagar, dando empleo a familiares o amigos de aquellos que les ayudaron un día a escalar en su propia carrera.
¿A donde nos ha llevado todo esto? A no saber a ciencia cierta cuántos políticos tenemos en nuestro país. Las cifras se mueven entre los aproximadamente 100.000 (de los datos del INE, con los códigos de la Clasificación Nacional de Ocupaciones 2011, se puede inferir esta cifra) hasta la barbaridad que ha circulado por Internet de 445.000. Se sabe que los cargos electos en las urnas son de 71.668, pero de éstos, muchos son de pueblos pequeños, donde precisamente más se cumple el hecho de estar en política por servir a la comunidad, ya que no se cobra, o se cobra muy poco. Además, en esta cifra no se incluye el numero de asesores, cargos de confianza, ni cargos en instituciones politizadas, por lo que no podemos cuantificar ni el número de políticos, ni el coste a la sociedad que suponen estos cargos, lo cual, aparte de merecer por sí mismo un estudio mucho más detenido, genera un desasosiego, que unido a los escándalos diarios de corrupción, nos remite a la opinión variopinta esbozada al comienzo del primer párrafo.